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“Mi generación sacudirá los cimientos del régimen de Corea del Norte”

Un desfile durante la Fiesta de los Trabajadoresel pasado 25 de febrero.

The Guardian

Maeve Shearlaw —

Sungju Lee está convencido de que una generación de norcoreanos, tan familiarizados con el dólar estadounidense como Kim II Sung, podría hacer temblar los cimientos del país. El joven desertor, de 28 años, se refiere a los que nacieron a partir de 1990 como “la generación del libre mercado” y afirma que su consumismo desencadenará en los próximos 20 años profundos cambios sociales y económicos en un país que ha apostado por el comunismo y el hermetismo.

Lee cree que el capitalismo ha sido un poderoso referente en las vidas de estos jóvenes, que sienten nostalgia del estilo de vida bajo “el primer dictador”, cuando Corea del Norte era un país nuevo y todavía no había sufrido periodos de hambruna generalizada. En cambio, el sentido de patriotismo se está diluyendo.

Lee, que huyó del país en 2002 y estudia en el Reino Unido, indica que la transformación del país no se producirá como consecuencia de un rechazo al mensaje del régimen “nosotros contra el resto del mundo” sino por el hecho de que este tipo de discurso ya no es lo suficientemente potente como para contrarrestar el atractivo de los mercados. “Los jóvenes de mi generación odian Estados Unidos pero aman el dólar estadounidense. Odian Japón pero aman el yen. Algunos odian China pero aman el yuan”, enumera.

Cita el ejemplo de las reformas impulsadas en 2009, diseñadas con el fin de acabar con el creciente poder del sector privado y revitalizar el socialismo. En su opinión, las reformas “fueron un grave error” y solo demostraron que Corea del Norte “no puede controlar el libre mercado”. Todo parece indicar que esta generación está mejor informada de lo que sucede en el resto del mundo, y dispone de películas, DVD y teléfonos móviles de contrabando.

Bandas callejeras

Cuando Lee tenía 12 años, su padre, un ex guardaespaldas de Kim Il-Sung, desertó. Poco después, su madre lo abandonó y las calles del noreste de la ciudad de Hwasong se convirtieron en su nuevo hogar. Lee dice que hizo lo “normal” en esas circunstancias para sobrevivir: formó una banda con otros chicos y “dormía en la estación de ferrocarril. Robaba carteras y me metía en peleas todos los días. Dos amigos míos murieron en la calle”, recuerda.

En un pasaje de su libro, Every Falling Star (Todas las estrellas fugaces), que se publicará en septiembre, el desertor describe cómo vive un niño abandonado en Corea del Norte:

“Se acercaron a nosotros, cargados con tubos de metal y botellas rotas. Me sumergí en un mar de brazos que se movían sin parar. Mi mente no podía ir tan rápido como mi cuerpo, así que dejé de pensar y, siguiendo los consejos de mi maestro de Taekwondo, y dejé que la técnica tomara el relevo.

Podía oír el ruido de un puño golpeando carne humana y empecé a dar patadas a todo lo que se cruzaba en mi camino.

Entonces vi la sangre. Vi la sangre en los rostros de mis hermanos y en sus camisetas. Eso hizo que atacara con más fuerza. Llenaba mi camiseta de piedras y las oía chocar contra mis huesos. Mucho más tarde, mis hermanos me dijeron que parecía sobrehumano“.

A los 14 años fue detenido por los “Sang mu”, funcionarios públicos, y llevado a un refugio para niños sin hogar. La institución obligaba a los niños a limpiar las calles y hacer otro tipo de tareas para el régimen. Lee compara la experiencia con “estar enterrado en vida”. “La gente se moría y la teníamos que enterrar con nuestras pequeñas palas. Trabajábamos sin parar y la comida era horrible. Durante la temporada de patatas solo comíamos patatas y durante la de rábanos, rábanos”, explica.

El 23 de octubre de 2002, la vida de Lee, que tenía 16 años, dio un giro tan sorprendente como radical. “Nunca olvidaré esta fecha porque ha sido clave”, indica. Le ofrecieron la posibilidad de huir del país y convertirse en el primer norcoreano matriculado en la Universidad de Warwick, en el Reino Unido.

Pasaporte falso

Un hombre que actuaba como intermediario le entregó una carta de su padre. Decía: “Hijo, estoy en China y tengo una buena vida. Ven”. “Ese hombre me dijo que era el mejor amigo de mi padre pero lo cierto es que lo hacía por dinero”, explica Lee. Le dio un pasaporte falso que le permitía volar a Corea del Sur unos días más tarde.

Como muchos otros desertores, necesitó una década para asimilar su nueva vida y superar “una fuerte crisis de identidad. Mis hermanos y hermanas coreanos me trataban como si fuera extranjero”. “A muchos desertores les avergüenza hablar con acento norcoreano, nunca habían salido del país y no saben cómo comportarse y temen equivocarse”, explica.

También indica que los coreanos tienen muy interiorizada la noción de “comunidad” o de grupo: “Si una persona tiene una opinión distinta a la del resto de la comunidad, lo denuncian”.

Lee estudia un master en la Universidad de Warwick, con la ayuda del gobierno británico. Cuando lo termine quiere hacer un doctorado sobre la unificación de las dos Coreas: uno de los desencuentros diplomáticos más antiguos. “Solo así podría regresar a casa y ver a mis amigos”, concluye.

 Traducción de Emma Reverter

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