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The Guardian en español

La crisis financiera y las divisiones internas debilitan a los talibanes

Una familia deja el distrito de Nad Ali, en la provincia de Helmand, Afganistán

Jon Boone / Sami Yousafzai

Karachi —

Los talibanes afganos se enfrentan a una fuerte crisis financiera. Sus donantes ya no quieren financiar una insurgencia cuyas víctimas son cada vez más civiles que tropas extranjeras, según cuentan varios miembros del movimiento. Rahmatullah Kakazada, que fue un importante diplomático en el régimen talibán, explicó a the Guardian que los talibanes están en una posición financiera cada vez peor a pesar de haber cosechado importantes éxitos en el campo de batalla en el último año.

“La guerra se ha hecho impopular por culpa de la mala publicidad sobre bajas civiles”, asegura. “Aquellas personas que dan dinero no quieren gastarlo en minas que matan niños”. Durante mucho tiempo, los talibanes han obtenido financiación de simpatizantes en de la región, entre los que destacan ricos empresarios afganos y árabes del Golfo.

Pero ahora los fondos del movimiento están tan debilitados que algunos de sus heridos más graves no pueden acudir a hospitales privados de Pakistán porque no pueden pagar sus facturas, según fuentes talibanes. Kakazada cuenta también que la salida de la mayor parte de las tropas de combate extranjeras en 2014 y los estallidos de sangrientas luchas internas entre grupos rivales talibanes han debilitado la legitimidad de una guerra que los talibanes todavía retratan como una batalla contra “la ocupación extranjera”.

Aunque no ha participado en estos 15 años de insurgencia, Kakazada se mantiene cerca de los líderes del movimiento. Sus opiniones son similares a las de los dirigentes talibanes en activo que hablaron con the Guardian. Una figura clave de los talibanes cuenta que al principio las donaciones se hundieron después de que en julio del año pasado se anunciase que el fundador de los talibanes, el mulá Omar, había muerto unos años antes.

Este año, la muerte de su sucesor, Akhtar Mansur, en un ataque con drones estadounidenses dañó todavía más la financiación del movimiento. Mansur, un hombre de negocios bien conectado, era el encargado de realizar acuerdos con muchos de los donantes.

La otra principal fuente de financiación de los talibanes, los impuestos sobre la actividad económica en las áreas bajo su control –especialmente la enorme economía del opio en el sur de Afganistán– también ha sido interrumpida por los enfrentamientos.

En verano, el líder actual del movimiento, Haibatullah Akhundzada, un especialista de la ley islámica ridiculizado en algunos sectores por su falta de experiencia en combate, se enfrentó con Ibrahim Sadar, el líder del consejo militar, que está ubicado en el enclave rico en opio de Helmand.

Una fuente talibán dijo que Ibrahim desafió las demandas de enviar efectivo a la shura de Queta, nombre con el que se conoce a la dirección talibán, y en una carta insultó a Akhundzada por vivir a salvo en Pakistán. La zona de “Helmad solía enviar muchos fondos a la shura de Queta durante la era de Mansur, pero Ibrahim ha frenado los envíos de dinero y en su lugar ha dicho a Akhundzada que se mude a Helmand”, aseguró un oficial de inteligencia talibán.

Kakazada también explicó que hay un acuerdo generalizado entre las figuras destacadas de la organización de que los talibanes deben intentar negociar y finalizar el conflicto abierto con el gobierno afgano, aunque es algo que muchos de sus combatientes no comparten.

“Los soldados que están sobre el terreno no tienen ni idea, pero el 90% de las personas que ocupan puestos en la dirección cree que no se va a planificar y no vamos a repetir de nuevo lo que sucedió en los 90”, cuenta, refiriéndose a la anterior conquista talibán de casi todo el país. Dice que algunos de los recientes éxitos talibanes, como la conquista de la ciudad de Kunduz, no significan que el movimiento pueda ganar una victoria militar total.

“Para la operación Kunduz los talibanes se prepararon durante un año para tomar la ciudad solo por una semana. Afganistán tiene 34 provincias, por lo que le llevaría 34 años controlar el país solo una semana”, asegura. “No tenemos la fuerza pero el gobierno tampoco puede ganar. Estamos en un punto muerto pero vamos a utilizar todas nuestras energías para luchar y no pensar en la paz”.

Una facción está a favor de la paz

Kakazada asegura que hay un fuerte lobby a favor de la paz dentro de los talibanes, también bajo el liderazgo de Mansur, al que algunos analistas consideran un negociador intransigente durante las conversaciones de paz. “Sabía que la guerra no estaba entre los intereses de Afganistán y hablaba en serio sobre empezar un diálogo entre afganos”.

En 2013, Mansur respaldó una estrategia diseñada por Kakazada que pedía diálogo con el gobierno afgano y esfuerzo por “encontrar un entendimiento” con la comunidad internacional. Pero Mansur se retiró de un proceso negociado en Pakistán después de mantener solo un encuentro con los representantes del gobierno de Kabul, mantenido en el puesto montañoso de Murree, en Pakistán, en julio de 2015.

Kakazada insiste en que ni Mansur ni ninguna de las destacadas figuras de los talibanes permitiría ningún proceso de paz que estuviese dominado por Pakistán, un país que al mismo tiempo es un socio esencial de los talibanes y fuente de un extendido resentimiento y sospecha. “Los talibanes quieren alejarse de la influencia de Pakistán para ganarse el respeto entre los afganos. No quieren dar la impresión de que están siendo forzados a mantener conversaciones por el interés de otros”.

Una oleada de detenciones de dirigentes talibanes en la ciudad de Queta y sus alrededores se ha considerado un intento por parte de Pakistán de hacerse con el control del movimiento.

Al parecer, el mes pasado Pakistán se alarmó cuando diplomáticos talibanes mantuvieron conversaciones sin el conocimiento de Islamabad con el jefe de la inteligencia afgana en Qatar, el Estado del Golfo donde el movimiento ha establecido una presencia que se escapa de la influencia de Pakistán.

Según Kakazada, tales tácticas de presión habían hecho a Pakistán cada vez menos popular entre los talibanes y que el país estuviera “yendo irremediablemente hacia el aislamiento”. “Los arrestos no son una solución que los talibanes vayan a aceptar. Pakistán puede facilitar pero no interferir”.

El nivel de enfado entre los miembros de los talibanes hacia Pakistán se dejó ver el mes pasado en una carta escrita por Syed Mohammad Tayyab Agha, el antiguo director de la sede talibán en Qatar, dirigida a Akhundzada.

Agha exigió que los talibanes reduzcan la violencia drásticamente en Afganistán y corten todo tipo de vínculo con la inteligencia de Pakistán. También dijo que la cúpula de los talibanes debería abandonar su santuario en Pakistán. “¿Cómo puede la cúpula de los talibanes, ahora apostada en Pakistán, pedir que la gente en Afganistán o en cualquier otro lugar les prometa lealtad?”, escribió Agha según informó Radio Free Europe, que consiguió la carta.

“Para ser capaz de tomar decisiones independientes, tú, los miembros de la cúpula del consejo y los directores de nuestras diferentes comisiones deben salir de Pakistán. La presencia en Pakistán de nuestros líderes e instituciones implica que Pakistán pueda imponer cosas contra los intereses de nuestro movimiento y de Afganistán”. Sin embargo, Kakazada rechazó esta idea por ser poco práctica. “Si salimos de Pakistán, no sobreviviremos ni una semana”.

Traducido por Cristina Armunia Berges

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