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Asaltar el techo

Albert Rivera.

Miguel Roig

El debate de Ines Arrimadas y Marta Rovira ha desbordado su marco habitual, el programa Salvados de Jordi Evolé, por exponer la ignorancia de ambas candidatas sobre las cifras del paro en Catalunya. No es para menos. El principal eje de la crisis es la brecha que divide a los ciudadanos entre empleados y parados. ¿Puede un presidente ignorarla? Pero esta es la punta del iceberg porque Évole preguntó también por la cantidad de barracones existentes en las escuelas a día de hoy en esa comunidad, el número de refugiados y las mujeres asesinadas en territorio catalán en lo que va del año. Balbuceos, aproximaciones, ignorancia. Esto esconde el relato nacionalista, tanto español como catalán.

El escritor Christian Salmon ha teorizado el uso actual del relato político y en su libro La ceremonia caníbal  da cuenta de una vuelta de tuerca que pasa de la simple enunciación del relato a su sustitución por la acción del mismo: del debate y la discusión a lo interactivo, lo performativo, lo espectral. Marta Rovira señala la frivolidad de la danza de Miquel Iceta en el programa El Intermedio mientras su líder, Oriol Junqueras está en la cárcel e Iceta le responde que lo frívolo es la declaración de la independencia en el Parlament. Podría también haber señalado Iceta la performance que escenifica Junqueras en clave vaticana desde la cárcel. «Pasamos de la encarnación del poder a la exhibición de la persona», afirma Salmon.

En la entrevista que le hizo Pepa Bueno esta semana en su programa Hoy por hoy,  a Albert Rivera sobre la intervención de Arrimadas en el debate, este quitó hierro al temas de las cifras y cuestionó la edición del programa de Évole. En la misma entrevista, Bueno le pidió que matizara el reiterado uso que hace del verbo traicionar a la hora de valorar futuras negociaciones con los partidos nacionalistas: para Rivera buscar acuerdos con estas formaciones es «traicionar» la Constitución. Bueno fue más lejos: ¿no es esta la posición de un «nacionalismo español excluyente»? «Esa es una afirmación que no puedo soportar», respondió Rivera.

En las elecciones europeas de 2004, el partido se presentó en una coalición, Libertas-Ciudadanos, en la cual la formación que acompañaba a Ciudadanos, como es sabido, fue fundada por el irlandés Declan Ganley, antieuropeísta e impulsor del voto negativo al referéndum irlandés de 2008. Era aquella una alianza de partidos ultraderechistas y ultracatólicos como el del francés Philipe de Villiers. En su día, el periodista Arcadi Espada, afín a la formación naranja, vaticinó la «destrucción absoluta del partido». Este miércoles Rivera declaró a Bueno que acababa de volver de Bruselas donde constató que la mayoría de los dirigentes valoran como gravedad extrema la proliferación de nacionalismos en Europa. También citó a su nuevo referente francés, Emmanuel Macron: «El nacionalismo es una hoguera en la que puede perecer Europa». Espada, sin duda, subestimó la capacidad líquida de Rivera. Quizás lleve razón la economista Rocío Martínez-Sempere: «Rivera es un político sin suelo ideológico». El problema es ver hasta donde llega en su asalto al techo.

Hablar de nacionalismos excluyentes tal vez sea caer en un pleonasmo y a su actual proliferación europea, como se ha visto en el Brexit, le venga mejor atribuirle el voluntarismo excluyente, la forma de relato político que con mayor o menor fuerza va cercenando espacio democrático con la negación del otro. El parado, el inmigrante, la mujer.

En su magnífico libro Paseos con mi madre, Javier Pérez Andújar afirma que la democracia solo existe si se la puede tocar. Estos performers trabajan sin descanso para disolverla, llevarla a un estado gaseoso, por la vía rápida con la evaporación de la política.

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