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Algarabía para un indolente

José María Calleja

Mariano Rajoy recibió ayer en la Moncloa a Artur Mas, que se ha puesto al frente de la manifestación independentista aunque no asistiera a ella más que en gananciales.

Rajoy calla, perdón por el pleonasmo, ante el tsunami de problemas que se le han venido encima y es de esperar que en el encuentro con Mas le haya dicho algo más elaborado que aquel despeje a córner con el que creyó despachar el asunto la semana pasada: la manifestación de la Diada es un lío y una algarabía.

Artur Mas ha sido comisionado por los manifestantes del 11 de setiembre para ir directamente a la independencia de Cataluña y no para gestionar un concierto económico, o un aumento de competencias. Cualquier rebaja de ese objetivo creará nuevas frustraciones entre los manifestantes que podrían volverse contra el propio Mas.

Lo que ocurre es que, por muy sentida que sea la reclamación de independencia de Cataluña por una parte de los catalanes, esto es algo difícilmente factible y, en cualquier caso, no será cuestión ni de días, ni de meses, sino de años, de muchos años.

Lo que podría tratar de resolver políticamente, en parte, esa explosión emocional de la Diada sería un acuerdo entre Gobierno del PP y el de la Generalitat para abordar una posible reforma de la Constitución que, mediante el consenso, permita un encaje de Cataluña distinto al que hoy existe. Una reforma de la Constitución de por sí compleja y que tendría la dificultad añadida de producirse en medio de una devastadora crisis económica.

El encuentro entre Mas y Rajoy se ha producido a un mes vista de las elecciones autonómicas vascas, que pueden dar el Gobierno al PNV y la mayoría absoluta a los nacionalistas vascos, y que es probable que abran un tiempo de emulación -en los más y en los menos radicales-, por seguir la vía abierta en Cataluña.

De manera que nos encontramos con que Rajoy, que llevó la reforma del Estatut al Tribunal Constitucional, que sostuvo que el auge del nacionalismo catalán era la consecuencia de la debilidad de Zapatero, que dijo que ETA estaba más fuerte que nunca cuando gobernaban los socialistas y acusó al anterior presidente de traicionar a los muertos y ceder al chantaje etarra de la independencia, va a tener que hacer política de altura, negociar, hablar y tratar de pactar con los nacionalistas catalanes y con los nacionalistas vascos.

Hubo un tiempo en que España se rompía varias veces al día, en que aquí olía a Balcanes; gobernaban los socialistas y el PP estaba en la oposición. Hoy, esa posibilidad de fractura, entonces irreal y que se agitaba por los populares de manera tremendista y para ganar votos, es probable y le toca a Rajoy, que ha apoyado a CiU en Cataluña, como CiU le ha apoyado a él en Madrid, lidiar con ella. Le tocará hacer lo propio con el PNV, ese partido al que el PP esta dispuesto a votar para que el Urkullu alcance la lehendakaritza.

A Rajoy todo le da pereza, excepto ver partidos de fútbol y pruebas ciclistas, pero me temo que va a tener que dejar de fumarse puros, abandonar el Marca, su referente intelectual, y ponerse manos a la obra, no a la de Dios, para enfrentarse, nada menos que a una reclamación de independencia para Cataluña, que nunca antes tuvo semejante envergadura, y a una más que probable reclamación de independencia para Euskadi. Demasiado lío para un indolente.

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