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Cantar bingo bajo el agua

Señora jugando al bingo, 1974 (Autor desconocido)

Begoña Huertas

1. Tal vez estas Navidades has jugado al bingo en familia, o lo has hecho alguna vez, después de la cena de Nochebuena o de fin de año, cuando la edad de los que se reúnen oscila entre los nueve y los noventa. Esa estampa divertida, emocionante y risueña vivida en alguna navidad de mi infancia era mi única experiencia real del bingo. En el otro extremo estaba la imagen recibida a través del cine o de las novelas: un casino elegante en blanco y negro, con personas atractivas jugando con el azar mientras saboreaban una copa. Pues bien, el otro día entré en un bingo de barrio, por primera vez.

Cómo describirlo. No me recibió el aroma hogareño del chocolate con roscón de reyes ni tampoco el sugerente perfume del Carpe Diem. Lo que me envolvió fue un olor pegajoso de caldo que evocaba a una residencia de la tercera edad. Pero la edad, vaya por delante, era lo de menos. Lo que tenían en común todas aquellas personas era una especie de movimiento mecánico, el gesto serio, y un silencio triste porque ni siquiera era reverencial. Quizás esa manera de jugar sea un reflejo puntual del momento que vivimos y no siempre haya sido así. El caso es que lo hacían con rapidez y sin disfrute. De manera repetitiva, alienante. Recibían de inmediato nuevos cartones como hubieran recibido nuevos tornillos en una cadena de montaje. Y creo que así era: Estaban trabajando. Reírse allí hubiera sido ofensivo.

Una pareja joven cantó línea un par de veces. Cuando esto ocurría, chocaban la frente en un gesto que evocaba algo atávico o animal, aunque no era más que un código secreto entre ambos o un ritual de buena suerte. Uno podía imaginar fácilmente que el dinero ganado se emplearía en los regalos de reyes de sus hijos, porque las compras son una actividad obligatoria en Navidad.

2. Una empresa japonesa, Shimizu Corp, afirma haber encontrado la solución a las cinco crisis mundiales de nuestro tiempo: comida, energía, agua, dióxido de carbono y recursos naturales. La solución consiste en construir ciudades en el fondo del mar, dicen. Cada ciudad estaría dentro de un globo flotante de 500 metros de diámetro, donde se construirían espacios residenciales, oficinas y centros comerciales. Hay que prestar atención a esa enumeración porque ese esquema de ciudad es un esquema de vida. Espacios residenciales, oficinas y centros comerciales. Dormir, trabajar, comprar. Esa es la rueda.

El proyecto de la corporación nipona será amigable -en caso de serlo- con el entorno pero ¿y con las personas? Se dice que de ese modo podría garantizarse un futuro sostenible para la vida humana pero quizás tendrían que aclarar a qué se refieren con vida humana. Es evidente que como empresa su objetivo es hacer dinero, y si se acaban los recursos en tierra, se lanzan al agua. Lo malo es que esperan financiación de gobiernos y quizás la tengan, lo malo es la tapadera ecológica y futurista, lo peor es que nadie se preocupe además de por la calidad del medioambiente por la calidad de los humanos.

3. Entre el comportamiento mecánico de los usuarios del bingo y el proyecto de estas ciudades sumergidas no pude evitar el recuerdo de la mítica película de Fritz Lang, Metrópolis, rodada en 1927 y ambientada en el año 2026. En el film, una élite de propietarios vive en la superficie mientras que bajo tierra se encuentran las personas que trabajan sin cesar para mantener el modo de vida de los de arriba. ¿Os suena? Las ciudades submarinas podrán ser novedosas, pero el destino cosificado de la gente que las habite será parecido al que hace casi un siglo imaginó la guionista de esa distopía, Thea von Harbou. Hombres-máquina que repiten día tras día la misma rutina.

Habría que levantar la mirada del cartón de bingo/ de la máquina/ del archivador/ del teclado/de la tele/ de los escaparates y mirar a sitios diferentes. El cerebro puede modelarse, crecer y mejorar, aumentar la creatividad, disminuir el estrés, pero para ello hay que darle estímulos, si no cambiamos lo que le rodea no cambiaremos tampoco su interior. Si somos concebidos como máquinas de hacer dinero, poco importa si el hábitat en el que nos movemos está sobre tierra, bajo agua o flotando en el espacio. En una sociedad con participación mínima, imaginación cero y concentración en una actividad absurda, el bingo continuará siendo igual de triste aunque esté debajo del agua. Si no cambia lo sustancial, la vida en el fondo no será mejor.

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