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Los islandeses tienen la misma sensación de estafa que en 2008

Imagen de archivo del primer ministro islandés

The Guardian

Jon Henley | Reikiavik —
  • Las revelaciones de los papeles de Panamá echan por tierra la ilusión de las reformas después del colapso bancario que dejó al país al límite: “Pensábamos que ya habíamos pasado por todo esto”

Cuando se publicó en las noticias que el primer ministro de Islandia tenía unos ahorros familiares de millones de libras en una sociedad offshore en el Caribe llamada Wintris, Jonas Haukdal, un heladero de Reikiavik, tuvo una idea. Haukdal trabaja en Valdís, la mejor heladería de Islandia en la que, como peculiaridad, se sirven unos helados enormes. Ideó una apetecible mezcla de sorbete de limón, helado de vainilla y polvo de regaliz llamado Wintris. 'Ís' significa helado en islandés. Así lo anunció la compañía en su página de Facebook.

“Lo describimos como ”algo amargo, con una alta dosis de arrogancia, mezclada con pésimas excusas“, explica en el establecimiento cerca de los muelles. ”Dijimos que era caro, pero una buena devolución de impuestos significaba que este helado tendría el mismo precio que los otros. Aunque no lo podíamos recomendar“.

Los islandeses ignoran la última parte. Haukdal hizo suficientes Wintris como para servir 500 porciones y empezó a venderlo el pasado lunes. El martes por la tarde, cuando el primer ministro Sigmundur Davío Gunnlaugsson dimitió al convertirse en el primer dirigente víctima de los papeles de Panamá, ya había vendido todos.

“La gente venía porque estaba furiosa”, comenta Haukdal. “Pensábamos que ya habíamos pasado todo esto, ¿sabes? Pensábamos que habíamos dejado atrás los escándalos, que sabíamos como era ser ético de nuevo”, lamenta. “Y luego nos encontramos con que nuestro primer ministro tiene dinero en un paraíso fiscal y se lo calla. Fue como una traición y muy vergonzoso”.

Los islandeses tenían muchas razones para estar enfadados cuando se enteraron de que Gunnlaugsson y su mujer habían comprado Wintris en 2007 para guardar millones de libras de bonos de los tres mayores bancos islandeses. Gunnlaugsson, que transfirió sus participaciones (el 50%) a su mujer en 2009, insiste en que no violó ninguna ley y asegura que pagó todos los impuestos islandeses.

Uno de los hechos fue que Wintris perdió 2,8 millones de libras cuando los tres bancos involucrados, Kaupthing, Glitnir y Landsbanki, se hundieron con una diferencia de pocos días en octubre de 2008. Después de esto, el Gobierno de Gunnlaugsson tomó grandes decisiones sobre sus acreedores: un claro conflicto de intereses, según sus críticos.

Otra de las contradicciones es que el dirigente llegó al poder gracias a un movimiento de base llamado En Defensa de Islandia que anteponía los intereses del país a los de los 'buitres' acreedores extranjeros. Añadió también que era de vital importancia seguir con la corona y mantener el dinero en Islandia: hipocresía, protestan otros tantos.

Pero Haukdal señala que quizá lo más determinante para levantar la gran ola de indignación que despertó a 330.000 personas la semana pasada, y más de 20.000 manifestantes reunidos cada noche frente al Parlamento sea lo siguiente. Muchos islandeses habían pensado que el país estaba en un viaje de vuelta, no solo económicamente, pero sí psicológica y moralmente. Lo primero se mantenía bien; también lo segundo y lo tercero. Pero los islandeses se han dado cuenta esta semana de que quizá no todo es como pensaban.

De la pesca a las finanzas

Cuando la burbuja que siguió a la improbable reconversión desde la pesca a las finanzas internacionales estalló en 2008, las consecuencias fueron drásticas. Los bancos se hundieron con una deuda por un valor de 11 veces el PIB del país. La Bolsa de Reikiavik cayó un 97% y el valor de la corona se redujo a la mitad.

El FMI hizo su aparición. La mayoría de los negocios quebró, la inflación y el desempleo alcanzaron porcentajes de dos dígitos, una cuarta parte de propietarios de viviendas se retrasaron en el pago de sus hipotecas y la mitad de las familias se esforzaban por llegar a final de mes. Entre 2008 y 2010 los salarios cayeron más de un 10% mientras que los precios aumentaron cerca de un 40%.

Para la gente normal, muchos de los cuales habían pedido prestado alegremente en el extranjero, aquello fue “horrible, como una pesadilla, muy duro”, explica Ásgeir Guomundsson, un vendedor autónomo de tecnología de la información, cuya empresa quebró en 2009.

“Cualquiera que tuviera préstamos o una hipoteca, de repente, estaba pagando dos o tres veces más interés. La vida se volvió mucho más cara. Cualquier cosa importada costaba mucho, mucho más. Mucha gente sufrió de verdad”, recuerda.

Desde entonces, a pesar de que el coste de vida sigue siendo alto, una combinación de los controles de capital, el auge del turismo –dibujado por un escenario excepcional de capital fresco, procedente de visitantes mochileros estadounidenses y grupos de turistas japoneses– y los florecientes sectores de la energía y la tecnología de la información, han hecho que la economía se recupere. Ahora mismo el crecimiento es superior al 3% y el desempleo inferior al 4%.

Se encarceló a parte de los culpables

Islandia también hizo algo que ningún otro país hizo después de la caída: encarceló a algunas de las personas que la habían causado. Desde 2008, los tribunales de la isla han dictado unas 30 condenas por fraude, manipulación del mercado y uso de información privilegiada contra banqueros y empresarios, cuyos negocios imprudentes, agresivos y alimentados por la deuda, muchas veces escondidos en sociedades offshore, habían llevado al país al límite.

No todos los procesos han tenido éxito y muchos han terminado suspendidos o con condenas muy cortas. Sin embargo, varios dirigentes financieros del más alto nivel han sido encarcelados, alguno incluso por más de cinco años. No solo han sido encarcelados antiguos consejeros delegados, presidentes y accionistas de los tres bancos, sino también un antiguo secretario permanente del Ministerio de Economía.

Incluso el primer ministro que ocupaba el cargo en 2008, Geir Haarde, fue procesado por negligencia grave (sin éxito, aunque sí que fue declarado culpable por no reunir de urgencia al Gobierno). La gente “es más cautelosa ahora”, aseguró el fiscal especial de la investigación del colapso islandés, Óla fur Hauksson, una semana antes de las últimas revelaciones. “Hemos enviado un valioso aviso. ¿Por qué debe haber una parte de nuestra sociedad que no esté vigilada o que no asuma su responsabilidad? Es peligroso que haya individuos demasiado importantes para ser investigados. Da la sensación de que pueden estar a salvo”.

En medio de los elogios internacionales por su determinación a la hora de poner entre rejas a ciertos banqueros -y de preguntas sobre por qué otros países no hacen exactamente lo mismo– muchos islandeses empezaban a creer en que su país quizá había regresado del frío.

Por eso fue desconcertante para ellos enterarse la semana pasada de que el nombre de su primer ministro y de otros dos miembros de su Gobierno,-tal y como se supo el viernes, el exministro de Industria, el gobernador del Banco Central y otros 600 ciudadanos, aparecieron en los documentos filtrados de Mossack Fonseca en relación con los paraísos fiscales.

La élite siempre funciona de la misma manera

“Lo que hemos aprendido, lo que hemos entendido finalmente, es que nuestra élite es así. Hay unas reglas para nosotros y otras para ellos”, aseguraba amargamente Edda Eyjólfsdóttir, un manifestante a las puertas del Parlamento. Otro de ellos, Sigurborg Haraldsdóttir, protestó: “Hemos descubierto que incluso en la Islandia de después de la crisis todavía existe ese 1%. Y lo que es peor es que ellos dirigen el país”.

“[Antes de la crisis] habíamos diseñado una imagen de nosotros como una nación formada por superhombres con regusto a Nietzsche, que se elevaba más allá de sí misma para convertirse en un maestro de las finanzas mundiales”, ironiza el escritor y periodista Ragnar Tómas. “Ahora, hay un olor de esa misma ironía”, lamenta. “En el extranjero se pregona que estamos reformando la nación, que expulsamos a corruptos y encarcelamos a banqueros. Pero una vez más, nos encontramos con grandes agujeros en nuestro propio relato”.

Económicamente, diferencia Huginn Porsteinsson, filósofo de la Universidad de Akureyri, se ha recuperado de los estragos de 2008. Psicológicamente, hay todavía “mucho en lo que trabajar”. Hace un década, continua, “creíamos que estábamos ganando en esta nueva tarea, con nuestras reminiscencias vikingas y aventureras, nuestros políticos sabiendo lo que había que hacer... fue un impacto psicológico descubrir que no éramos tan fuertes”.

La semana pasada, cuenta, el país se encontró a sí mismo de vuelta a 2008: “Vimos que no habíamos resuelto todavía la inmensa desconfianza hacia los políticos, banqueros y empresarios que habíamos depositado. Nos dimos cuenta de que la gente que construyó nuestra recuperación fue la que se quedó, los que sufrieron la subida de las hipotecas, la inflación y el control de capitales mientras que la élite seguía teniendo su dinero en el extranjero”.

No es de extrañar que las encuestas de la semana pasada muestren resultados en el que el radical Partido Pirata, que hace campaña por una democracia de base y la transparencia, por la integridad y por la rendición de cuentas en política, contase con el apoyo de un sorprendente 43% de los votantes.

“Sientes, después de todo lo que hemos pasado, que hemos acabado con la corrupción antigua pero que ya ocupan otros ese puesto”, dice Nanna Baldvin, protegiéndose de la fría lluvia en una de las protestas. “Esto es peligroso. Esta vez, algo tiene que cambiar de verdad”.

Traducido por Cristina Armunia Berges

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