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¿Dónde miran los chavales que no van a clase?

Ana García D'Atri

Diputada Asamblea de Madrid —

La peste, Albert Camus

Como una epidemia, se extiende por los barrios periféricos, los barrios de los extremos. Las calles en los días de colegio se van poblando de niños que no están en clase. Andan por ahí, sin rumbo, sin destino. En su instituto están suprimiendo sus clases de Formación Profesional y les dicen que las darán en otro distrito, que tienen que coger un transporte para ir cada día a clase. Estudiaban para buscar un trabajo pero todo les indica que el trabajo está cada día más lejos, como ese instituto que les aleja de las clases. Transporte para ir. 

Hace años que en estos barrios los colegios no llevan a los niños a ver obras de teatro ni hacen excursiones culturales. Ya no son los colegios los que las organizan sino las asociaciones de padres de alumnos y entre ellos financian a quienes no pueden asumir el gasto. Pero en estos barrios el soporte familiar no puede ocuparse más que de intentar dar sustento a todos los de la familia. Si alcanza para comer.

La exclusión es así. Es diaria, está a nuestro alrededor, en barrios a los que se llega cruzando la calle, cruzando el río Manzanares. Es nuestra ciudad, es Madrid. Es la capital de un país llamado España. Y aquí, en la capital, hay unos márgenes cada vez más grandes y un centro cada día más pequeño. Algunos vivimos en el núcleo. El núcleo de la cultura, de la riqueza, de la oferta, del disfrute. Y los más viven en los márgenes, donde no hay esas opciones, donde vivir, comer, un poco de calefacción, el agua caliente, es la misión diaria a superar.

El Estado del Bienestar hace años que les falla, no les cubre sus necesidades. Pero resisten. Resisten porque aún queda alguna sanidad, aunque les den volantes y volantes que retrasan su tratamiento. Y existen ellos, unidos en familias, en redes de vecinos, en asociaciones que luchan por mantener los servicios públicos suprimidos.

Pero no llegan a todo. No pueden llegar a todo cuando están preocupados de su alimento y su casa. De su salud. Y de las personas dependientes a su cargo. No pueden llegar a asegurar la educación de sus hijos, la cultura ni el deporte. No llegan. Y la sociedad no les ayuda, no les llegan las soluciones urgentes que necesitan.

Están en las calles, como hace más de treinta años. Estamos retrocediendo con niños en la calle sin escolarizar. Es un goteo lento pero firme. Una tendencia que nos lleva al analfabetismo en un país que estaba escolarizado el noventa y ocho por ciento de su población en el año 2010. Es una epidemia de la que todos somos responsables menos sus víctimas.

La cultura es el medio que nos iguala, que nos hace libres.  No es de nadie y es de todos. Con tanta necesidad, hemos olvidado que si no volvemos a considerar la cultura una prioridad, perderemos riqueza, perderemos salud, nos perderemos. Como esos chicos que hoy se sientan en los bancos de Orcasur con la mirada perdida en un horizonte sin espera, sin destino.

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