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The Guardian en español

“Me gusta que Trump esté haciendo lo que dijo que haría”

Una mujer graba a Trump en un mitin en Akron, Ohio en agosto de 2016.

David Smith

Hagerstown, Maryland —

Percheros de hierro fundido, vinilos para niños, cajas antiguas de comida, canastas de tabaco, potes de aceitunas estilo vintage y un teléfono con dial giratorio son algunas de las cosas que ocupan los estantes de la Casa de Tesoros de James y Jess. Esta tienda de antigüedades abrió hace dos años y tiene un estilo “rústico, hipster, elegante” con un eslogan un poco cursi: “Casi todo antiguo y algunas cositas nuevas”.

Si la Casa de Tesoros estuviera en la ciudad de Washington, podríamos hacer la apuesta demográfica de que sus propietarios votaron por Hillary Clinton. Pero se encuentra a 120 kilómetros de la capital, en el condado de Washington, un sitio donde Trump ganó cómodamente. Y mientras las protestas agitan la capital desde que Trump ocupa la Casa Blanca, para James y Jess el presidente está haciendo las cosas bien.

“Me encanta Trump”, dice James Zawatski. “Me gusta que esté haciendo lo que dijo que haría. Muchos políticos no cumplen con su palabra. Tengo 47 años y nunca en mi vida había votado, hasta el año pasado. Necesitábamos un presidente con un par de cojones para hacer lo que se tiene que hacer. Estoy cansado de los progresistas”.

El impacto meteórico que ha causado Trump en la capital ha provocado desconcierto, preocupación, confusión, perplejidad e indignación. Los demócratas se tambalean frente a un rival audaz, mientras que los republicanos intentan adaptarse a este aliado impredecible. Los medios de comunicación lanzan ráfagas de críticas. Los habitantes de la capital, donde Clinton ganó a Trump con el 90,9% de los votos contra el 4,1%, manifiestan sus preocupaciones y temores. Y la Marcha de Mujeres del mes pasado en la capital fue una impresionante declaración de resistencia antiTrump.

Pero lejos de la vanguardia de la política cada vez más tribal de Estados Unidos, en Hagerstown, condado de Washington, Estado de Maryland, la forma de ver las cosas es totalmente opuesta.

Donde los críticos ven el veto migratorio de Trump como “antiamericano” y responsable del caos en los aeropuertos, los defensores del presidente interpretan que les está protegiendo. Donde los críticos ven una política de Asuntos Exteriores que estalla por el aire cuando el presidente ofende a Australia y aplica sanciones a Irán, sus defensores ven al presidente como un tío duro. Donde los críticos ven despidiendo a la fiscal general en funciones y pisoteando la Constitución, los defensores de Trump lo ven acabando con el antiguo orden de forma intrépida. Y cuando los activistas protestan, los periodistas lo fulminan y millones de personas se espantan al ver al mundo girando hacia la catástrofe, los defensores de Trump desestiman sus temores, llamándolos “llorones” y elogiando a Trump por ser supuestamente el primer político que cumple con sus promesas de campaña. No lo ven como un rinoceronte destructor sino como un hombre fuerte que dice las cosas de frente.

El plan de Trump de construir un muro en la frontera de Estados Unidos con México es un ejemplo de esta forma complementaria de ver las cosas. “Amo a los inmigrantes. Amo a los mexicanos. Pero las cosas deben hacerse bien. Hay un procedimiento”, afirma Zawatski, descendiente de inmigrantes italianos. “Esta gente viene y tiene más derechos que yo, que me rompo el alma trabajando siete días a la semana. Somos un país maravilloso, pero se están aprovechando de nosotros”.

“Directamente dispararía los que intentan entrar”

“Yo personalmente no gastaría dinero en un muro. Directamente les dispararía a los que intentaran entrar. Y luego ya no lo intentarían más”.

A Zawatski no le caen bien los cientos de miles de personas que participaron de las Marchas de Mujeres, muchos de ellos con gorras rosas y carteles que criticaban a Trump por su alarde sobre ser capaz de “coger a las mujeres por el coño”. Este hombre no sólo no condena la misoginia de Trump sino que la aprueba: “¿Qué hombre no ha cogido a una mujer por el coño? ¿Qué hombre no ha hablado con otro sobre lo que le hizo a una mujer la noche anterior? Las mujeres también lo hacen. Somos humanos”. Su esposa Jess, de 35 años, está de acuerdo. “Es una cosa de hombres. Yo sé que James habla así con sus amigos. No culpo a Trump por decir esas cosas”.

Además, piensa que la Marcha de Mujeres “fue de lo más estúpido, porque algunas dicen que no tienen igualdad. Las mujeres pueden luchar por conseguir lo que quieran. Los hombres no se lo impiden”.

Mientras Zawatski, con los brazos llenos de tatuajes y una camiseta que pone “con tatuajes y con empleo”, hablaba con The Observer, un hombre robó una esfera decorativa (con precio de 73 euros) del escaparate exterior de la tienda. Zawatski lo vio y salió corriendo a atraparlo, obligando al hombre a dejar el objeto.

“Así está el barrio,” se queja. “Hay muchas peluquerías que no son peluquerías, no sé si me entiendes”. Y comparándose con Trump, agrega: “Yo le diría al jefe de policía ‘haz tu trabajo, sólo hazlo'”.

Hagerstown tiene un gran problema con el narcotráfico y hay muchos bares y tiendas vacíos. Sin embargo, es un desafío explicar el triunfo de Trump en esta ciudad. No es el típico pueblo sureño republicano ni el cinturón industrial de EEUU al que Trump aludió en su discurso de investidura como “lleno de fábricas oxidadas repartidas como tumbas” cuando habló de la “carnicería estadounidense”.

Por el contrario, la ciudad está en Maryland, un Estado en el que Clinton ganó con más del 60% de los votos. Es una ciudad casi bonita, con torres de iglesias y edificios históricos, con un museo de Bellas Artes en ebullición, con carriles bici y caminos de senderismo, con teatros y una oficina de turismo llena de folletos con material sobre el patrimonio de la guerra civil en la zona y los orígenes de Hagerstown a partir de inmigrantes alemanes en el siglo XVIII. Es jueves y se pueden ver a los estudiantes saliendo de una escuela de arte.

El ingreso medio anual por hogar en el condado de Washington es de 52.723 euros, sobre la media nacional pero muy por debajo de la media en el Estado de 69.245 euros. En el condado ganó Trump con el 64% de los votos, contra un 31,6% de Clinton. Es un condado rojo en un Estado azul. O, como dijo elocuentemente Al Steinbach, un agente comercial votante de Clinton de 64 años: “Para mí, Maryland es un mapa con forma de vagina: el centro azul, con los lados rojos. Bienvenidos a los Estados Divididos de América”.

Miedo de los ataques contra Trump

Steinbach, que tiene “miedo literal” de lo que puede llegar a hacer Trump, lee cada día el Washington Post y escucha la Radio Pública Nacional. “Cuando pongo Fox News y veo lo que dicen del otro lado, me escandaliza lo extremistas que son”.

A menudo se ha argumentado que en el pasado los medios de comunicación locales unían a las comunidades, estableciendo intereses comunes. Hoy, en la era de los medios de comunicación digitales y fragmentados, cada persona con un móvil es una isla. El jueves pasado, Anthony Kline, un obrero de 38 años, se sentó en un bar a mirar un nuevo vídeo de Facebook hecho por un hombre musculoso y con barba que dice estar en Irak.

El hombre, llamado Steven Gern, dice que preguntó a los iraquíes qué sucedería si él saliera a caminar por el pueblo, y asegura que le contestaron que lo cogerían, lo torturarían y lo decapitarían mientras lo filman en vídeo. Si esto es así, argumenta, ¿por qué hay que permitir a los iraquíes entrar a su país? Kline, cogiendo el móvil con su mano tatuada, afirma: “Esta es la realidad”.

Trump dijo hace poco a la CIA que está “en guerra” con los medios de comunicación. Kline, que le da al presidente un puntuación de ocho sobre diez, señala: “Los grandes medios de comunicación son absolutamente parciales. Te dicen lo que quieren que oigas o que pienses. La mayoría de la gente no tiene educación y se cree lo que le digas”.

Los defensores de Trump no sólo hacen oídos sordos al coro de indignación progresista al que se enfrenta Trump cada día, sino que lo usan para fortalecer su idea de que el presidente está atacando a la élite privilegiada y egocéntrica. Sobre la Marcha de Mujeres que se realizó el día después de la investidura de Trump, Kline opina: “Son una panda de niñatos progresistas que están acostumbrados a salirse con la suya. Son como niños caprichosos a los que nunca se les negó nada. Una vez que alguien les dice que no, no saben qué hacer”.

Del otro lado de la ciudad, Marlon Michael, de 50 años, todavía tiene el cartel de “Hacer a Estados Unidos grande otra vez” en la puerta de su casa, un dúplex con paredes de vinilo y un mástil con la bandera estadounidense en la puerta. “El país iba de mal en peor y el resto del mundo ya no nos respetaba”, indicó. “Trump prometió que las cosas volverán a ser como antes”. ¿Cuál es su evaluación del presidente hasta ahora? La respuesta de Michael sería impensable en alguien de Manhattan: “Lo está haciendo estupendamente. Está haciendo todo lo que dijo que haría y a un político no se le puede pedir más que eso”.

Los demócratas, los activistas y analistas periodísticos han criticado el decreto de Trump que prohíbe el ingreso al país a ciudadanos de siete países mayoritariamente musulmanes, tanto por el caos que provocó su puesta en práctica como por las siniestras ideas que lo sustentan. Chuck Schumer, líder de la minoría demócrata en el Senado, afirmó: “Esta noche, la Estatua de la Libertad tiene lágrimas en el rostro”. Incluso muchos republicanos se han estremecido con la medida.

Un sondeo de Reuters/Ipsos concluyó que el 31% de los participantes dijo que el decreto lo hacía sentir “más seguro”, mientras que el 26% se sentía “menos seguro”. Otro 33% dijo que daba igual y el resto dijo que no sabía.

Sin embargo, algunos votantes de Trump como Michael, un exmarine que ahora trabaja en la construcción, lo apoyan a tope. “Esto se tendría que haber hecho hace ocho o doce años, o después del 11-S”, dijo. “Durante los últimos ocho años tuvimos un presidente que se tomaba a la ligera el problema de los musulmanes. Uno cierra la puerta de su casa para que no entre cualquiera, y es lo mismo con el país. Estamos cerrando las fronteras para que no entre cualquiera a sembrar el caos”.

Michael también mira Fox News. Lleva una camiseta de los Dallas Cowboys con una imagen de una mano cerrada con el dedo mayor en alto. “CNN da muchas noticias falsas sobre Trump y él lo dice”. Y no le ha caído nada bien la Marcha de Mujeres. “Fue estúpido de cojones. ¿Para qué lo hicieron? ¿Quieren más privilegios? Las mujeres ya tienen derechos iguales a los hombres. Pero seguirán molestando hasta el fin de los tiempos”, dice.  Michael da a Trump un puntuación de nueve sobre diez. “Mi única queja es que no me gusta que esté tan pendiente de Twitter”.

Las elecciones han demostrado que, a pesar de que Barack Obama haya dicho que no es así, hay estados rojos (republicanos) y estados azules (demócratas) en Estados Unidos. Pero también hay condados azules y condados rojos. Una de las grandes divisiones entre votantes fue entre quienes tienen estudios universitarios y quienes no tienen: según FiveThirtyEight, a Clinton le fue mejor que a Obama en 2012 en 48 de los 50 condados con mejor nivel educativo del país, pero le fue peor que a Obama en 47 de los 50 condados con nivel educativo más bajo, una de las claves de su derrota.

Los primeros días de Trump en la Casa Blanca han hecho poco para reducir la grieta. Cada bando analiza las medidas del presidente, sus declaraciones y sus gracias a través de un cristal opuesto. Sentada en una cafetería de Hagerstown, Christianne Smith, una estudiante afroamericana de 20 años, le da un puntuación de 2 sobre 10. “No tiene experiencia ni está apto para el puesto”, asegura. “No trabaja por los intereses del pueblo estadounidense. No entiendo cómo llegó a ser presidente. Quizás es porque yo no fui a votar. Así que es culpa mía”.

Traducido por Lucía Balducci

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