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Los problemas de Hillary Clinton con las votantes jóvenes

Hillary Clinton ya tiene a Sanders demasiado cerca para estar tranquila.

The Guardian

Jill Abramson —

Hace poco tiempo en Manhattan, un grupo de partidarias de Hillary Clinton se juntó para una comida en casa de la empresaria Geraldine Laybourne. Un grupo de 50 personas, la mayoría mujeres, estaba decidida a generar entusiasmo en favor de la campaña de Clinton para la presidencia. Se sentían frustradas al ver cómo ella no termina de despegar entre las votantes más jóvenes. La persona que daba la charla era Kenyatta Cheese, una joven veterana de las campañas de Obama y empresaria en Internet.

El debate de esa noche entre Clinton y Bernie Sanders, centrado en quién de los dos pertenece al establishment, era otro ejemplo de lo peligroso que resulta ser un político profesional en el actual panorama político de EEUU. Y es irritante para las mujeres con más conocimiento de la política ver a Sanders caricaturizar a Clinton como un actor del establishment que venera a Goldman Sachs. “Cuando estás en la Casa Blanca, vas a tener que relacionarte con el establishment”, dice Sarah Kovner, que tuvo un cargo en la Administración de Clinton y que asistió a la comida de Laybourne. “Es un hecho”.

Sanders puso a Hillary Clinton sobre aviso en verano, cuando nadie le prestaba demasiada atención. “Por todo el país, la gente corriente, la clase trabajadora, los jubilados están comenzando a apoyarnos porque quieren a un candidato que se enfrente al establishment”, dijo Sanders.

Durante el debate de las primarias demócratas en Carolina del Sur, leí SMS sobre Clinton de estudiantes de Harvard, donde doy clases, y luego hablé con algunos de ellos. Aunque ya se ha escrito mucho sobre las dificultades de Clinton para conectar con los votantes jóvenes, sus comentarios revelaban una sensación de tedio más preciso (sobre Clinton).

“Hillary, ¿puedes excitarnos?”, se pregunta Osaremen Okolo, una estudiante afroamericana de 21 años que apoya a Clinton, pero que “echa de menos la sensación de euforia” que sintió por Barack Obama y que ahora algunos de sus amigos sienten por Sanders.

“A los jóvenes les gusta Bernie porque habla como un revolucionario”, dice. Pero Okolo prefiere la experiencia de Clinton y sus ideas sobre igualdad de salario para el mismo trabajo y sobre la reforma de la justicia penal. “Hillary parece pragmática, que es algo que aburre a los jóvenes. Su experiencia casi supone un factor en su contra”, comenta. “Sanders parece arriesgado, incluso si ninguna de sus ideas puede llegar a convertirse en realidad”.

Romper “ese alto y durísimo techo de cristal”, como Clinton dijo de forma tan elegante en el discurso de 2008 en el que admitió su derrota en las primarias, no parece revolucionario a muchas mujeres jóvenes. La desigualdad salarial (para las mujeres) es una preocupación mayor en lo que pueden ser unas elecciones en que las cuestiones de género no funcionen como antes.

Kara Lessen es una estudiante de 23 años en su año final en Harvard que trabaja como voluntaria en la campaña de Sanders pero que apoyó hasta el final a Clinton hace ocho años: “El mensaje 'soy una mujer y por tanto tengo que votar pensando en mi útero' ya no tiene sentido. Bernie comprende cómo funciona la opresión en el sistema. Las ideas neoliberales (de Clinton) están ya bastante obsoletas”.

Conocí a Clinton en 1978, cuando era Hillary Rodham. Quedé impresionada por su talante directo y por que hablaba con párrafos perfectamente construidos. Era sin duda una activista feminista, pero pragmática. Para ayudar a su marido a volver a ser elegido gobernador (en Arkansas) después de su derrota en 1980, aceptó el consejo de Vernon Jordan y añadió Clinton a su apellido de soltera.

También ha sido una fuente periodística para mí. En los años 80, dirigía una comisión de mujeres en la Asociación de Abogados de EEUU, un colectivo completamente parte del establishment, que reclamó el ascenso de abogadas y juezas, algo que estaba comenzando a ocurrir. Aunque yo era periodista, un grupo del que ella desconfía totalmente, me facilitó información muy útil para mi primer libro sobre mujeres abogadas. 

A principios de 1993, cuando los Clinton llegaron a la Casa Blanca, yo estaba cubriendo una recepción en el Hotel Mayflower en honor de las mujeres elegidas para trabajar en el nuevo Gobierno. Ante una audiencia enfervorizada, Clinton anunció que “nunca ha habido mujeres como nosotras” en los puestos más importantes de la Administración. Estaba utilizando un lenguaje que entendían las feministas. 

En los últimos tiempos, Clinton ha hablado mucho sobre su activismo en las universidades de Wellesley y Yale. Con Sanders acercándose a ella en los sondeos de Iowa y New Hampshire, estoy esperando a que cualquier día se refiera al verano en que trabajó en un bufete de Oakland donde el principal abogado era un excomunista casado con Jessica Mitford. Pero esa es otra historia.

En un mitin en Iowa el jueves, al intentar aumentar su apoyo entre mujeres jóvenes, Clinton fue presentada por la cantante Demi Lovato. El público era de mayor edad al día siguiente en New Hampshire, cuando recibió una gran ovación en un acto de Naral Pro-Choice America que celebraba el aniversario de la sentencia Roe v Wade (en favor del derecho al aborto). Antes, Sanders había dicho que grupos como Planned Parenthood y Human Rights Campaign, que han apoyado a Clinton, “son parte del establishment”. La respuesta de Clinton llegó muy rápido: “Necesitamos a alguien en la Casa Blanca que sepa que Naral y  Planned Parenthood no son parte del establishment”.

La lucha sobre quién pertenece al establishment me recuerda a un artículo brillante de David Remnick, el director del New Yorker. Explicaba que una “generación Josué” de jóvenes líderes negros como Obama había evolucionado desde la generación Moisés de gente de más edad. Quizá estemos viendo una evolución similar con Clinton y las mujeres.

Laybourne, de 68 años, tiene la edad de Clinton, y como las mujeres que asistieron a la comida, empezó a participar en política durante la primera ola feminista. A Clinton le va bien con la generación de Layborne. Sus problemas surgen con la generación de Lenny.

Lenny es un boletín que leen mujeres jóvenes, fundado por la guionista y actriz Lena Dunham, la estrella de la serie de HBO Girls. Dunham, de 29 años, está volcada en la campaña de Clinton, a la que entrevistó para el primer número de Lenny hace unos pocos meses.

“Estoy muy frustrada con las discusiones sobre Hillary con la gente de mi edad”, me cuenta Dunham en un email. “Están tan condicionadas por el género, incluso entre mujeres; es tan claramente sexista. Nunca acusamos antes a los hombres en política de estar metidos en el establishment, de ser estirados o de ser unos egoístas. Es todo tan profundamente injusto”.

Si Clinton gana la candidatura demócrata, tendrá que hacer de puente entre las Laybourne y las que leen Lenny, como Obama hizo entre las generaciones de Josué y Moisés. Debe dar satisfacción a Okolo, una de sus partidarias en Harvard:

Hillary, ¿puedes excitarnos?

Jill Abramson da clases en la Universidad de Harvard. Trabajó durante 17 años en The New York Times, donde fue la primera mujer en ser jefe de la delegación de Washington, directora adjunta y directora.

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