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The Guardian en español

Los marroquíes están cansados de ser el plató de Hollywood para imitar Irak, Somalia o el Tíbet

Parte de la película Gladiator se rodó en Ouarzazate, Marruecos.

Ruth Maclean

Conocida como “la puerta del desierto”, la ciudad marroquí de Ouarzazate es ellugar al que acuden los directores de Hollywood si quieren rodar una película bíblica o una ambientada en una zona de guerra. Gladiator, Lawrence de Arabia, Black Hawk derribado y parte de Juego de Tronos se han rodado ahí, así como innumerables películas sobre la vida de Jesucristo, como La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese.

Lejos de disfrutar en cualquier caso de la fama, algunos marroquíes están cansados de que se use su país como la copia automática de Hollywood de lugares tan dispares como Somalia, Afganistán, Arabia Saudí, Egipto, Macedonia o el Tíbet. Dicen que eso es orientalista y que perpetúa viejos estereotipos occidentales sobre el “exótico Oriente”.

La profesora marroquí Amal Idrissi cuenta que, cuando vio el taquillazo de 2014 El francotirador, le impactó reconocer la arquitectura de su país en lo que se suponía que era Irak. “Nuestras mezquitas y viviendas son muy especiales, no es Oriente Medio”, defiende. “No creo que (los cineastas de Hollywood) sepan la diferencia, no prestan atención. Es un detalle enorme, no es una tontería. Para mí es como la tierra y el cielo. Pero para ellos no es importante”.

Marruecos está a 5.000 kilómetros de Irak, pero tiene bellos paisajes desérticos, montañas y mar, mucha más seguridad, el tipo de luz adecuado para rodar y –especialmente en Ouarzazate– muchos extras experimentados. Bastantes de entre ellos se dejan barba por motivos profesionales, según Karim Aitouna, productor de Sans bruit, un nuevo documental sobre los extras de Ouarzazate.

“Cuando saben que está llegando una nueva película de Hollywood, se dejan crecer la barba”, explica Aitouna. “Es un criterio muy importante para los castings, para las películas históricas pero también para participar en películas sobre terrorismo. Todos tienen barba todo el tiempo, no porque quieran sino porque están esperando al casting”.

También muchos extras creen que saben hebreo, porque en las películas bíblicas les dan un texto y les piden que gesticulen hablándolo de fondo en alguna escena. “Pero no es hebreo real lo que hablan, es hebreo falso”, señala Aitouna.

Como se ruedan ahí tantas películas de guerra, las personas con una amputación son muy buscadas. Es el caso de Malika, una mujer de 68 años que ha participado en más de 200 películas desde los años 70 porque sabe llorar cuando se lo piden. Puede ganar hasta 80 euros al día, el doble de lo que gana un extra corriente, por llorar ante cualquier desastre que se ruede ese día.

“Papeles de terroristas y tipos malos”

Idrissi afirma que es preocupante ver su país representado tan a menudo como zona de guerra, especialmente porque se cambian pocos de los detalles: por ejemplo, los extras llevan a menudo la característica chilaba marroquí. Othman Naciri, otro cineasta marroquí, aseguró en una entrevista en PRI que los directores de Hollywood no saben mucho sobre su país o sus compatriotas, y eligen rodar ahí porque es barato, seguro y hay mucha arena. “A la gente de Marruecos se le dan papeles con el típico perfil árabe: terroristas, tipos malos, según el punto de vista estadounidense”, señala Naciri. “No estamos tan lejos del punto de vista de los western de los años 50, con el bueno, el feo y el malo”.

Saâd Chraïbi, uno de los directores más aclamados de Marruecos, indica otros inconvenientes de ser para Hollywood la localización desértica a la que recurrir. “A nivel artístico, no aporta nada”, lamenta. Aunque los técnicos pueden recibir formación y conseguir trabajo en los rodajes, apunta que “esto es un problema porque monopoliza a la gran mayoría de técnicos y se los quita a los directores marroquíes”. Chraïbi añade: “Es molesto sentirse como un país sustituto. Pero es un arma de doble filo. Por otro lado, es interesante ser una tierra que acoge proyectos que arrojan luz sobre los conflictos de los países árabes y del mundo”.

Marruecos se ha librado de las guerras civiles de Siria e Irak, y la Primavera Árabe no pasó por ahí. Pero su seguridad tiene un precio. Amnistía Internacional ha documentado decenas de casos de presunta tortura en los últimos años, y muchos críticos con las autoridades están encarcelados.

Chraïbi está contribuyendo con una industria local creciente: el Estado ayuda a financiar unas 25 películas marroquíes al año. Pero a Nabil Ayouch, quizá el director más famoso del país, le impactó enterarse de que su drama sobre la prostitución, Much Loved, fue vetado el año pasado en Marruecos por su “desprecio a los valores morales y a las mujeres marroquíes”.

Al igual que Ayouch, la productora Lamia Chraibi prefiere trabajar con películas que exploren temas marroquíes. Aunque las grandes producciones de Hollywood son a menudo nostálgicas, las considera importantes porque dan a los marroquíes pobres unos ingresos muy necesitados. “No es el Marruecos moderno, es la idea que quieren tener”, señala. “Es orientalismo: la forma occidental de ver Marruecos. Quieren seguir viéndolo como era hace 60 años. Pero sigue estando bien, ¿por qué no? Es como un estudio. No es malo, no estamos ofendiendo a nuestra imagen. Conocemos nuestro país y estamos muy orgullosos de la riqueza del país y del paisaje”.

Idrissi también está orgullosa, pero cree que ambientar tantas de las guerras del mundo en las dunas de su país es perjudicial para la dignidad marroquí, e incluso podría disuadir a los turistas de visitarlo. “No es bueno para Marruecos. La gente pensará que esto es como Faluya, y Faluya no es Marruecos”, sentencia.

Traducción de Jaime Sevilla Lorenzo

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