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Burundanga

Montero Glez

Hoy toca hablar aquí de los periodistas parapoliciales que son aquellos que están más cerca de las fuerzas de represión directa que de la información, olvidando su oficio en beneficio de tapar chanchullos y asuntos internos.

Cuando les da por escribir, la literatura la convierten en un género que bien se podría denominar fascioficción, género que por otro lado tiene sus seguidores pues hemos llegado a un punto en que la gente no compra libros, sino que los libros compran a la gente. Esto último tiene su razón de ser en un grosero aparato mediático que es el que da movimiento mercantil a un libro. La novela de Nacho Abad es tan sólo un ejemplo. No es un caso único y eso es lo peor.

El otro día, el tal Nacho Abad salió con un tuit-encuesta donde se enjuiciaba a la chica que fue víctima de una violación en San Fermín. Con tal salida, Nacho Abad ponía en duda a la víctima, sentándola en el banquillo ciberespacial de los acusados. Luego lo borró pero ya era tarde. Ante un tuit tan reaccionario, la peña reaccionó como era de esperar. Hubo de todo pero el tuit más destacable fue el de un librero que decidió pasar a la acción, retirando el libro de Nacho Abad del escaparate.

No hay que confundir libertad de expresión con libertad de represión que es la que ejercen los fascistas cuando hacen uso de su expresión. Por lo mismo, hay un grueso matiz entre Los Versos Satánicos de Rushdie y el Mein Kampf de Hitler. Lejos de ser una medida reaccionaria, lo de boicotear una expresión reaccionaria, es superación revolucionaria.

Porque de todos los males, ya sea la crueldad, la perversión, el abuso del terror o, en este caso, la violación, el verdadero mal es el que hace funcionar la maquinaria del mal, quiero decir que la violación de una chica por unos degenerados es un mal que se debe a un mal más profundo y que subyace bajo todos los demás. Si no fuera por esto, si no existieran los cómplices, los males no serían tan eficientes.

Por todo ello, quiero poner de ejemplo a este librero anónimo que ha pasado a la acción en un ejercicio de voluntad en estado óptimo; la misma voluntad que deberíamos poner en marcha para cambiar de canal cada vez que sale un periodista parapolicial en la tele. Digo cambiar de canal aunque lo mejor, en este caso, sería apagarla.

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