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La captura de Radovan Karadžić, el carnicero de los Balcanes

Radovan Karadžić en tres momentos de su vida: de izquierda a derecha, en Moscú en 1994, en el tribunal de La Haya en 2008 y bajo su disfraz como doctor Dragan Dabic

The Guardian

Julian Borger —

Han pasado más de dos décadas desde que se cometieron actos de genocidio en suelo europeo; un recuerdo incómodo que ha quedado prácticamente enterrado en un continente que ahora intenta frenar la llegada de personas que huyen de crímenes de guerra más recientes. Los campos de exterminio europeos se han convertido en improvisados campamentos de refugiados sirios.

Este jueves, el veredicto contra Radovan Karadžić en la Haya, condenado por haber cometido actos de genocidio y crímenes contra la humanidad en la guerra de Bosnia-Herzegovina entre 1992 y 1995, ha terminado de una vez por todas con la amnesia en torno a la incapacidad del continente para impedir una carnicería. Para el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, que a menudo se conoce con el nombre de Tribunal de la Haya para crímenes de guerra, creado 24 años atrás, la sentencia marca un momento histórico. Para la justicia internacional en su conjunto se trata sin duda del momento más importante desde los juicios de Núremberg.

Todas las personas que conocen el caso a fondo esperaban un veredicto de culpabilidad. Al fin y al cabo, Karadžić estaba al frente de un pequeño Estado serbio separatista, una entidad que se dedicaba a “la limpieza étnica”, una expresión orwelliana que describe el uso sistemático del terror contra bosnios, musulmanes y croatas.

Este psiquiatra y poeta grandilocuente, alto y de pelo blanco y ondulado, ha desempeñado el papel de mártir nacional durante todo el proceso. La mayoría de serbios en Bosnia se han olvidado de él o si lo recuerdan es para mofarse. Sin embargo, su actuación podía suponer su último minuto de gloria, una oportunidad de oro para nadar en el victimismo. El conflicto terminó hace más de veinte años pero Bosnia está más dividida que nunca.

El veredicto es un recordatorio de las proporciones de la matanza; solo en Bosnia, murieron unas 100.000 personas. También hubo más víctimas en Croacia y Kosovo. Asimismo sirve para constatar la escalofriante lentitud de la justicia. La larga espera se debe, en parte, a la naturaleza de este tribunal, que ha sido extremadamente imparcial y que ha dado un gran margen de tiempo a los abogados de la defensa para que puedan preparar sus argumentos.

El juicio ha durado cinco años y el tribunal se ha tomado otros 18 meses para sopesar el veredicto. Sin embargo, la mayor demora se debe a que se necesitaron 13 años para detener a Karadžić y llevarlo ante el Tribunal de la Haya. A pesar de su imputación en julio de 1995, el caudillo vivió durante dos años una existencia tranquila en la localidad alpina de Pale, situada en las afueras de Sarajevo, que sirvió como capital de la república separatista de los serbios de Bosnia durante el conflicto.

Aunque en los años posteriores a la guerra más de 64.000 oficiales de las fuerzas de mantenimiento de la paz de la OTAN estaban desplegados en el país, se prefirió no poner en peligro a los soldados o, simplemente, la frágil paz del país, con una operación de captura.

Cuando dos años más tarde la situación cambió, Karadžić había desaparecido y logró escabullirse hasta 2008, a pesar de que la operación de búsqueda estaba integrada por muchos países, y contaba con todos los recursos y armamento de una fuerza internacional. Para el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, que se acercaba al final de su segundo mandato, la detención de Karadžić era un pilar fundamental del legado que quería dejar.

Un grupo operativo especial del Consejo Nacional de Seguridad recibió la orden de intensificar la búsqueda y la consigna de que no debía escatimar en gastos. Hasta los atentados del 11 de septiembre, la captura de los criminales de guerra de los Balcanes representó el mayor despliegue de tropas de operaciones especiales, entre las que se incluían las Fuerzas Delta y el Seal Team 6 de Estados Unidos, y el SAS del Reino Unido. Karadžić era el objetivo número uno y la prioridad de la CIA, la DIA y el MI6 británico. Era el hombre más buscado del mundo.

Los Balcanes no son Hollywood

Las lecciones aprendidas en la persecución de Karadžić y de sus militares sirvieron más tarde en Afganistán, Irak y durante la persecución de Osama Bin Laden; la mayoría de estas operaciones se llevaron a cabo sin una resolución de las Naciones Unidas, a diferencia de la operación de detención en los Balcanes.

Por aquel entonces, David Petraeus, más tarde director de la CIA, servía en Sarajevo como general de brigada. Se quedó fascinado por los métodos empleados por las fuerzas especiales y quiso participar en una redada nocturna. “Un día, me lo llevé a un helicóptero, le pedí que se vistiera como civil y que llevara una gorra de béisbol”, explica el militar que dirigía la operación, el teniente coronel Andy Milani, a Paula Broadwell, la biógrafa de Petraeus. El romance entre la escritora y Petraeus terminó con la carrera de este último.

Tras un viaje por el vertiginoso altiplano del este de Bosnia, el helicóptero llegó hasta donde se encontraban los soldados de las Fuerzas Delta de Milani. “Nos subimos a una furgoneta con los cristales tintados y Petraeus estaba más contento que un niño en una tienda de caramelos”, explica el teniente coronel en el libro.

Petraeus y sus hombres solían presentarse sin previo aviso y en medio de la noche en casa de Ljiljana Karadžić, la esposa del fugitivo, con el objetivo de alardear de una inminente captura e intimidarla, con la esperanza de que ella corriera hasta el escondite de su esposo para avisarlo. Petraeus solía decir que se trataba de su “rutina Eddie Murphy” (ya que el actor interpretó a un ex preso que se convierte en policía en la película Límite 48 horas).

Lo cierto es que los Balcanes no son Hollywood. Siguieron a Ljiljana a todos partes y, de hecho, la mujer fue una de las primeras personas en el mundo que fue espiada por un dron, que en aquel momento era más que un nuevo juguete de las fueras de seguridad de Estados Unidos que estaba siendo probado en Bosnia. La mujer no les proporcionó ninguna pista útil.

Los perseguidores removieron cielo y tierra. Hicieron un barrido por todas las aldeas remotas situadas en la frontera entre Bosnia y Montenegro, buscando cualquier tipo de actividad, como una conexión a internet en medio de la noche, la presencia de antenas parabólicas en esa región empobrecida del país o suscripciones a periódicos. La NSA accedió a compartir la totalidad de la información recabada sin demoras con las unidades que buscaban a Karadžić en Bosnia.

En uno de los episodios más extraños de la larga búsqueda, los soldados de la Fuerza Delta se escondieron en una carretera de montaña para esperar la llegada del vehículo del caudillo. Uno de los soldados se puso un disfraz de gorila que había llegado el día anterior desde Estados Unidos.

El objetivo era que los guardaespaldas de Karadžić, conocidos como la Preventiva, se quedaran sin habla, redujeran la velocidad y los soldados pudieran lanzar una granada cegadora especialmente diseñada para aturdir a los pasajeros. Si este plan hubiera funcionado, habría formado parte de la historia de la Fuerza Delta, sin embargo el protagonista principal no se presentó. No fue ni la primera ni la última vez que trazaron un plan sobre una pista errónea o, todavía más probable, falsa. A Karadžić y a sus hombres les divertía burlarse de la maquinaria militar más poderosa del mundo.

El escurridizo fugitivo todavía humilló más a Occidente cuando consiguió publicar un éxito de ventas. Karadžić publicó una recopilación de poemas; uno de los capítulos tenía el título de “Me puedo cuidar solo”. Su novela Crónicas milagrosas de la noche se agotó en la Feria Internacional del Libro de Belgrado.

Un hombre alto, de barba espesa y pelo blanco

Años más tarde, cuando los investigadores del Tribunal de la Haya entrevistaron al entorno de Karadžić, llegaron a la conclusión de que el caudillo cruzó la frontera y llegó a Serbia en la Nochebuena de 1999, en un viaje en bote por el río Drina durante la noche. Si es así, el hecho de que el Gobierno de Clinton intensificara la búsqueda, con tecnología punta, unidades de élite y planes sofisticados, no sirvió de nada ya que su objetivo ya no se encontraba en el país.

Tras la llegada de Karadžić a Serbia, esta historia de picaresca todavía se complica más. Le perdieron la pista hasta 2005, cuando un supuesto sanador espiritual y clarividente de Belgrado, Mina Minic, abrió la puerta de su consulta y se encontró cara a cara con un hombre alto, de barba larga y espesa y abundante pelo blanco recogido en un moño atado con una cinta negra. Años más tarde, Minic hizo la siguiente descripción del encuentro: “Parecía un monje que hubiera cometido algún pecado con una monja”.

Se trataba de Karadžić, que estaba poniendo a prueba la nueva identidad que le habían proporcionado sus simpatizantes en el servicio de inteligencia serbia. Se presentó con el nombre de Dragan Dabic, un terapeuta que regresaba a su país tras una temporada en Nueva York y tras un duro divorcio. Lamentablemente, su ex esposa no había querido enviarle sus títulos y diplomas. Dabic quería aprender los métodos de un vidente de los Balcanes, incluido el uso del visak, un péndulo que se supone que puede identificar anomalías en el campo magnético de pacientes que tienen algún problema o una enfermedad.

Poco después, Dabic compró un visak y su carrera como sanador espiritual despegó. Se puso un segundo nombre poco serbio, David, y lo empezó a utilizar como apodo en su profesión. También creó la página web Ayuda Psi Energía, que promovía el programa de bienestar David. Asimismo ofrecía servicios de acupuntura, homeopatía, medicina cuántica y cursos “tradicionales”. También vendía unos collares con el nombre de Velbing (un guiño a well-being); unos amuletos de la suerte que proporcionaban salud y protección frente a las radiaciones nocivas.

Karadžić había estudiado psiquiatría en Sarajevo y ahora se atrevía con un tipo de terapia bastante más tenue. En la década de los setenta, trabajó durante una temporada como psiquiatra en plantilla del equipo de futbol multiétnico de la ciudad, con el objetivo optimista de reforzar su sed de victoria y más tarde hizo el mismo trabajo para el Estrella Roja de Belgrado. Los jugadores de Sarajevo recuerdan que les pedía que se tumbaran en el suelo de una habitación a oscuras mientras él ponía música y les invitaba a imaginar que eran unos abejorros que iban de flor en flor.

Para crear el personaje de Dabic, se valió de su experiencia como psiquiatra y la embelleció con el concepto New Age de “la fuerza vital”, “energías vitales” y “auras de las personas”. En su tiempo libre, colaboró en un proyecto de una conocida sexóloga de Belgrado que tenía el objetivo de rejuvenecer el esperma de los hombres estériles. Aseguraban que los espermatozoides más perezosos iban más rápido si Dabic ponía una mano cerca del miembro viril.

Vivía en uno de los altísimos bloques de apartamentos situados en la calle Yuri Gagarin, en honor al primer astronauta que viajó al espacio, en el desgastado barrio de Nuevo Belgrado; los restos del sueño de hormigón socialista. Los niños del barrio llamaban Santa Claus a ese hombre bonachón que hablaba con ellos de camino al supermercado. Una de las vecinas de Dabic trabajaba para la Interpol y su trabajo era precisamente coordinar la búsqueda de fugitivos internacionales como Karadžić.

Su osadía aumentó a medida que se fue sintiendo cómodo con su nueva identidad. Se convirtió en una celebridad en el circuito de la medicina alternativa de Serbia. Era columnista de una revista sobre hábitos de vida saludables y se hizo con los derechos de una franquicia de una compañía de vitaminas de Estados Unidos.

También empezó a frecuentar un bar del barrio, el Luda Kuca (“Casa de locos”), un lugar tosco y lleno de humo que parecía atraer a los veteranos de guerra empobrecidos, a los serbios de Bosnia y a los montenegrinos. Servía vino del país, šljivovica (aguardiente de ciruelas) y un nacionalismo fuerte y sin diluir. En las paredes forradas de madera colgaban imágenes que homenajeaban el nacionalismo serbio moderno, con un lugar de honor reservado a Karadžić. En al menos una ocasión, lo invitaron a tocar el gusle, un violín de una sola cuerda muy típico de la región y el hombre tocó una balada épica serbia bajo un retrato de sí mismo. Y, sin embargo, nadie lo reconoció.

“Usted es Radovan Karadžić”

Al final, esta hazaña épica quedó al descubierto por un error de Luca, el hermano empresario de Karadžić. Una noche de primavera en 2008 llamó a Dabic desde un teléfono con una tarjeta SIM que los investigadores de crímenes de guerra habían relacionado con la red de apoyo de Karadžić y habían pasado a los servicios de inteligencia serbios (BIA).

En mayo, un detective recibió el encargo de investigar al receptor de la llamada, este personaje que se parecía a Gandalf y vivía en Nuevo Belgrado, y finalmente cayeron en la cuenta. El detective, así como el resto del equipo, no sabía qué hacer. Los servicios de inteligencia, como el conjunto del país, se encontraban en un momento de transición. Y si bien el entonces presidente de Serbia, Boris Tadić, era prooccidental, lo cierto era que el Parlamento y muchos altos cargos estaban en manos de los nacionalistas.

El equipo decidió arriesgar su futuro profesional y en vez de informar a sus superiores fue directamente a la oficina de Tadić y siguió vigilando a Karadžić. Su destino pendía de un hilo. Cuando Tadić formó una coalición, tres meses después de las elecciones parlamentarias, pudo poner a un hombre de su confianza al frente de los servicios de inteligencia. Karadžić sabía que lo estaban siguiendo. Según su abogado, Sveta Vujacic, el fugitivo empezó a encontrarse con desconocidos en los pasillos de su edificio o en el Luda Kuca a partir de mediados de julio. “Sabía que estaba rodeado”, recuerda Vujacic.

En la tarde del 18 de julio, el hombre que se hacía llamar Dragan Dabic salió del número 267 de la calle Yuri Gagarin, llevando una camiseta de color azul celeste y un gran gorro de paja que le cubría el rostro. Cargaba con una bolsa de plástico de color blanco, una cesta para la compra de rafia y una mochila; todo parece indicar que llenas. Caminó hasta la parada de autobús más cercana y uno de los agentes que lo estaba siguiendo se acercó sigilosamente a él. Los dos se subieron al autobús 73, en dirección al norte de la ciudad. Dabic se sentó en un asiento situado cerca del conductor. Su sombra, varias filas más atrás.

Cuando llegaron al cinturón verde que rodea la capital serbia, dos coches patrulla se situaron delante del autobús y cuatro policías de paisano se subieron al vehículo, dos por la puerta de delante y los otros dos por la de atrás. Se hicieron pasar por revisores; mostraron su identificación y pidieron los billetes a los pasajeros. El anciano del gorro de paja estaba buscando su billete cuando uno de los policías lo agarró del brazo.

—¿Doctor Karadžić? —preguntó el policía.

—No, me llamo Dragan Dabic —dijo el hombre.

—No, usted es Radovan Karadžić —le contestó el policía.

—¿Tus jefes saben lo que estás haciendo? —preguntó el hombre.

—Sí, totalmente —fue la respuesta.

El agente ordenó al conductor que parara el autobús y el fugitivo fue acompañado hasta el arcén. A las nueve y media de la noche del 18 de julio de 2008 el personaje ficticio y extravagante de Dragan David Dabic se evaporó. En su lugar, se volvió a materializar el fantasma de Radovan Karadžić, el sumo sacerdote de la “limpieza étnica” bajo orden de búsqueda y captura en los Balcanes durante más de una década. Se había convertido en un anciano nervioso, con un sombrero de paja torcido y que se aferraba a una bolsa de plástico blanca.

Adaptación del libro The Butcher’s Trail (La travesía del carnicero), de Julian Borger.

Traducido por: Emma Reverter

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