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¿Puede ser el 27S lo mejor que le pase a España?

Antonio Baños, candidato de la CUP a las elecciones del 27S.

Isaac Rosa

 

Si hace unos meses les contaba mi estupor al ver a “las mejores mentes de mi generación presentándose a primarias”, apunten hoy otro nombre que da el salto: Antonio Baños, candidato de la CUP el 27S. Que un tipo tan brillante y libre encabece una papeleta (aunque sea tan poco “institucional” como la CUP) es otra prueba de lo interesantes que se ponen los nuevos tiempos políticos.

La candidatura de Baños me hace recuperar un muy recomendable librito que publicó hace solo año y medio (un siglo, a la velocidad política actual), y que tuve la suerte de prologar: La rebelión catalana. Aunque el libro ha sido aparentemente superado por los acontecimientos (se escribió en el viejo mundo anterior a Podemos; y tenía como horizonte la ya olvidada consulta del 9N), todavía vale como lectura de verano si no saben qué llevarse a la playa. Aparte de divertido (lo que ya es mucho en un panfleto político), su propuesta de fondo sigue siendo válida: ver el proceso catalán como una oportunidad para España.

Decía Antonio en su libro que el movimiento independentista catalán es “lo mejor que le ha pasado a España en los últimos años”. Toma ya. ¿Cómo se quedan? Veo muchas cejas levantadas, oigo toses. ¿Qué ganaríamos los madrileños, andaluces o gallegos con que Cataluña se declarase independiente?

Pero Baños hablaba para la España boqueante de hace año y medio, recuerden: principios de 2014, con el agotamiento de la movilización callejera y el descrédito de los partidos, tras cuatro años de tijera y porra. En aquella España atascada, Baños proponía ver la “rebelión catalana” como una ventana de oportunidad: la única posibilidad a corto plazo de abrir un proceso destituyente-constituyente en España. Aprovechar que los catalanes rompen, para seguir rompiendo nosotros más acá del Ebro.

Entonces apareció Podemos. Y de pronto, la ventana para los españoles era otra: la posibilidad de asaltar cielos en las urnas. Y al mismo tiempo, la vía catalana se desinflaba tras el 9N. La opción para cambiar España ya no pasaba por el proceso catalán, sino por la victoria irresistible de Podemos.

Pero a la vuelta de unos meses, puede que hayamos vuelto a la casilla de salida. La posibilidad de un triunfo de Podemos se aleja, a la vez que el proceso catalán se reactiva con las elecciones plebiscitarias. Y quizás vuelve a tener sentido la invitación de Baños: ver Cataluña como la más verosímil, sino la única, opción de cambio en España a corto plazo.

Lo que pase el 27S va a condicionar lo que suceda en España. Si la lista de Junts pel sí y la CUP suman mayoría, iniciarían un proceso al que podrían unirse aquellos sectores de Catalunya, sí que es pot menos preocupados por mantener las pelotas de malabares en el aire hasta que pasen las generales. En ese caso, un escenario posible es que el enfrentamiento institucional refuerce en España el voto más conservador, para el PP pero también para el PSOE.

Pero pensemos otro escenario, más allá de las generales: ¿y si el proceso independentista, como pronosticaba Baños, sirve para agrietar más el ya de por sí tambaleante edificio institucional español? ¿Y si la posibilidad real de una separación de Cataluña acaba siendo el desencadenante del cambio constitucional en España? Porque lo que parece claro es que, tarde o temprano, habrá que abrir el famoso melón para reparar los destrozos políticos, sociales, institucionales y territoriales que estos años han dejado. Y hasta dónde lleguen esos cambios dependerá, claro, de la correlación de fuerzas.

Si eso ocurre, si finalmente Cataluña disparara ese cambio, ¿estaríamos preparados? ¿Y si el verdadero momento decisivo fuese ese, y no las generales? ¿No sería imprescindible en ese escenario una fuerza popular con ambición destituyente-constituyente, apoyada en el poder municipal ya existente? De lo contrario, si ese momento llegase y no tuviésemos alternativa preparada o hubiésemos quemado toda la pólvora en las generales, veríamos cómo Felipe VI pilota otra “transición” (a la que se sumaría Artur Mas, sí), un nuevo “consenso” que tire otros cuarenta años.

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