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¿Cómo se alcanza la paz? El histórico acuerdo de paz de Colombia puede ser una lección para Siria

Dos personas pasan este domingo frente un pintada alusiva a uno de los fundadores de la guerrilla de las FARC, en el casco urbano de Tacueyó, Cauca (Colombia)

Sibylla Brodzinsky

Bogotá —

Es infinitamente más fácil empezar una guerra que ponerle fin, especialmente cuando se trata de un conflicto tan largo que varias generaciones no han conocido la paz y la perciben como algo ajeno.

Sin embargo, los colombianos han demostrado al mundo que alcanzar la paz es posible. Tras 52 años de enfrentamientos, el gobierno de Colombia y los rebeldes de izquierda de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) alcanzaron un acuerdo para poner fin al conflicto. El lunes ha entrado en vigor un alto el fuego bilateral. El conflicto, que ha durado varias décadas, ha dejado un balance de 220.000 personas muertas, la mayoría civiles, más de seis millones de desplazados y decenas de miles de desaparecidos.

En el pasado, los numerosos intentos para alcanzar un acuerdo de paz fracasaron. Por este motivo, la gran pregunta es: ¿Cómo lo han logrado en esta ocasión y qué lecciones pueden aprender Siria y otros países en guerra?

Llega a acuerdos de paz con quien puedas y cuando puedas

Recientemente, el expresidente César Gaviria explicaba que en una ocasión su hijo le preguntó cómo se alcanzaría la paz en Colombia. “De a poco y a pedazos”, le contestó. Cerrar acuerdos con diversas facciones es como un juego de ajedrez tridimensional; los que han participado en las negociaciones para una paz en Siria entenderán perfectamente esta metáfora. Intentar que todo sea menos complejo es la clave.

De hecho, durante más de 30 años Colombia ha tenido muchos frentes abiertos en su intento por alcanzar la paz. Las Farc son uno de los muchos grupos armados que se han enfrentado al ejército. El M-19, Quintín Lame, EPL, todos negociaron con el gobierno. El AUC (Autodefensas Unidas de Colombia) una federación de grupos paramilitares de derechas, que llegó a reemplazar a un ejército debilitado en su lucha contra las Farc, se desmovilizó a principios de la década del 2000.

La ventaja de las partes es cambiante

En la década de los noventa, las Farc, que contaban con abundantes recursos procedentes del tráfico de droga, consiguieron sacarle ventaja al ejército colombiano. En un determinado momento, los rebeldes, que llegaron a ser unos 18.000, parecían estar ganando. Fue en este contexto que en 1999 el entonces presidente Andrés Pastrana decidió iniciar unas negociaciones que se mantuvieron abiertas hasta 2002, sin que se lograra ningún avance significativo.

El ejército de Colombia ya se había convertido en uno de los principales receptores de la ayuda militar estadounidense. El hecho de disponer de soldados mejor entrenados, mejores helicópteros y de nuevas formas de recabar información les permitió ganar posiciones y tener tanto peso como las guerrillas.

Álvaro Uribe gana las elecciones presidenciales en 2002 e impulsa una violenta campaña militar. Los rebeldes pierden posiciones y se esconden en zonas remotas de la montaña. Miles de guerrilleros optan por desertar. Por primera vez desde que empezó el conflicto, el ejército localiza y mata a dos de los principales líderes de las Farc.

En este punto, la experiencia de Colombia recuerda a la de la guerra de Bosnia, que durante tres años estuvo estancada en una carnicería que parecía no tener fin hasta que en 1995 la OTAN decidió intervenir, derrotar a las fuerzas serbias y garantizar un acuerdo de paz.

El liderazgo es clave

En guerras tan largas como la de Colombia, suele necesitarse una renovación generacional para que puedan surgir líderes cuyo compromiso con las negociaciones de paz sea sincero.

El fundador de las Farc, Manuel “Tirofijo” Marulanda, tuvo una muerte tranquila. Murió en su campamento rebelde en 2008, a los 78 años. Había sido el líder indiscutible de las Farc desde la fundación del grupo en 1964, después de que el ejército bombardeara un enclave campesino. Décadas después de esos ataques, el líder seguía lamentando la cantidad de pollos y de cerdos que murieron ese fatídico día. Difícilmente podría haber liderado una reconciliación.

Tras su muerte, una nueva generación de líderes, encabezada por Alfonso Cano, asumió el poder. Fue Cano quien en 2011 empezó a mantener reuniones secretas con el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos. A finales de ese mismo año murió cuando el ejército bombardeó su campamento. Su sucesor, Rodrigo Londoño, conocido bajo el seudónimo de Timochenko, decidió seguir explorando la posibilidad de un proceso de paz.

En cuanto al gobierno, Santos llegó a la presidencia en 2010. Durante los dos mandatos de Uribe las Farc sufrieron el mayor número de bajas de toda su historia. Como ministro de Defensa de Uribe, Santos había supervisado muchas de las operaciones contra la guerrilla y todos esperaban que apostara por la misma línea dura. En cambio, Santos prefirió convencer a las Farc para iniciar las negociaciones de paz.

Incentivos

Tanto las Farc como el gobierno supieron comprender que ninguno de los dos estaba ganando o perdiendo. Eso significaba que ambas partes tenían que hacer concesiones si se sentaban en la mesa de negociaciones. Establecer hasta dónde estaba dispuesto a llegar cada parte les llevó cuatro años.

Las Farc marxistas renunciaron a su petición de una reforma agraria completa y se comprometieron a romper todos los lazos con el tráfico de droga, un negocio que les había reportado cientos de millones de dólares de beneficio.

A cambio, el gobierno accedió a proporcionar a las Farc acceso al poder político y les garantizó que tendrían 10 congresistas en 2018, incluso si el partido político que creen no consigue suficientes votos en las elecciones legislativas de ese año.

Los líderes de las Farc, incluso los que ordenaron secuestros, ataques indiscriminados contra la población civil y el reclutamiento forzoso de menores, pueden librarse de años de cárcel si confiesan sus crímenes y cumplen “condenas alternativas” como servicio comunitario.

El momento

La lucha armada ha perdido popularidad en América Latina, una región que en el pasado fue la cuna de movimientos rebeldes. Hace una década, los líderes de izquierdas predominaban: en Brasil y en Uruguay, dos exguerrilleros –Lula da Silva y José Mujica– ganaron elecciones presidenciales. Hugo Chávez consolidaba su poder en Venezuela. Todas estas referencias proporcionaron a las Farc una sensación de seguridad y confianza.

El equilibrio de poderes de la región ha cambiado desde entonces. Dilma Rouseff ha sido destituida en Brasil. Chávez murió de cáncer hace tres años y su sucesor, Nicolás Maduro, se enfrenta a un país al borde del abismo. Son tiempos difíciles para la izquierda y para los revolucionarios.

Estado de ánimo

Las sociedades cambian. Llegado un cierto momento, el viejo orden parece incongruente. Un enfrentamiento que podía tener una justificación 30 años atrás puede dejar de tener sentido. Y esto es lo que ha pasado en Colombia.

En los últimos 15 años, la violencia ha bajado y la inversión ha subido. Los turistas empezaron a descubrir el país tras una campaña de publicidad internacional que explicó a los extranjeros que el único peligro que tiene Colombia si la visitas es que “tal vez no quieras irte”. Jugadores de fútbol de la talla de James Rodríguez, la cantante Shakira y la actriz Sofía Vergara son las nuevas caras que representan el país, antes representado por el narcotraficante Pablo Escobar.

Por primera vez en décadas, los colombianos se sienten orgullosos de su país. La guerra se ha convertido en algo del pasado.

Traducido por Emma Reverter

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