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Cacicada

Mariano Rajoy y José Manuel Soria

Jesús Cintora

Ocurrió recientemente en una de esas tensas reuniones del PSOE a puerta cerrada en el Congreso. En el debate interno sobre cómo formar gobierno, un socialista, Odón Elorza, se preguntaba a viva voz dónde estaba el partido: “¿Dónde estamos?, ¿dónde estamos?”, clamaba Elorza ante el silencio de sus compañeros. Entonces, una voz robótica salió de su teléfono móvil y le respondió: “Carrera de San Jerónimo, número 40, Madrid…”. La aplicación telefónica provocó la carcajada del personal. Demostró que hay datos que están memorizados. No se olvidan. Aligeran el debate.

Si aún cabía alguna duda para orientarse, Mariano Rajoy completó las coordenadas unos días después con la decisión de enviar al exministro Soria al Banco Mundial. Un gesto así puede ubicarte más que el “google maps”, decenas de llamadas de presión al despacho, portadas o editoriales. Rajoy va a lo suyo. Por si no ha quedado claro. Es capaz de premiar a su amigo Soria con un puestazo de 226.000 euros anuales, después de prometerte cientos de medidas de regeneración, que le apoyes o le permitas gobernar. Como me decía un viejo parlamentario, Mariano es así y ya no va a cambiar. Allá quien se preste al abrazo del oso

Coincidí el domingo en el aeropuerto con un padre de familia, funcionario, que iba a despedir a su hija. Ella tiene dos carreras, tres idiomas y se iba a Berlín a trabajar. Ha pasado agosto metiendo horas en un bar de la costa. Por 800 euros al mes y propinas. Supuestamente tenía que hacer 7 horas diarias, pero ha hecho jornadas de hasta 12. Es evidente que, ni a este padre le ha tocado “el concurso” que, según Rajoy, ha premiado a Soria con el Banco Mundial, ni esta chica se iba de España, como deben irse tantos otros, a cobrar un pastizal con un cargo a dedo.

Este padre me repitió lo que ha calado en la sociedad española: estas cacicadas, toda esta corrupción, la están haciendo porque se permite. Rajoy cree que puede colocar a Soria, el exministro de las mentiras y los papeles de Panamá, porque antes colocó a Wert y a Mato o respaldó públicamente a Bárcenas, a Rato o a Rita Barberá. ¿Qué ocurrió? Que ganó las elecciones.

Así se corroen los valores de la justicia, el esfuerzo y el mérito. De esta forma se premian las servidumbres, el pelotillerismo y el mirar para otro lado. Corrupción, a fin de cuentas. El caso de Soria es uno más. Traslada el mensaje de ese viejo caciquismo, tan anclado en lo peor de nuestras esencias. Con un poder que se cree intocable y una clientela que aspira a medrar o a “no complicarse la vida”, porque teme o desea que ese poder no cambiará de manos.

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