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Remedios globales para evitar la destrucción del medio ambiente

Terreno afectado por la desertificación y la sequía.

Nicolás Sartorius

Vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas —

I.-La Fundación Alternativas presenta este miércoles su II Informe de Sostenibilidad, en el que plantea que es conveniente pasar a la acción, sin más demora, si queremos evitar situaciones catastróficas. Los datos son concluyentes. En 40 años hemos doblado las emisiones de carbono, dentro de unos años habrá más plásticos que peces en los mares, con la desaparición de miles de especies marinas; la energía sigue dependiendo de materias fósiles y siete millones de personas mueren al año por contaminación. Los desórdenes atmosféricos se suceden, amenazando territorios y millones de personas. Es como si la madre naturaleza protestara o castigara los despropósitos de sus descarriados hijos, los humanos.

II.- La reacción ante tamaña amenaza está siendo lenta, desigual y, en general, errática. No guarda proporción con lo que nos estamos jugando: la supervivencia de la especie humana y del conjunto del ecosistema. Es cierto que los Acuerdos de París han sido un paso adelante, pero su naturaleza no vinculante y, en especial, no sancionable hace aleatorio su cumplimiento. De momento las declaraciones y/o posición del presidente Trump en la reunión del G-7 en Taormina son demoledoras. ¿Qué ocurrirá si el país más contaminante del mundo por persona decide descolgarse de esos acuerdos? ¿Le seguirán otros bajo el supuesto argumento de que de lo contrario pierden competitividad?

En la UE hay voluntad política de cumplir los acuerdos y aparecen una batería de medidas en la buena dirección. Pero la UE es ya, y lo será más en el futuro, una parte muy pequeña de la población mundial. Incluso le cuesta aplicar, con mayor diligencia, las energías renovables, que no llegan ni al 20% del total. La misma España, que disfruta de las mejores condiciones para tenerlas, está atrasada en este terreno de manera incomprensible.

III.- Los seres humanos hemos tardado siglos en conquistar nuestros derechos. Desde la Declaración de los Derechos del hombre (pero no de las mujeres) de la Revolución francesa hasta hoy han transcurrido más 200 años y a pesar de los avances producidos siguen siendo violadas, sistemáticamente, en la mayoría de los países del globo. Pero lo que nunca nos hemos planteado seriamente es la protección de los derechos de las personas como naturaleza o de ésta como ecosistema vital, sin comprender que al margen de las creencias que cada cual tenga lo que es indiscutible es que somos parte de la naturaleza, en la que compartimos un destino común con todos los seres vivos que en ella habitamos.

De esta suerte, sin duda hemos progresado a la hora de combatir los atentados y los crímenes contra las personas o la humanidad, hemos legislado con alcance universal e incluso creando tribunales internacionales, de mayor o menor eficacia. Sin embargo, los atentados o crímenes contra la naturaleza quedan la mayoría de las veces impunes y no son perseguidos con una mínima eficacia. No sé a qué esperamos para elaborar una legislación internacional de protección de la naturaleza, con un sistema sancionador eficaz que se compadezca con el daño causado. Ya sé que en nuestro código penal existe un capítulo dedicado a delitos contra el medio ambiente –en mi opinión insuficiente–, pero si hay un asunto en el que se desborda el ámbito nacional es este del medio ambiente, en el que sólo con una acción coordinada a nivel global se pueden abordar con un mínimo de garantía.

IV.- La duda es si con nuestro sistema económico –el capitalismo global–, tal como funciona en la realidad, es posible la sostenibilidad a medio y largo plazo. Porque la expansión del capital, comprobado a lo largo de la historia, se realiza necesariamente en base a la depredación de los bienes naturales. De otra parte, el ciclo de consumo de los bienes producidos es cada vez más veloz, sin olvidar que los niveles de consumo per cápita de la inmensa mayoría de la sociedad es todavía muy bajo y la aspiración a elevarlo es constante, como es lógico.

¿Qué sucedería si los miles de millones de seres que habitan en China, India o África consumieran como nosotros, los occidentales? Nuestro pequeño globo terráqueo reventaría por los cuatro costados. Y, sin embargo, esa es la tendencia actual. Coincido con los autores del Informe cuando señalan que la solución del problema no es “técnico”, es decir, resoluble por medio de nuevas tecnologías, si bien ello es imprescindible. La cuestión radica en que es necesaria otra manera de producir, de repartir, de consumir, en una palabra, de vivir, y eso afecta a las relaciones sociales y a las decisiones políticas, que son siempre relaciones de poder, y cómo se ejerce y controla éste poder.

V.- Pensemos, sin ir más lejos, que entre los años 30 y 50 de este siglo, más del 60% de la población mundial vivirán en las ciudades de más de un millón de habitantes y una parte creciente en megalópolis de más de 10 millones de personas. ¿Cómo conseguir que en esas inmensas aglomeraciones, la casi totalidad en países subdesarrollados, puedan vivir los seres humanos sin degradarse y sin destruir aún más el ecosistema? ¿Qué transformaciones gigantescas tendrán que abordar esas megaciudades, si tenemos en cuenta el punto caótico del que se parte, para alcanzar ciertos niveles de sostenibilidad?

Transformaciones no sólo técnicas sino de gobernabilidad, de reparto del poder económico y político. No creo, en fin, que las propias fuerzas del mercado puedan introducir suficientes elementos de racionalidad para invertir la tendencia actual hacia sucesivos desastres. En este tema, más que en ningún otro, hay que reivindicar el papel esencial de lo público, del interés general, como garante de los derechos de los seres humanos. En una palabra y como conclusión, en la expansión de la democracia y de la ciencia encontraremos el camino de las soluciones posibles y necesarias.

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