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El Algarrobico ¡Nunca Mais!

José Luis Gallego

Los que en el año 2003 empezaron a construir el Hotel El Algarrobico sobre la arena de la playa del mismo nombre en Carboneras (Almería) sabían perfectamente que jamás sería inaugurado. Tal vez disponían de todos los permisos necesarios. Quizá habían 'seducido' a todos los funcionarios y políticos que se dejaron 'seducir'. Es posible que tuvieran el apoyo de los habitantes de una comarca magullada por el paro prometiendo centenares de puestos de trabajo. Pero eran plenamente conscientes de que aquel gigantesco armatoste de hormigón y hierro, aquella especie de Titanic de más de 20 plantas de altura construido sobre la arena y a escasos metros del agua iba, no solo contra la ley, sino sobre todo contra la razón y el sentido común.

Uno no alcanza a imaginar en que estarían pensando quienes decidieron pegar aquel pelotazo urbanístico en la orilla de una playa del Parque Natural del Cabo de Gata. Da igual si el Ayuntamiento se había 'olvidado' de efectuar el deslinde de los famosos 100 metros de dominio público al que obligaba la Ley de Costas de 1988. Da igual si cuando el promotor hizo la primera consulta resulta que la playa de El Algarrobico estaba -por cuestiones que nadie alcanza a comprender- fuera del perímetro del espacio protegido del parque. Da igual si el expediente consiguió acumular sellos aprovechando agujeros legales y olvidos inexplicables hasta obtener la licencia de obras. Los promotores sabían que El Algarrobico era una quimera.

Un año después de que el esqueleto del monstruo empezara a coger forma llegó al Ministerio de Medio Ambiente la única ministra que ha ejercido como tal: Cristina Narbona. Una de las primeras reuniones que mantuvo al acceder al cargo fue reunirse con los grupos ecologistas quienes, entre muchas otras alertas, le manifestaron la necesidad de actuar de manera urgente para detener aquella aberración urbanística.

Narbona visitó el Cabo de Gata, comprobó la magnitud de la tragedia, avisó a los promotores de su intención de impedir que aquello siguiera adelante, ejecutó el deslinde en aplicación de la Ley de Costas, motivó la paralización de las obras por parte del juez y les ofreció la posibilidad de una permuta por otros terrenos. Pero eso no pasó y la constructora siguió en su empecinamiento.

Finalmente en 2006 los promotores se vieron obligados a traspasar los terrenos a la Junta de Andalucía. La obra que nunca debió llevarse a cabo se paralizó con el 95% de su ejecución acabada y las instalaciones hoteleras a punto de ser estrenadas: solo faltaba poner las sombrillas y colocar el chiringuito de los helados. El hotel se construyó para ser derribado y los promotores lo sabían. Lo sabían desde el instante en que se asomaron a aquella maravillosa playa y, al comprobar la belleza del paisaje, fantasearon con pegar el pelotazo de su vida y construir un complejo turístico a lo Marina d'Or con un hotelarro de 400 habitaciones.

Todos los que hemos sangrado sentimentalmente por El Algarrobico, todos los que lamentamos la desafortunada decisión de Zapatero de retirar a Narbona del Ministerio de Medio Ambiente (de seguir se habrían producido la permuta y el derribo sí o sí), todos los que seguimos con emoción la ocupación de Greenpeace, los que apoyamos sus valientes acciones y las del resto de grupos ecologistas, hemos celebrado a medias la sentencia del Tribunal Supremo que declara la ilegalidad del hotel y su inminente derribo.

Porque el resultado final de este surrealista sainete es que la Junta de Andalucía y el Gobierno central van a tener que hacerse cargo de su derribo y de la recuperación ecológica del espacio que en su día ocuparon los especuladores urbanísticos. Una tarea presupuestada en algo más de siete millones de euros. Pero no solo eso: los promotores de El Algarrobico, aquellos que aprovecharon descuidos legales y administrativos para obtener permisos y que desoyeron a los millones de ciudadanos que reclamamos justicia ante semejante escándalo urbanístico, exigen ahora al Ayuntamiento, la Junta y el Gobierno una indemnización de más de 70 millones de euros por daños y perjuicios.

El Algarrobico nos va a costar mucho dinero a todos. Pero lo peor es el desgarro moral que nos ha dejado a todos los que amamos la naturaleza y velamos por la protección del medio ambiente su construcción a pie de playa. Ver como se iban acumulando sentencias en contra, informes, expedientes y aquella ofensa a nuestro patrimonio litoral seguía y sigue en pie.

Aprendamos de la experiencia para que nadie pueda burlarse nunca más de la opinión pública y de la acción de los grupos ecologistas. Que nadie ningunee nunca más a los ciudadanos comprometidos con el medio ambiente y los políticos valientes que se atreven a defenderlo. Que por las costuras de la ley no se nos vuelva a colar nunca más un hotel de 20 plantas y 400 habitaciones a pie de playa. ¡Nunca mais un Algarrobico… Nunca mais!

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