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La ciudadanía que menstrúa, que pare, que cría

La diputada de la CUP Anna Gabriel emite su voto afirmativo a la investidura de Puigdemont.

Beatriz Gimeno

Diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid —

Las opiniones que expresó el otro día la diputada de la CUP Anna Gabriel sobre la crianza son perfectamente corrientes en el feminismo. Y las anteriores sobre la menstruación, también. Los medios se lanzaron a convertirlas en hilarantes como suelen hacer con las cuestiones feministas que no entienden o que rechazan de plano. Cuando hablo de feminismo hago referencia a un movimiento social del que se sienten partícipes millones de mujeres y que ha cambiado el mundo; hago referencia también una teoría crítica de la sociedad que se habla de tú a tú con otras teorías críticas como el marxismo o el ecologismo, que está presente en las universidades, en la política, en las instituciones, en la cultura. Y en la que discutir, teorizar, escribir, hablar, sobre los modelos de crianza es no sólo normal, sino necesario en tanto que éste es un asunto fundamental para las mujeres. Y además las mujeres somos más de la  mitad de la población  de cualquier país, por lo que los asuntos que afectan a nuestras vidas son, deberían ser, asuntos de consideración general para el conjunto de la ciudadanía. Naturalmente no es así.

Como ya han puesto de manifiesto las teóricas feministas el feminismo siempre ha estado en tensión con la democracia en tanto que desde su mismo origen el sujeto de la misma, que es el ciudadano, es eso, ciudadano,  y no ciudadana. El feminismo ha puesto de manifiesto que la ciudadanía que se construye en la Ilustración es una ciudadanía exclusivamente masculina (y blanca, y heterosexual, y capacitista…). La Ilustración, que proclamó la universalidad de los derechos del hombre, excluyó explícitamente de esta supuesta universalidad a la mitad de la humanidad, aunque fue, al mismo tiempo, la condición de posibilidad de su reivindicación. Quienes se atrevieron en aquel momento a hacer constar la paradoja y contradicción de la proclamación de unos derechos y de una ciudadanía vinculada a los mismos que se proclaman universales al tiempo que excluyen a la mitad de la humanidad, se dejaron mucho, incluso la vida, en el empeño.

El concepto de ciudadanía se construye en su origen para los varones y aun hoy lo concebimos como de género neutro, aunque de neutro no tiene nada. La realidad es que las mujeres hemos adquirido un estatus de ciudadanía solo formalmente igualitaria. Digamos, por decirlo de una manera coloquial, que hemos ensanchado el hueco y que hemos entrado por él, pero no hemos construido un hueco que se adapte a nosotras, a nuestras necesidades, a nuestras subjetividades, a nuestros cuerpos. Y ahí, en ese hueco masculinizado, nos movemos las mujeres con incomodidad. Podemos ejercer todos los derechos de ciudadanía sí, (cada vez menos derechos en todo caso) pero estos derechos están hechos a medida del cuerpo, de la subjetividad, de las vidas,  de los varones. Podemos tener poder político, sí, mientras no nos salgamos del modelo de poder masculinizado que se ocupa de cosas supuestamente neutras pero, en todo caso, no de cosas de mujeres. Una mujer puede ser Presidenta de un país y tener en su mano un poder inmenso y legitimado social y políticamente; podrá hacer cosas muy importantes como declarar la guerra o gobernar la economía. Y tendrá más o menos oposición política, pero seguramente nadie le discutirá que esas son sus competencias. Si esa misma presidenta se declara feminista y decide dedicar una gran parte de sus políticas, de su presupuesto,  a cuestiones que tienen que ver con las mujeres, será considerada una fanática. Cualquier presidenta se encuentra mucho más legitimada para declarar la guerra que para desarrollar políticas de educación sexual desde el punto de vista feminista o para cambiar las políticas de aborto,  o de crianza. El ejemplo más evidente de esto es la presidenta de Chile Michelle Bachelet, una presidenta feminista y bastante respetada y querida en su país que no pudo aprobar el derecho al aborto,  ni siquiera el llamado aborto terapéutico. Puedes bombardear un país, pero no toques el statu quo patriarcal.

En España hemos vivido una situación semejante en las últimas semanas. La CUP es un partido que se declara feminista y en el que militan muchas feministas. Parece normal que las feministas intenten visibilizar las cuestiones que nos importan a las feministas, a no ser que se piense que también el feminismo debe mantenerse fuera de la discusión pública, como todo lo relacionado con las mujeres, en general. Esa es una característica de la ciudadanía (masculina) desde su mismo origen, la radical división entre lo público y lo privado, siendo el ámbito de lo privado donde se deben “guardar” las vidas y los cuerpos de  las mujeres en tanto que tales. El feminismo contemporáneo luchó por romper esa división entre lo privado y lo público demostrando que “lo privado es político”, después llevó algunas cuestiones propias del ámbito de lo privado al debate público, como el aborto, la sexualidad, el trabajo reproductivo etc. Siempre de manera precaria en todo caso,  sólo en momentos puntuales y siempre luchando por su inclusión como temas prioritarios, cosa que no hemos conseguido en absoluto (los partidos renuncian con demasiada facilidad a aquello que las mujeres consideramos irrenunciable) La opinión pública siempre está dispuesta a echarse encima de las feministas que rompen las fronteras para recordarnos que no nos pasemos, que hay asuntos que deben permanecer en el ámbito de lo privado, de lo que no interesa a la política. Y la burla es el arma que se utiliza para amedrentarnos.

Especialmente los temas en torno al cuerpo femenino siguen siendo extraños a la ciudadanía que no se embaraza, que no menstrúa, que no lacta, que no cría. Lo que han hecho las feministas de la CUP ha sido sacar al debate público cuestiones de las que nosotras discutimos habitualmente, que nos interesan, que nos condicionan la vida y que consideramos que hay que debatir públicamente. La humanidad menstrúa así que la menstruación es un asunto que nos interesa: el precio de las compresas y tampones, la información de las adolescentes, los tabúes, su efecto en las horas de trabajo, los métodos alternativos de recogida del sangrado, la industria y los impuestos relacionados. No le veo la gracia. La humanidad, la ciudadanía, dedica parte de su vida al trabajo de criar a esos ciudadanos impolutos que salen a la plaza pública para poder ocuparse del trabajo y de la política. Alguien hace que eso sea posible y la mayoría de las veces son las mujeres que dejan en ese trabajo invisible sus propias vidas. La crianza nos importa y sabemos de métodos alternativos de crianza, menos individualistas, más colectivistas, que exigen menos sacrificios, que son más igualitarios…o no, pero queremos debatirlo públicamente porque es un tema político. Porque no somos lo particular de la ciudadanía general. Porque no somos una excrecencia que le ha salido a la humanidad; también somos el todo aunque muchos, ante esta sola idea, les dé por reírse y hacer bromas. Bueno, reírse de las feministas es un truco muy viejo y conocido. Pero a lo largo de la historia, muchos han tenido que tragarse sus risas y sus bromas.

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