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The Guardian en español

Los extremistas de Charlottesville y Barcelona tienen algo en común

Mensajes de paz y afecto en el suelo de la ciudad condal

Jason Burke

Esta semana, decenas de analistas y autoridades se pasarán días sentados frente al ordenador o hablando por teléfono realizando investigaciones paralelas sobre jóvenes de la misma edad pero provenientes de contextos totalmente diferentes. Muchos de estos investigadores pertenecerán a organizaciones de tres letras –la CIA, el FBI, el MI6, MI5, etc.– en Estados Unidos, Reino Unido o Europa. Buscarán pistas para intentar lograr uno de los objetivos más urgentes del mundo: comprender el extremismo.

Un grupo de investigadores analizará la historia de Younes Abouyaaqoub, el joven de 22 años que conducía la furgoneta que embistió a una multitud de turistas en Barcelona el pasado jueves por la tarde, asesinando a 14 personas y dejando decenas de heridos. Los otros intentarán rearmar la historia de James Fields, el joven de 20 años acusado de asesinar una mujer durante una concentración neonazi en Charlottesville, Virginia, el 12 de agosto.

Lo primero que necesitamos es advertir que Fields y Abouyaaqoub son personas muy diferentes, que siguieron caminos de violencia dispares. Crecieron a miles de kilómetros uno del otro, en circunstancias totalmente distintas.

En líneas generales, el extremismo violento del yihadismo y de la extrema derecha son fenómenos muy diferentes. Por más repugnantes que sean sus ideas, Vanguard America está muy lejos de ser el Estado Islámico, que es responsable del sufrimiento de millones de personas y ha asesinado a decenas de miles de personas en el mundo islámico y occidental. Tampoco Fields es un Mohamed Atta, el terrorista líder de los secuestradores de aviones que mataron a 3.000 personas en los ataques a Estados Unidos en 2001. Por suerte, no hay un Osama bin Laden o un Abu Bakr al-Bagdadi de la extrema derecha.

Los estudios han revelado diferencias importantes en los perfiles de los islamistas y los militantes de extrema derecha y sus comportamientos una vez se han radicalizado, pero aún así tienen algunos puntos en común. Hay muchas investigaciones que hablan de posibles factores sociales que pueden hacer que un individuo sea vulnerable a caer en las redes de las ideologías extremistas. Un elemento recurrente en el caso de los yihadistas es tener un padre ausente o distante. Un estudio reciente señala que es común que los extremistas de derecha tengan relaciones conflictivas con sus madres. La madre de Fields llamó a los servicios de emergencias dos veces porque su hijo la atacó o amenazó.

Está claro el importante papel de Internet, así como el rol de los grupos de individuos ya comprometidos con la causa que pueden transformar el entusiasmo vacilante de un nuevo recluta en compromiso empedernido. También hay coincidencias a nivel ideológico, si uno mira más allá de las diferencias obvias.

Oposición a la autoridad y células pequeñas

Un elemento en común es el rechazo a la autoridad, ya sea a un Gobierno electo o, en partes del mundo islámico, a un monarca. Los gobiernos deben poder derrocarse si se interponen en el orden de los justos y los fieles, dijo Sayid Qutb, padre del pensamiento yihadista moderno, a principios de los años sesenta. La extrema derecha también ve a los gobiernos como traidores de su imaginada comunidad, definida por su “raza” y a veces también por su religión, cuya autoridad rechazan y contra la que a veces se resisten.

Ambos grupos creen que sus comunidades se enfrentan a amenazas existenciales que obligan a sus individuos a “resistir”. Los datos demográficos se ciernen sobre los supremacistas blancos que hablan de la posibilidad, mencionada en el censo de Estados Unidos de 2008, de que en 2050 las minorías sumen más del 50% de la población del país. Los neonazis que fueron a Charlottesville marcharon con banderas con esvásticas y gritaban: “Los judíos no nos reemplazarán”.

Los islamistas están convencidos de que el belicoso mundo occidental hace 1.000 años que está decidido a explotar y humillar a todos los musulmanes del mundo. Además, ambos grupos coinciden en algunas formas de resistencia. En 1983, cuando el FBI realizaba una fuerte presión sobre los grupos de extrema derecha, el racista blanco Louis Beam publicó un manifiesto en el que llamaba a una “resistencia sin líderes” contra el gobierno estadounidense. Beam, que formó parte del Ku Klux Klan y del grupo Naciones Arias, dijo a sus seguidores que sólo un movimiento basado en “células de resistencia muy pequeñas o incluso individuales… podrían combatir al Gobierno más poderoso del mundo”.

Más de 20 años después, un sirio llamado Mustafa Setmariam Nasar, conocido como Abu Musab al-Suri, publicó una serie de escritos en una web extremista, planteando una nueva estrategia. Su máxima era “principios, no organizaciones” y hablaba de células individuales que atacaran objetivos en todo el mundo, con textos en internet como guía de instrucciones.

Finalmente, ambos extremismos se basan en retorcidas interpretaciones de la historia. España ha sido foco del terrorismo yihadista porque están obsesionados con Andalucía. Al Andalus es el símbolo del declive de los grandes imperios musulmanes que durante mucho tiempo fueron más ricos, poderosos y sofisticados que los occidentales. Este sentido de pérdida es la raíz de los intentos de reinstaurar el califato como una superpotencia que pueda devolver la dignidad a la umma, la comunidad de creyentes del islam en el mundo, como alguna vez explicó Al Bagdadi.

¿Hay un equivalente del califato para la extrema derecha? En Estados Unidos, la Confederación se le acerca mucho. No en términos de realidad histórica, ni siquiera como proyecto actual, sino como símbolo mítico de traición, de convicción de que lo que podría, y de hecho debería, haber sido, según los extremistas.

Estas visiones alteradas de la historia forman el paralelismo más poderoso y peligroso entre los extremistas islamistas y los de extrema derecha. El Estado Islámico está tratando de restablecer un relato para convertir lo que acaba de ser la pérdida de su reciente califato y su derrota militar en un nuevo llamamiento a las armas. Muchos expertos creen que surtirá efecto e inspirará a nuevos seguidores, incluso cuando el grupo haya dejado de existir como fuerza real.

La sensación de agravio que viene cuando se percibe una pérdida o una derrota es el alma del extremismo. De esto se deduce que los radicales de extrema derecha no son realmente peligrosos cuando, como ahora, están convencidos de que el momento histórico está de su lado, sino cuando se sienten en decadencia. Donald Trump no va a estar en la Casa Blanca para siempre. El actual clima favorable para los neonazis no durará mucho.

Todavía no hemos llegado a ese punto pero sabemos que llegará en los próximos años. Sin embargo, no debemos confiarnos en que verlos en decadencia sea un signo de victoria, sino que será indicador de que aún quedan por librar las batallas más difíciles.

Traducido por Lucía Balducci

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