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The Guardian en español

Huir de Faluya: la historia de la familia iraquí que abandonó su ciudad cinco veces

Imagen de archivo de Faluya

Mona Mahmood

Bagdad —

Esta es la familia Issawi. Son de Faluya. O, al menos, lo eran.

Faluya era una ciudad tranquila y en ella vivían familias que estaban muy unidas, funcionarios y hombres de negocios. Polvorienta en verano y fría en invierno, era una ciudad más, con sus palmeras de dátiles y sus huertos con árboles frutales, muchas mezquitas y casas bajas.

“La vida era fácil y agradable”, recuerda Reema a-Issawi, integrante de un gran clan familiar formado por más de 40 personas; hermanos, hermanas, tías y tíos, primos y abuelos, que durante generaciones han vivido en esta ciudad; situada a 65 kilómetros de Bagdad.

Los lugareños se sentaban en la orilla del río Habbaniyah o daban paseos por el campo; así transcurría la plácida vida de los 300.000 habitantes de una ciudad situada cerca de una de las grandes capitales del mundo árabe.

“Tenía muchas casas a las que ir ya que las casas de mis tías y de mis tíos están cerca las unas de las otras”, indica Reema. “No teníamos problemas de dinero ni de inseguridad, y si teníamos algún percance, los jeques se reunían para solucionarlo”.

Todo cambió cuando estalló la guerra. A pesar de que todas las ciudades del país han tenido que soportar las crueldades del conflicto, Faluya simboliza la catástrofe más absoluta.

Desde 2004 los Issawi se han visto obligados a abandonar sus casas en al menos cinco ocasiones. Primero, el enemigo fue Estados Unidos, después, el gobierno iraquí y más tarde, ISIS. Los militantes del ISIS fueron expulsados de la ciudad el pasado verano.

Muchos hombres de la familia fueron abatidos a tiros, murieron en bombardeos o se convirtieron en víctimas de desapariciones forzosas. Las mujeres de la familia, tres generaciones, se han acostumbrado a hacer el polvoriento trayecto que, con sus peligrosos puestos de control, lleva a Bagdad. En cuanto a los niños, la vida les ha enseñado que la paz se desvanece en el momento menos pensado; junto con su hogar y muchos de sus conocidos.

“Los niños no entienden esta situación y preguntan por sus padres constantemente”, explica Reema. “Cuando visitan la tumba de sus padres siempre juegan a tenderse en el suelo como si fueran un hombre muerto”.

Ahora que los lugareños empiezan a regresar a una ciudad que ha sido destruida, los miembros de la familia Issawi que todavía están vivos tienen que tomar una decisión: o regresan a sus casas destruidas y se arriesgan a tener que abandonarlas en un futuro, o asumen que nunca más regresarán a su ciudad.

1991

Las fuerzas de la coalición bombardean “la ciudad de las mezquitas”.

Debido a su cercanía con la capital, Faluya y sus habitantes, suníes en su mayoría, son golpeados por las fuerzas de la coalición liderada por Estados Unidos durante la Primera Guerra del Golfo, cuyo propósito era dar una lección a Saddam Hussein, que había invadido Kuwait. Más de 200 civiles murieron cuando unos misiles que debían destruir un puente sobre el río Éufrates terminaron cayendo sobre los mercados más concurridos de la ciudad.

Entonces Reema tenía un motivo para ser feliz: se iba a casar e iba a dejar la ciudad.

Su futuro marido, Ibrahim, un primo por parte de su madre, vivía en una gran casa en Bagdad junto con su familia. Las dos ciudades están a poca distancia la una de la otra pero, no obstante, la vida de Reema iba a experimentar grandes cambios. Iba a dejar su ciudad, con sus calles limpias, sus residentes afables y sus tiendas llenas de productos locales a un precio económico, y se iba a mudar a la capital.

Han pasado 25 años, pero sigue recordando qué le gustaba de Faluya y cómo era esa vida “fácil y agradable” que ahora se ha evaporado.

“El río Éufrates tenía destellos plateados cuando hacía viento, y de las redes de los pescadores salían los pescados más sabrosos del país”, recuerda. “Los huertos de Faluya estaban repletos de granadas, manzanas y naranjas”.

“No había forasteros. Todos nos conocíamos y nos enorgullecía el hecho de que no había familias pobres, ya que las familias más ricas ayudaban a las menos favorecidas”, afirma Reema. “Era una ciudad conocida por su generosidad. Los restaurantes de Faluya eran distintos a los de otras ciudades de Irak; con raciones muy generosas de comida y bastante económicos. Los lugareños trataban a los recién llegados como a sus invitados”.

A los 17 años, Reema dejó Faluya y a su madre, su padre, dos hermanos, cinco hermanas, tres tíos y a sus familias, sin pensar que una década más tarde volverían a vivir juntos, en una circunstancias mucho más difíciles.

Abril-noviembre de 2004

Tras la invasión de Irak liderada por Estados Unidos en 2003, Bagdad se convirtió en el trofeo y Basora, en un reto. Sin embargo, Faluya rápidamente se convirtió en la ciudad más incómoda. Cuando en abril de 2003 los soldados estadounidenses mataron a manifestantes en Faluya, la oposición no hizo más que crecer, y Faluya pasó a simbolizar todo lo que las fuerzas estadounidenses querían aniquilar.

En abril de 2004,después de una sucesión de ataques aéreos, la mitad de la población tuvo que huir. Entre ellos, la familia de Reema.

Más de 20 adultos y 10 niños se refugiaron en la casa de Reema en Bagdad, donde vivía con Ibrahim y sus cinco (más tarde seis) hijos. Aunque era una casa espaciosa, albergar a tantos familiares fue complicado. Una mezquita cercana les proporcionó camas y mantas. Cuando 25 días después se acordó una tregua en Faluya, la familia regresó a esa ciudad.

Sin embargo, la calma duró poco. Las fuerzas estadounidenses regresaron en noviembre y la ofensiva fue brutal. Faluya atraía a la resistencia armada y cientos de combatientes armados se escondían en los hogares de la población. Estados Unidos lanzó la ofensiva urbana más agresiva desde la guerra de Vietnam. Más de 100 soldados de la coalición perdieron la vida en el fuego cruzado y más de 600 resultaron heridos.

En esta ocasión, los Issawi no lograron ponerse de acuerdo sobre la conveniencia de irse o quedarse. Muchas mujeres y niños de la familia huyeron a Amiriyat Faluya, situada a unos 20 kilómetros de la ciudad. Algunos tíos y primos se refugiaron en Bagdad. De hecho, el 90% de los habitantes de la ciudad optaron por huir ante la inminencia del ataque.

El padre de Reema, Ali Jassim, y sus hermanos Ziyad y Muneer se quedaron. Los hermanos tenían una carnicería en uno de los mercados de la ciudad. Creían que podían refugiarse en las afueras de Faluya si la situación empeoraba. Y eso fue lo que más tarde hicieron.

Las fuerzas estadounidenses intensificaron su ofensiva por tierra y aire, y la mitad de las casas resultaron destruidas o dañadas, así como decenas de mezquitas y escuelas.

Dos semanas más tarde, Ziyad y Muneer se reunieron con sus mujeres y sus hijos en Amiriyat Faluya. Sin embargo, el padre de Reema y su tío, Sadiq, se quedaron en la ciudad. A finales de noviembre de 2004, el Comité de Socorro Iraquí encontró el cuerpo de Ali Jassim bajo los escombros.

“Se ha convertido en una especie de deuda que los ciudadanos de Faluya tenemos que pagar; un hombre o dos con cada nueva ola de violencia”, lamenta Reema: “Mi padre y mi tío Sadiq, así como los dos hijos de este, Thamer y Jaber, querían aguantar hasta el final de la ofensiva, pero los misiles estadounidenses no hacen ninguna distinción entre combatientes y civiles, así que fueron alcanzados por un misil y fue muy difícil recuperar lo que quedaba de sus cuerpos”.

Julio de 2005

Faluya no tiene el monopolio de la tragedia y las masacres. Reema estaba embarazada de su sexto hijo cuando un grupo de milicianos chiíes uniformados como si fueran policías irrumpieron en su casa en Bagdad buscando a su marido y a su cuñado.

“Eran muchos hombres e iban cargados con rifles, uno de ellos se cubría la cara con una máscara, creo que no era más que un delator”, recuerda. “Les dijo que en la casa debían encontrar tres hombres y les expliqué que mi cuñado y su hijo no estaban en casa y que solo encontrarían a mi marido”.

Quisieron saber de donde era su marido. Les dijo que de Faluya. Fue una sentencia de muerte. La casa estaba a oscuras, salvo por la luz de las linternas de los hombres armados, que subieron a la habitación del matrimonio y se llevaron a Ibrahim. Uno de los hombres se giró hacia Reema y le espetó: “si nos sigues, te mato”.

Esa noche, unos doce hombres sunís fueron detenidos en el barrio. A la mañana siguiente se encontraron algunos de los cadáveres, que habían sido tirados en una zona remota situada en el Este de Bagdad. Reema nunca ha encontrado el cadáver de su marido.

En esta ocasión, la familia no dejó Faluya por la guerra sino por el dolor. Fueron a Bagdad para acompañar a Reema en el duelo de su marido. Gracias a la generosidad de sus familiares y vecinos, Reema encontró un sitio en el que alojarse con sus seis hijos. Desde entonces, lleva una vida sencilla y prepara pasteles de carne para que sus hijas puedan ir a la escuela; gana unos 50 euros semanales. También hace todo tipo de recados y trabajos para los vecinos.

“Algunos familiares y vecinos se ofrecieron a pagar el alquiler de una casita que encontré en el mismo barrio donde vivíamos, pero solo durante un mes o dos. Luego tenía que encontrar un trabajo y mantener a mi familia”, explica.

Un año más tarde, su familia fue indemnizada por la destrucción de su casa en Faluya y pudo reconstruirla. Luego llegaron varios años de tensión. Algunas de las mujeres de la familia se fueron a casa de Reema en 2007 cuando su cuñado fue asesinado y ella se quedó sin un techo durante un corto espacio de tiempo. Los hombres de la familia no las siguieron porque durante las guerras sectarias Bagdad se convirtió en una ciudad extremadamente peligrosa para los hombres.

El despliegue de más soldados estadounidenses en 2007 consiguió frenar la violencia, pero su retirada en 2010 y el traspaso de poder a las autoridades iraquíes, dieron lugar a un nuevo tipo de insurgencia en el llamado triángulo suní.

2014

A primera hora de la mañana, un vehículo en el que viajaban tres mujeres y cuatro niños se paró delante de la casa de Reema en Bagdad. El Estado Islámico estaba sacudiendo el país y había tomado el control sobre Mosul a principios de verano. Estaba avanzando hacia suroeste en dirección a la provincia de Ramadi y Faluya. Temerosos de que se volviera a desatar la violencia, los lugareños estaban abandonando sus hogares.

La madre de Reema, Zahra, y dos de sus hermanas habían huido junto a cinco niños. Sus dos hermanos, Ziyad y Muneer optaron por quedarse en la ciudad con sus hijos.

“Lo siento por mi hermana Reema, ya que tiene que alojar a 17 familiares y tiene poco espacio”, indica Samer, una de las hermanas que huyó de Faluya: “No me puedo permitir alquilar una casa para mí y mis tres hijos y, además, cuando eres de Faluya no es tan fácil alquilar una casa en Bagdad”.

“La situación es complicada. Somos tantos que si quieres ducharte tienes que esperar horas”, explica: “pero ¿qué podemos hacer? El Estado Islámico se ha quedado con nuestra casa en Faluya”.

La madre de Reema mantuvo un contacto constante con sus dos hijos para asegurarse de que estaban a salvo en Faluya. Cuando los enfrentamientos fueron a más, les suplicó que fueran a Bagdad. Los dos hermanos tenían una carnicería y compartían casa, junto con sus nueve hijos. Creían que podían huir a las afueras de la ciudad si los ataques aéreos se intensificaban.

“Los combatientes de ISIS empezaron a detener a hombres de Faluya que habían trabajado para las fuerzas de seguridad pero que luego se habían arrepentido”, indica Hana Hassan, una de las cuñadas de Reema, casada con su hermano Muneer: “Algunos hombres desaparecieron y más tarde encontraron sus cuerpos en las afueras de la ciudad. Para las mujeres cada vez era más complicado salir a comprar, ya que la policía religiosa de ISIS, la hisba, nos paraba para hacernos todo tipo de preguntas: ¿Por qué no llevas calcetines? ¿Por qué no te cubres con un velo? Al final, el ambiente era tan tenso que yo siempre llevaba hiyab”.

Los bombardeos fueron a más. Empezaban a las 11 de la mañana y continuaban cuando ya había oscurecido. Primero, los aviones de combate iraquíes lanzaban bombas racimo y después eran atacados por misiles de Estados Unidos. “La mayoría de las víctimas eran civiles, ya que los combatientes de ISIS y sus familias se escondían en los barrios más poblados de la ciudad”, explica Hana. “Muchas personas optaron por irse. Solo los habitantes más jóvenes de Faluya admiraban el discurso de ISIS. Se unieron al grupo terrorista tentados por el dinero que les ofrecieron, unos 330 euros mensuales.

La madre de Reema mandó 363 euros a sus hijos para que pudieran viajar a Bagdad. Necesitaban una autorización para cruzar los puntos de control y en varias ocasiones ISIS no les había permitido viajar. ISIS había advertido a las familias de Faluya de las consecuencias que tenía viajar a la “tierra de los infieles”, en referencia a Bagdad.

El hermano pequeño de Reema recibió un informe médico que aconsejaba que su hijo pequeño fuera operado de la vista en Bagdad. Poco después, los dos hermanos cogieron todas sus pertenencias y tomaron una carretera que conduce hasta el puente de Bazbaz, que permite cruzar el río Éufrates y acceder a Bagdad. En un punto de control, un combatiente de ISIS les ordenó que pararan y que se bajaran del vehículo.

“Esposó a mi marido y a mi cuñado”, explica Hana: “Se pensaron que colaboraban con la policía iraquí. Les dijeron que siempre que ellos pasaban por ese punto de control, eran atacados por aviones de combate”.

“De repente, los aviones de combate estadounidenses empezaron a atacarnos y los combatientes de ISIS se dispersaron. Un camión nos ofreció llevarnos. Atravesamos varios campos para esquivar los ataques y tuvimos que parar varias veces, pero finalmente llegamos al puente de Bazbaz”.

“Nos quedamos cerca del puente cinco días, esperando a que las fuerzas de seguridad nos pudieran escoltar hasta Bagdad”, explica Hana: “Mi hijo y su primo se acercaron a un soldado y le suplicaron que les dejara ir a Bagdad, ya que tenían exámenes finales. El soldado miró nuestros documentos de identidad y decidió que las mujeres y los niños podíamos pasar pero que los hombres se quedaban allí hasta que él hubiera hecho algunas indagaciones”.

Los nueve nietos, Hana y Samer llegaron a la casa de Reema, pero no los hombres. Hana le dijo a su suegra que los hombres se reunirían con ellas tan pronto como los agentes verificaran su identidad.

Sin embargo, no fue así. Reema y su madre empezaron a preocuparse. Contactaron con todas aquellas personas que podían conocer su paradero. Hablaron con un abogado, cuyas primeras indagaciones en centros de detención de Bagdad no dieron frutos.

“Estábamos preocupadas pero pensábamos que la policía los había detenido por el hecho de ser de Faluya”, explica Reema.

Pasó el tiempo. Un día, Reema tuvo noticias del abogado.

“He encontrado a tus hermanos. Lamento comunicarte que tu hermano mayor fue torturado y murió en el centro de detención”, le dijo. Reema no sabía cómo contárselo a su madre y a su cuñada, y mucho menos a los niños.

“La cabeza me daba vueltas. Respiré profundamente y corrí hacía mi madre y la abracé. Le dije que tenía que era importante que conservara la calma y que su hijo mayor, Ziyad, había muerto en un centro de detención”.

De camino a la morgue, en compañía de su madre y de su cuñada, Reema no podía dejar de pensar que fue allí donde en 2006 identificó el cuerpo de su marido, Ibrahim. Esperaba que el encargado de la morgue no pudiera encontrar el nombre de su hermano en la lista de fallecidos y que el abogado se hubiera equivocado. Volvió a la realidad cuando la acompañaron para que identificara el cadáver.

“Me aterraba la idea de entrar en la morgue”, indica: “Me estremecí al ver el cuerpo de mi hermano, le acaricié el pelo oscuro y me impresionó la herida que tenía en la cabeza, cubierta por una gasa llena de sangre. Su cuerpo estaba lleno de moretones. Le dije al empleado de la morgue que quería que me dieran un certificado que especificara que había muerto torturado en un centro de detención. Sin embargo, el hombre solo podía escribir que había muerto de un ataque cardiaco”.

Tras el entierro de su hermano en el cementerio de Adhamiyia, donde yacen cientos de hombres suníes que han muerto a causa de los enfrentamientos sectarios que se han producido en Bagdad desde 2006, Reema y su madre necesitaban saber qué le había pasado al hermano pequeño.

Lo encontraron unos meses más tarde; también con la ayuda del abogado. Cuando llegaron al centro de detención, les costó reconocerlo. Estaba muy delgado, demacrado y enfermo.

“Sueño que el más pequeño de mis hijos regresará a mi lado y que todos volveremos a nuestra ciudad, Faluya”, explica Zahra. “Reema no podrá ayudarnos indefinidamente. Lo peor ya ha pasado. He perdido a Ziyad, mi hijo mayor. Constantemente me llaman personas que me prometen que pueden sacar a mi hijo pequeño de la cárcel o conseguir que lo pueda volver a ver, me piden mucho dinero y nunca han podido demostrar que dicen la verdad”.

Septiembre de 2016

La madre de Reema, así como sus cuñadas y los niños, no han regresado a Faluya, si bien ahora ISIS ya ha sido expulsado de la ciudad. Reema sigue alojando a 17 familiares en su diminuta casa de Bagdad. Consultan distintas páginas de Facebook sobre familias de desplazados y de vez en cuando hablan con un pariente que trabaja como policía en la ciudad para saber si ya es seguro volver.

“Nuestro regreso está en el aire, solo los funcionarios y los oficiales del ejército y de la policía, y los profesores, tienen permiso para regresar a Faluya”, explica Reema. El resto de familias tendrán que esperar seis meses. El policía les contó que sus casas habían sido destruidas y que no tendrían un lugar donde alojarse si decidían regresar.

“Cuando mis cuñadas se tumban con sus hijos en la cama, piensan en el futuro que les espera si regresan a Faluya sin sus maridos y sin una casa”, indica Reema. “No es fácil dormir”.

* The Guardian ha cambiado los nombres de los distintos miembros de la familia.

Traducido por Emma Reverter

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