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Opinión - Sánchez no puede más, nosotros tampoco. Por Pedro Almodóvar

Del mapa y el territorio, o las primarias socialistas

Pedro Sánchez, en un acto para las primarias a la Secretaría General del PSOE.

Pere Joan Pons Sampietro

Diputado del PSOE por Baleares en el Congreso de los Diputados —

Ha despegado una nueva legislatura en la que se está aprendiendo a cohabitar, a cámara lenta eso sí, con una nueva pluralidad de la democracia parlamentaria sin que casi nada haya cambiado en el horizonte respecto a los retos que tenemos por delante los ciudadanos españoles y el cambio que pidieron en las urnas, tanto en 2015 como en 2016.

Es el mapa inmóvil de una España que la crisis ha transformado en un territorio en plena mutación social, política y generacional, y en el que los ciudadanos han dejado de ser y de responder como antaño al modelo de los dos grandes partidos de los últimos 30 años.

El terremoto electoral ha sido sin precedentes, y sin embargo, ahí está Rajoy y sus escándalos de presunta corrupción de su partido. Y todo lo demás, paradójicamente. Cataluña, con un presidente y buena parte de la sociedad civil con una hoja de ruta orientada hacia la desconexión, que podría tener un apeadero en forma de consulta electoral después del verano.

Estamos ante una sociedad que ha mutado tras 10 años de crisis, sobre todo para las generaciones jóvenes más preparadas y las familias más frágiles. El moderado crecimiento económico convive en paralelo a la consolidación de la desigualdad, la precariedad y la temporalidad, y con partidos que han preferido la campaña electoral permanente pese a que pudieron ser clave de bóveda de la gobernabilidad. 

A nivel global buceamos en la era de la mística de la palabra “populismo”, que tanto se usa para Trump como para Le Pen, o el Brexit. Lo nuevo se visualiza con Emmanuel Macron dejando en evidencia a los anacrónicos, para los electores, grandes partidos franceses.

En este mutante escenario, el que más tiene que mover ficha en nuestro país es el PSOE. El Partido Socialista ha perdido en el 2016 una oportunidad de oro que llevaba buscando desde al menos el 2010. Pudo hacer catarsis con su electorado, con sus simpatizantes, con su militancia, y con toda la gente que había dejado de creer en un partido que cambió el “no” electoral de la credibilidad en las urnas por una ética de la responsabilidad, abandonando una ética de la convicción, en el hemiciclo.

Ese ataque de la ética de la responsabilidad mediante un proceso más que traumático se ha visualizado finalmente en la investidura de Rajoy pero nunca fue bien explicado ni motivado. Y, por tanto, para muchos militantes, simpatizantes y votantes, descontextualizado de los millones de personas que expresaron cambio por la vía de una ética de las convicciones.

El choque entre el sentido de Estado y unos valores centenarios han sumido al partido en una nueva encrucijada porque se ha percibido que los principios quedaban en segundo plano, y eso ha quitado credibilidad y deshilachado el storytelling precisamente cuando son más necesarios que nunca valores que permitan una alternativa al todismo ideológico neoliberal. Y sobre todo cuando se valora más la capacidad del liderazgo compartido y de integrar que los escenarios del inicio de la democracia porque la sociedad es más plural y diversa.

Se ha perdido tiempo justo un año después de que, pese a que se esconda de una forma repetitiva, el PSOE, de la mano de pactos progresistas fruto de la nueva pluralidad que habita nuestro país, había empezado a cambiar la dinámica mediante las elecciones municipales y autonómicas del 2015, gobernando en la mayoría de comunidades autónomas.

Estamos por tanto ante un ejercicio colectivo para recuperar el camino del 2015. Aunque a la ciudadanía no parece que le vayan a valer atajos. Que haya dos candidatos que puedan ganar refuerza la tesis de que los dos modelos tienen su lógica y que el momento es crucial para bascular el proyecto socialista, y por eso hay que ver desde la validez de ambos cuál de ellos entronca mejor con la realidad de la sociedad.

Estamos a tiempo de volver a un proyecto que tenga dos coordenadas para recuperar la pérdida de credibilidad: el liderazgo de una alternativa que permita gobernar bajo políticas claramente progresistas en un país más plural y diverso. Y capacidad de diálogo desde el proyecto federal y la reforma constitucional para abordar la situación en Cataluña.

El PSOE tiene una nueva oportunidad en el 2017 para entender las necesidades y demandas de los ciudadanos de nuestro país.

Para seguir por el camino de las convicciones, dando respuesta a la nueva pluralidad con una clara alternativa al PP, para dialogar sobre la cuestión territorial, para plantear políticas para la inclusión y el medio ambiente y reforzar los valores y la democracia de este país, apoyo, desde el respeto a todos los candidatos, el proyecto que más se asemeja a la realidad de un territorio más plural y diverso que antes de la crisis, y que no se conforma al mapa de antes de la crisis.

Un proyecto, el de Pedro Sánchez, que le trasciende y que simboliza el viraje que se empezó a dar desde 2015 en muchos territorios, entre ellos Baleares y muchas otras comunidades como la Comunitat Valenciana o Aragón, y que demuestra que si se quiere el cambio es posible.

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