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Mejor Europa, antídoto contra el terror

Atentado de Niza

Carlos Campillos Martínez y Adrián Vidales

Miembros del colectivo Con Copia a Europa —

Una mañana más Francia se despertaba entre lágrimas tras una noche de silencio y dolor. El terror ha vuelto a azotar nuestra Europa llevándose por delante al menos ochenta y cuatro vidas y dejando heridas a alrededor de una centena de personas. El país galo celebraba su fiesta nacional y todos nosotros, herederos de la Revolución del 14 de julio, hemos llorado con nuestros vecinos al ver dicha celebración transformarse en tragedia. Las causas que llevaron al atacante a cometer tal barbaridad aún no están completamente claras, como tampoco lo está su afiliación a algún grupo o célula terrorista. Sin embargo, es necesario analizar cuáles pueden ser las posibles consecuencias de este ataque no sólo para Francia, sino para todos los ciudadanos que vivimos en el continente europeo.

En el último año y medio la Unión Europea ha sufrido cuatro grandes ataques, de los cuales tres han tenido a Francia como escenario. Y decimos escenario, no objetivo, porque el objetivo no es Francia, ni son los franceses. El objetivo del terror es acabar con nuestros logros en materia de derechos y libertades, es sembrar el pánico para que renunciemos a los frutos de luchas centenarias por la tolerancia, el respeto y la convivencia en nuestra sociedad. Debido a tal serie de ataques, cabría esperar que Europa estuviera avanzando en lucha antiterrorista, incrementando sus capacidades para recopilar información, monitorizar sospechosos y neutralizar potenciales atacantes. Entonces, ¿qué está ocurriendo en la Unión Europea para que seamos incapaces de frenar esta sangría?

Tras los ataques en París, en Bruselas, y ahora también tras la tragedia de Niza, la mayoría de analistas coincidimos en que es necesario dotarse de instrumentos para una cooperación policial más estrecha. También solemos coincidir en la necesidad de ir más allá en cooperación internacional en materia de inteligencia para poder detectar posibles terroristas y objetivos. Cabe recordar que la Unión Europea ya cuenta con estos mecanismos para hacer frente a amenazas comunes. Ya en 1999, el Consejo de la Unión Europea aprobó la creación de un área de seguridad, libertades y justicia que posteriormente se vio reforzada con el nacimiento de Eurojust y Europol, dos agencias dedicadas respectivamente a favorecer la cooperación judicial y policial entre los países miembros. Estos mecanismos han ido reforzándose a través de las reformas de los tratados y sometidos a mayor control parlamentario para garantizar de manera más firme la protección de libertades ciudadanas.

Puede decirse que los avances en materia antiterrorista en Europa han sido más bien reactivos. Por ejemplo, tras los atentados del 11-M en Madrid la Unión decidió crear la figura del Coordinador de la Lucha Contra el Terrorismo de la UE. En su mandato se contemplaba su papel como ‘Pepito Grillo’ del Consejo de la UE en materia antiterrorista y su labor como facilitador del diálogo entre autoridades nacionales. Tras los atentados contra la revista Charlie Hebdo en París, el Coordinador propuso una serie de medidas a los Estados Miembros para avanzar en cooperación de servicios de inteligencia y de intercambio de información sobre potenciales terroristas, especialmente aquéllos retornados de campos de entrenamiento en Oriente Medio y el Magreb. Tras los últimos atentados en Bruselas la gran parte de esas medidas aún no se habían implementado por parte de los Estados Miembros. Si existe la amenaza y disponemos de las herramientas, ¿qué nos impide a los europeos hacer frente al terror?

La respuesta a tal pregunta es mucho más compleja que cualquier análisis que podamos hacer en estas líneas. Sin embargo, podemos identificar un denominador común: la ausencia de conciencia europea en materia de seguridad. Mientras que el terrorismo de inspiración islamista radical ha fijado a Europa como una realidad política, social y cultural que hay que exterminar, los líderes europeos siguen entendiendo la seguridad como un ámbito puramente nacional. Por tanto, las respuestas que se dan fallan en identificar el campo en el que estamos moviéndonos. Si el terrorismo ya no es un fenómeno que pueda circunscribirse a las fronteras de un estado, tampoco lo debe ser la forma de combatirlo. Los ataques no se dirigen contra un país, sino contra un modelo de vida, contra sus ciudadanos. Por ello, nuestro enfoque debe cambiar, empezando a entender la seguridad como un ámbito que trasciende las capacidades nacionales. El concepto tradicional de seguridad nacional de los Estados debe por tanto dar paso a un nuevo concepto adaptado a las dinámicas globales del siglo veintiuno, que tomando al individuo como referencia, procure la seguridad de las poblaciones mundiales en dos vertientes: freedom from fear y freedom from want. Sólo así tendremos una oportunidad de desactivar las causas del terrorismo en origen. Este enfoque, que ha dado en denominarse “seguridad humana”, aún espera su implementación decidida por parte de la inmensa mayoría de países del mundo. Incluidos los europeos.

El problema no es únicamente que nuestros líderes nacionales no sean capaces de adoptar esta nueva concepción de la seguridad, sino que a menudo contribuyen con sus acciones y declaraciones a poner en peligro ese modelo de sociedad del que disfrutamos. Cuando los líderes de partidos xenófobos culpan a la población musulmana de una violencia que los musulmanes sufren en primera persona ayudan al terror a destruir nuestra tolerancia y nuestra convivencia. Cuando el ministro de Interior polaco culpa a la Unión Europea del atentado en Niza por su multiculturalidad contribuye a la destrucción de ese modo de vida inclusivo del que tanto nos orgullecemos. Es más, criminalizar a comunidades enteras por las acciones de unos individuos radicalizados no hace sino favorecer esa alienación que puede desembocar en un odio expresado en el sonido del cañón de un rifle o, en el caso de Niza, a través del cristal de un camión. Jugar al mismo juego que los terroristas no nos hace más capaces para hacerles frente, sino que nos debilita aún más.

Por ello es necesario que cambiemos de una vez por todas nuestros esquemas mentales basados en esa seguridad nacional que ya no existe y comprendamos de una vez por todas que sólo juntos podremos vencer a la violencia terrorista. La seguridad humana –la de los europeos como ciudadanos- requiere acciones integradas, una cooperación más sólida en materia de inteligencia y policial, unas decididas políticas de desarrollo económico y humano. Pero también de una protección especial de nuestro espacio de derechos y libertades, siendo conscientes de que no podemos ceder al miedo, ni a las bombas ni a lo que se percibe como “extranjero”. Finalmente, también es necesario hacer frente en el ámbito de la más pura Defensa a quienes sirven de inspiración para el terror mediante un engranaje muy efectivo de propaganda. La Unión Europea debe actuar unida en este sentido y debe dar un paso al frente para garantizar la estabilidad en su vecindad más próxima. Como indicábamos en estas líneas, tenemos una amenaza, tenemos las herramientas. Sólo necesitamos cambiar nuestra mentalidad para trascender nuestras fronteras nacionales tal y como lo hacen aquéllos que quieren acabar con nosotros. Cuanto más tardemos en dar ese paso, más abocados estamos a noches de silencio y dolor.

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