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Para aburrirse mejor

Para aburrirse mejor

Begoña Huertas

El aburrimiento es a las vacaciones como los propósitos al inicio de curso, algo inevitable. En un momento o en otro, con alegría o con desesperación, a uno le asalta la temida pregunta “ahora qué hago”. Y es este tiempo muerto, en el que uno puede pasarse horas observando el ir y venir de las hormigas por el tronco de un árbol o escuchando el ruido de los pasos propios vagar sin rumbo a la hora de la siesta, el que -más que la actividad rutinaria- mejor caracteriza a una persona. También a una sociedad. Dime qué haces cuando no haces nada y te diré quién eres.

He oído que hay polémica en Sevilla por la construcción de un megacentro de ocio a orillas del Guadalquivir, Sevilla Park. El alcalde del PSOE, partidario del proyecto, se enfrenta ahora a la candidatura de unidad ciudadana gracias a la que gobierna. Se habla de ocio cuando en realidad quiere decirse negocio: tiendas, restaurantes, auditorio (sí, otro auditorio). Lo de siempre, vamos, para aburrirse a lo grande. Empeñados en estimular la demanda de los consumidores, los gurús del neoliberalismo no ven ciudadanos sino tarjetas de crédito, y la inactividad es el mayor castigo pues supone gasto cero.

El imaginario burgués ha calado hondo y hace creer que la felicidad humana consiste en ir de tiendas; que sólo se puede acceder a un estado de ánimo óptimo a través de los centros comerciales, equiparando mayor consumo a mayor satisfacción. Claro que ir de compras para superar un mal día o sencillamente por diversión puede ser fantástico, pero de ahí a considerarlo un método para ser felices o, peor aún, el único método... En estos meses de vacaciones y viajes puede comprobarse cómo los más pequeños lugares -al menos en el mundo occidental- se revisten de todo tipo de reclamos para el comprador. Hasta las calles más estrechas despliegan tenderetes a uno y otro lado. Pero cuando uno está saturado de estímulos, se bloquea y ya no sabe dónde mirar. No se ve la calle sino los souvenirs. y ya da igual que se trate de un precioso pueblo italiano o de una isla griega. Todas las ciudades han terminado pareciéndose, uniformizadas al paso de los Zara, Mango, H&M, Primark.

La búsqueda de felicidad forma parte de nuestra evolución natural y cultural, y es universal para todos los miembros de la raza humana. Zygmunt Bauman aborda este tema y sugiere que quizás olvidamos métodos que fueron válidos en el pasado, como la satisfacción por un trabajo bien hecho o por el reconocimiento de los demás y el prestigio ganado.

Siempre habrá lujos, de acuerdo. Siempre habrá quien contrate una excursión por el fondo marino o la posibilidad de esquiar en la luna sobre polvo cósmico. Que Paris Hilton continúe comprándose su par de zapatos a 20.000 euros, está bien. Pero el grueso de la sociedad debe ir hacia otra cosa, hacia otro modelo. Ahí estamos, en ese momento en el cual las viejas costumbres ya no funcionan pero la nueva situación, más adecuada, no se ha inventado todavía (Bauman).

Leo en la prensa que los bolsos de lujo vuelven a Ubrique (su confección, claro). Al parecer esta ciudad gaditana se ha convertido en “la capital europea de los bolsos de lujo” y son varias las marcas que se han instalado allí. Debe ser que los sueldos españoles ya pueden competir con los de Asia, ¿en esto consistía salir de la crisis? La disminución de los salarios mientras se anima -se exige- el gasto es la tónica de nuestro tiempo. El macrocomplejo a los pies del Guadalquivir no sería otra cosa sino un conglomerado de sitios donde gastar dinero. Construir en ese suelo público un parque, unas piscinas, un centro cultural, un paisaje relajante tal vez no sería rentable, pero aumentaría el bienestar. En verano nos aburriríamos porque es inevitable, de acuerdo, pero nos aburriríamos mejor.

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