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Ni homenaje ni panegírico, solo humanidad

Gaspar Llamazares

Empecinarse en el error es una mala, quizá la peor, forma de hacer política. Hacerlo sobreactuando lo amplifica y deforma hasta el esperpento.

En el error de defender al compañero cuando comete una irregularidad o ilegalidad de parte o a instancias del partido y, aunque en un plano menor, también el error de confundir un acto de sensibilidad y luto ante la muerte de una colega diputada como un homenaje a su política o a su ejecutoria.

Un error demasiado habitual que comienza confundiendo el éxito electoral de un candidato con la infalibilidad y que lleva a la adulación y a la falta de vigilancia, de crítica y de control. Que sigue cuando los excesos se conocen públicamente y reaccionamos negando los indicios, incluso la evidencia, cerrando filas o saliendo en tromba a acusar al mensajero.

Y que culmina con aquello de yo no me enteré de nada, cuando en realidad no me permití siquiera la duda, o ya en un alarde de cinismo, manifestando aquello de que yo fui en realidad la que descubrió la corrupción y apartando al, hasta hace poco infalible, cargo público fuera de la organización negándole cuantas veces sea necesario para que no contamine la ya muy deteriorada imagen del partido.

Un error que se convierte en complicidad cuando la gestión pública degenera en un fondo de comercio corrupto al servicio de intereses particulares personales o de partido.

Por eso la reacción al inesperado y desgraciado fallecimiento de la exalcaldesa de Valencia del PP ha provocado, junto al lógico estupor, una reacción y una utilización políticas desmesuradas, llenas de culpa y de mala conciencia.

Unos, buscando excusas en los antecedentes de sectarismo del PP al negar el justo reconocimiento a otros diputados o exdiputados fallecidos. Como si sirviese de excusa a nuestra propia insensibilidad o torpeza. La humanidad es prepolítica y la prudencia es la virtud política clásica.

Otros, acusando veladamente, y alguno de forma explícita, a la prensa y la oposición de linchamiento, para sin solución de continuidad convertir el lógico sentimiento ante la pérdida en un exagerado panegírico sin matices de la finada.

Una torpe compensación del sentimiento de culpa por haber apartado preventivamente del partido a Rita Barberá, reelaborado incluso como medidas de protección hacia ella lo que no fue otra cosa que transacción en el mercado de las urgencias de investidura de Mariano Rajoy.

Es verdad que sin confianza no hay espacio para la política y no sólo por la delegación que hacemos como ciudadanos sino porque la desconfianza reduce la autonomía y la reserva, que son imprescindibles en el diálogo y la negociación políticas. Como bien dice el filósofo Chul Han la transparencia total es la negación de la política. No existe negociación política trasmitida en directo. Será un mitin o un debate públicos pero no una negociación política.

De hecho, si el neoliberalismo y la corrupción se han convertido en los enemigos letales de la democracia, la aparente solución puritana que se basa en la desconfianza, la transparencia total y el big data no han hecho otra cosa que tapar el problema con una ingente cantidad de datos que no pueden prevenir los casos de corrupción pero sí sustituir por el management el gobierno de la incertidumbre y el arte de la política.

Se trata pues de confianza, controles y responsabilidad para no empecinarse en el error y para reducir al mínimo la corrupción organizada desde el poder y para otros de no anteponer la interpretación política a la sensibilidad. De politicismo también se yerra aunque sea menos.

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