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¿Es posible evitar la escalada?

José Antonio Martín Pallín

Abogado. Magistrado emérito del Tribunal Supremo. Comisionado de la Comisión Internacional de Juristas (Ginebra). —

Escribo estas líneas desde Túnez, país que es una isla en un mar de radicalismo islámico que golpea con saña a un mundo al que considera hostil y causa de todas sus penurias. Sigo atentamente la televisión francesa ocupada, en toda su franja horaria, por debates que, en su mayoría, son un modelo de racionalidad y capacidad de análisis de la situación más allá de la tragedia que han vivido, difícil de  asimilar sin conmoción y sin ira. En todos ellos participa una persona de cultura y convicciones islámicas.

Como es habitual en las técnicas de comunicación que permiten las nuevas tecnologías, se intercalan twiters de los espectadores. Me ha llamado especialmente la atención uno que ha inspirado el título de este artículo. Alertaba frente a la tentación de   activar “la cadena del odio”. Venía a señalar la irracionalidad de la acción-reacción. Se produce la masacre y se bombardea, con evidentes riesgos de daños colaterales. Se genera mas odio y reacciones irracionales y sangrientas, se vuelve a bombardear y así sucesivamente. ¿Hasta cuando?.

A pesar de las experiencias obtenidas de otros acontecimientos sangrientos, se incide en anunciar medidas taumatúrgicas que van a garantizar la absoluta seguridad, a unas sociedades descuidadas e indefensas por su respeto de las libertades. El mensaje es doblemente demoledor. Por un lado los políticos, con semblante serio y expresiones grandilocuentes, reconocen indirectamente que habían estado inactivos e inoperantes frente a un peligro evidente y que viene de tiempos y errores pasados. Al mismo tiempo se insiste en un mantra que ya no tiene credibilidad. Se estereotipa en un eslogan ¡Dadme las libertades y os proporcionaré seguridad¡ Ya lo advirtió hace más de un siglo el presidente de los Estados Unidos Benjamin Franklin: quien entrega las libertades para conseguir seguridad, pierde ambas.

Me preocupa especialmente la reacción de la mayoría de los políticos de mi país. Reclamen enfáticamente un Pacto contra el terrorismo. Me pregunto ¿es que existe alguien con sentimientos y convicciones democráticas que no esté contra el terrorismo? ¿En que consiste ese pacto? ¿Cuál es su contenido? ¿Qué efectos positivos garantiza? ¿Nos quieren confesar que venían gobernando, insensata y despreocupadamente, sin instrumentos policiales y jurídicos suficientes frente a los crímenes terroristas?

Todo me suena a una manipuladora escenificación de una tragedia, con un guión calculadamente oportunista, para extraer de las pasiones irracionales que siempre albergamos frente a las brutales agresiones, unos réditos políticos a costa de la excepcionalidad de los sucesos de Paris.

Lamentablemente los españoles no podemos olvidar que sufrimos los zarpazos brutales de una tragedia semejante, frente a la que reaccionamos de manera ejemplar, con absoluta solidaridad social y sin medidas restrictivas de las libertades. Solo se modificó el Reglamento de explosivos. La policía y la justicia cumplieron ejemplarmente sus funciones y la vida ha continuado. No estamos inmunizados ante otro acto de barbarie pero no encuentro razones para variar el rumbo.

¿Es más sensible y más demócrata el que clama por una desaforada hiperactividad legislativa o el que solicita un espacio de reflexión para examinar las causas y acomodar las respuestas? Pero sobre todo me irrita el discurso descalificador de los que, colocándose en un supuesto plano de superioridad moral, acusan a los que propugnan el análisis y la racionalidad poco menos que de cómplices del terrorismo.

La realidad es suficientemente conocida y no puede ser manipulada. A partir de la guerra de Irak se inicia una descomposición total de las sociedades árabes afectadas que han sido abandonadas a su suerte una vez que las fuerzas de intervención han finalizado las operaciones bélicas y abandonado el terreno. El vacío lo ha llenado, la debilidad de estados en descomposición, los odios ancestrales y el fanatismo religioso como pretexto para justificar una violencia inusitada que ha causado miles de victimas entre las facciones enfrentadas.

Lo debían haber valorado los políticos falaces que, utilizando los consejos de engreídos estrategas, justificaron sus decisiones como una operación liberadora y no como una maniobra que solo buscaba el beneficio de los señores del petróleo y de las fábricas de armamento.

Las falacias se repiten. El presidente Hollande declara solemnemente que Francia está en guerra. Llevaban bombardeando con grave riesgo de la población civil desde hace casi un año. ¿Cómo definimos estas acciones? El primer ministro Manuel Valls en un tono histérico ha defendido entre otros dislates la privación de la nacionalidad francesa a los nacidos y criados en su tierra, sospechosos de intenciones terroristas. Le han llovido las críticas en el Parlamento. Esta medida nos retrocede hasta la Edad Media que aplicaba la llamada “pérdida de la paz” a los que violaban las reglas de la tribu, arrojándolas a las tinieblas de la nada.

Si Francia está en guerra, tendrá que respetar las Convenciones de Ginebra y valorar las definiciones de los crímenes de guerra que contiene el Tratado que crea el Tribunal Penal Internacional. La desmesura solo nos puede llevar al disparate y al agravamiento del conflicto. ¿No se pueden ensayar otras vías?

Por ejemplo potenciar los servicios de inteligencia y las dotaciones policiales y judiciales. Creo que nuestro Centro Nacional de Inteligencia dispone de una información de calidad sobre las raíces y los protagonistas de las acciones terroristas. Solo una adecuada utilización de la estrategia policial nos puede dotar de una cierta seguridad que, en todo caso, es imposible garantizar absolutamente.  

Una persona poseída por el odio puede agotar su ira en una actitud violenta expresada verbalmente. El peligro comienza cuando alguien le pone en contacto con la cadena que proporciona los explosivos y trafica con rifles de gran capacidad mortífera. La situación adquiere dimensiones preocupantes cuando se comprueba, que las fuentes de financiación de estos grupos, proceden de la venta clandestina de la producción de los pozos petrolíferos que dominan. Aquí tienen los políticos irascibles unos focos de actuación preferente.  

Es el momento de la reflexión y de medir las respuestas para hacerlas más eficaces y duraderas. Las respuestas corales solo sirven para trasmitir la idea de una firmeza inconsistente, ineficaz y transitoria que solo sirve para evitar el debate sobre otras cuestiones más acuciantes para la seguridad de los ciudadanos.

El martes asistimos a un acontecimiento histórico en las relaciones entre el Reino Unido y Francia desde la Revolución francesa. Los asistentes al estadio cantaron conjuntamente el himno nacional francés. Resultó emocionante. Pero el partido de futbol terminó y la vida sigue.

La cultura y los valores heredados de los ilustrados y revolucionarios franceses no pueden asistir silenciosos e impotentes ante el ardor bélico despertado en los gobernantes. Es difícil transmitir un discurso metódico y sereno. Se corre el riesgo de ser expulsado de la comunidad política que monopoliza las emociones. En todo caso merece la pena intentarlo. Nuestra fuerza radica en pensar que siempre nos quedará la marsellesa.

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