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Aprender a ganar

Germán Cano

Profesor de Filosofía de la Universidad de Alcalá de Henares y consejero estatal de Podemos —

En las últimas décadas en la Izquierda, bajo sus diferentes figuras, hemos cometido una y otra vez el error de no aprender de nuestras derrotas. Este déficit de aprendizaje nos ha llevado demasiado a menudo a hacer de necesidad virtud. Esto ha tenido como consecuencia no abrirnos a las experiencias históricas nuevas, a los cambios imprevistos de coyuntura, pero también a plantear sofisticadas coartadas para no hacer política habitando estas tensiones. Al menos, un tipo de política orientada hacia la mayoría social con voluntad hegemónica y partiendo de las condiciones efectivas existentes, por definición siempre demasiado terrenales y desiguales. Girando en círculo, en la Izquierda se ha sacrificado no pocas veces el conocimiento de la realidad a su reconocimiento en ella. Pero mirándose a sí misma en el espejo no ha dejado de hundirse.

Podemos surgió hace más de un año y medio para superar la pinza del bipartidismo, pero también –y esto parecen olvidarlo algunos estos días– para salir de otro bloqueo, no menos importante: el existente entre la lógica de aparato de una IU, cada vez más encerrada en su alicorto posibilismo, y unos movimientos sociales ciertamente vitaminados por el ciclo de movilizaciones abierto por el 15M. Bienvenidos fueron y serán todos aquellos que, viniendo de estas decisivas luchas, se incorporaron a este proyecto, pero hay que recordar que el inédito y exitoso camino recorrido desde el indudable aldabonazo de las elecciones europeas a la consolidación de Podemos en los recientes comicios no puede ser desandado. El riesgo es volver a esa estéril, pero para muchos también confortable zona de bloqueo.

Los resultados electorales son “la hora de la verdad”. Aunque lo que está en juego a partir de ahora hasta, probablemente, noviembre será la disputa por el sentido de los datos, estos no pueden ser infinitamente interpretables. Existe una resistencia contumaz de la realidad y una necesidad política a disciplinarse a la vista de los resultados objetivos de la coyuntura y sus volátiles circunstancias. De ahí que tanto el marco “vuelco a la izquierda” como el “vuelco a la unidad popular” parezcan interpretaciones parciales.

Respecto al primero, se pretende rejuvenecer al PSOE dentro de una corriente regeneradora donde “todos los gatos” son de izquierdas; pero también dar un nuevo balón de oxígeno a un modo de hacer política que sencillamente ha quedado muy tocado por los hechos. Pensemos solo en la debacle de IU o cómo Gabilondo ha reflotado a la FSM diluyendo este discurso para aparecer como el gran propiciador de pactos. La moralización casi melodramática del discurso de Luis García Montero en campaña apelando fundamentalmente al “corazón” y los “valores”, en este caso de la Izquierda, siempre con mayúsculas, ¿no era el anuncio ya de una impotencia política anunciada que solo buscaba reconocerse en los suyos?

En cuanto al segundo, la fórmula ha sido sintetizada por Isaac Rosa: Sí se puede, pero solos no Podemos. Juntos bien, por supuesto, pero, cabría preguntar, ¿juntos para qué? ¿Para volver a la misma política? ¿Para volver a la Izquierda como “mecano” que agrega automáticamente piezas ya convencidas de izquierda? El camino a seguir para las generales no es el que nos haga desaprender todo lo aprendido en este último año. Juntos sí, pero aprendiendo juntos de las enseñanzas recibidas más allá de nuestras identidades y siendo liderados por fuerzas capaces de articular el mayor potencial social, no volviendo a fórmulas y mantras de autenticidad que nos condenan a la irrelevancia política.

Por todo esto, en vista de los resultados, y a pesar de las muchas críticas recibidas a nuestra asamblea constituyente de Vistalegre, puede concluirse que se acertó en ir a las municipales junto a plataformas ciudadanas. Algunas voces, sin embargo, han vuelto a surgir denunciando que Podemos debe volver a sus “orígenes”, olvidarse de este momento fundacional. Otras incluso se animan a diagnosticar un posible estancamiento, resaltando que Podemos se ha convertido en una suerte de lastre de la “unidad popular” felizmente emergente. Si hay que acudir a esta lógica, las cifras constatan otra cosa muy diferente: que Podemos, presente en 26 de las 50 capitales de provincia, ha conseguido, salvo en Madrid, Burgos, Alicante, Guadalajara y Zaragoza, peores resultados con plataformas ciudadanas que sin ellas. El caso madrileño por tanto, donde Ahora Madrid ha obtenido, en efecto, 230.000 votos más que Podemos (14 puntos porcentuales), no es significativo de la tendencia general.

Efectivamente, por las cifras, el único sitio donde la hipótesis del lastre Podemos podría ser defendida con algún peso es en Madrid. Pero a quienes tratan de separar el éxito de la jueza del lastre del “partido” cabría replicarles algo: esa estrategia de identificación con Carmena como “significante vacío”, esto es sin lastres de identidad, ya había sido puesta en práctica con éxito por Podemos. Ello plantea la interesante cuestión de cómo nos resulta muy difícil, en nuestras circunstancias históricas de crisis orgánica, prescindir de liderazgos e identificaciones con capacidad de articular mayorías.

Es significativo que aquellos que repudiaron la imagen icónica de Pablo Iglesias en las papeletas de hace un año han visto ahora con buenos ojos el uso de la imagen de Ada Colau o han hecho proliferar la excelente campaña de agit-pop con Carmena. Un dato a tener en cuenta: me atrevo a decir que mucha gente normal ha tenido menos en cuenta la asociación de la jueza con Ahora Madrid que con Podemos (muchos apoderados me han comentado cómo en muchos colegios la gente buscaba la papeleta de Carmena, al margen de su formación).

Por otro lado, y sin ánimo de desmerecer, ni muchísimo menos, la irrupción del 15M, este no fue un fenómeno unívoco de movilización social, sino un campo de fuerzas donde convivían aspectos menos amables, como un resentimiento antipolítico, que fue felizmente politizado desde la ciudadanía más comprometida. Faltaba además la posibilidad de ganar, porque faltaba un horizonte de realidad preciso y la posibilidad de llegar a sectores de la sociedad que no eran tan tenidos en cuenta. Esta ilusión de lo posible –“sí se puede... ganar”–, catalizada por Podemos desde hace un año, ha sido factor decisivo de movilización. 

Hemos perdido ya muchas batallas haciendo política esperando que personas diferentes se vuelvan iguales ingresando en el mismo movimiento. Se tiene que empezar a fabricar política a partir de las personas que tenemos a nuestro alrededor y no tanto a partir de esencias o identidades. Ante los contratiempos sufridos aquí, demasiado hemos fomentado en la Izquierda una imagen heroica del perdedor. Quien perdía al final, “de algún modo”, “en algún sentido”, terminaba triunfando. Bajo la vuelta a un nuevo e imaginario “frente”, hoy muchos siguen empeñados en hacer de su necesidad virtud y despreciar los nuevos procesos de aprendizaje políticos. Que la Izquierda con mayúsculas no aparezca aquí, al menos, como última coartada para no aprender a ganar.

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