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Colau al ataque independentista

Ada Colau.

José María Calleja

Es posible que Ada Colau sea una de las políticas españolas que más veces ha empleado la palabra “diálogo” y la que más veces expresa la voluntad de “tender puentes” como forma ideal, necesaria e infalible, de resolver las inevitables diferencias que definen la política. Todo se puede solucionar con el diálogo y nada se podrá arreglar si no es mediante el diálogo. Diálogo entre afines y distintos, diálogo transversal, diálogo curativo y paliativo, dice todo el rato Colau. Sin embargo, a la hora de decidir expulsar a los socialistas catalanes del PSC del pacto de gobierno municipal del Ayuntamiento de Barcelona, no parece que Colau se haya entregado a fondo en el diálogo y más bien da la sensación de que ha volado los puentes realmente existentes.

Quizás todo tiene que ver con el carácter corrosivo y divisor que impregna el llamado próces desde que el no siempre bien ponderado por su astucia, Artur Mas, lo activó con fruición seguidista. En este periodo, pongamos desde 2010 hasta hoy, se ha roto la coalición entre Convergencia y Unió; coalición ganadora desde las primeras elecciones democráticas. Se ha dividido la propia Unió. Se ha dividido y menguado Convergencia, que huye de su propio nombre, el que le otorgó la hoy reconocida como organización patrióticamente criminal de los Pujol-Ferrusola. De controlarlo todo con 62 diputados en las autonómicas del 2010, a los 50 escaños de las autonómicas del 2012, a pasar a autodenominarse PDCAT y al vete a saber de escaños con la denominación Junts per Catalunya, seguro que muy, pero que muy, por detrás de ERC.

En el viaje del próces, el PSC también se ha fragmentado, ha perdido buena parte de la que fue su hegemonía y el grupo que unía a catalanistas progresistas se ha roto en dimisiones sonadas. El próces ha roto, en fin, hasta los autodefinidos como nueva política y así hemos visto como Dante Fachin era purgado de Podem en la carrera por ofrecer esas siglas también al independentismo. El propio Catalunya Sí que es Pot, en el que estaba Podem, se ha fracturado en varios pedazos cainitas, como hemos podido comprobar en varias votaciones decisivas en el Parlament.

Lo peor de todo: en este próces se ha fragmentado la sociedad catalana, los propios catalanes, hasta destrozar relaciones familiares, de amistad, de trabajo, de gremio o practica deportiva; de las simpatías compartidas de antaño, vivir y dejar vivir, hemos pasado a las relaciones agrias de hoy. La convivencia es peor ahora que antes de 2010.

Una de la pocas coaliciones que sobrevivía a ese destrozo corrosivo, la que unía, en el terreno estrictamente municipal, a la parca mayoría minoritaria de Colau, 11 concejales de 41, con la jibarizada minoría, cuatro concejales del PSC, de quien gobernó históricamente -Narcis Serra, Pascual Maragall, Joan Clos, Jordi Hereu- el Ayuntamiento de Barcelona, se acaba de romper también.

El pacto era estrictamente municipal, de pura gestión de los problemas concretos de la ciudad -el tranvía, las terrazas, la funeraria, Glòries, supermanzanas…- y como tal había sido valorado como positivo por Colau hace unos días. Que se nos haya dicho, no ha existido la más mínima discrepancia en la agenda municipal.

Sin embargo, en una jugada de muy vieja política, que salta por encima de los problemas de la ciudad y sus habitantes, y que parece anticipar maniobras políticas de un ámbito que excede con mucho al de Barcelona, Colau, sin diálogo, sin puentes, ha reventado una coalición transversal y me imagino que de izquierdas.

Para la voladura, ha recurrido Colau a lo que el hasta ahora portavoz parlamentario de CSQP, Lluis Rabell , ha calificado de “paripé demagógico promovido por gente que no se atreve a asumir sus decisiones”. En efecto, de 10.000 inscritos para votar, han votado 3.800 y de ellos 2.059 han dicho que había que romper el pacto y 1.736 se han negado a romperlo. Nivel. Otras gentes de esta coalición de Rabell, han sido muy críticos con la ruptura, pero no importa, me imagino que ya hay quién esta metiendo la bala en la recámara para disparar “traidores”, “fascistas”, “españoles” y otras lindezas de la neolengua al uso. (Al paso que vamos, van a llamar fascista a la propia sombra de quien se dedica a llamar fascista a toda la humanidad).

El caso es que mientras sigue la huida de empresas y peligra la celebración de encuentros muy relevantes para Barcelona, Ada Colau ha decidido que era urgente romper el acuerdo con los socialistas, mirando más a su futuro político inmediato en Catalunya que a los intereses bien concretos de una ciudad dañada en su imagen y que necesita, creo, de estabilidad mas que de cualquier otra cosa.

Soy de los que celebré que gente como Ada Colau, que venía de movimientos ciudadanos con reivindicaciones bien urgentes y concretas, que venía de la calle, de la lucha contra los desahucios, llegara a la política institucional, para desde ahí volcar su energía transformadora en medidas concretas que mejoraran la vida de la gente. En el poco tiempo que lleva al frente del Ayuntamiento de Barcelona, Colau ha demostrado tener más interés en asuntos no estrictamente municipales, en vender una supuesta ambigüedad que parece que se decanta finalmente más por el independentismo, causante del mayor destrozo para la convivencia en Catalunya, que por la búsqueda de soluciones negociadas, pactadas, de tender puentes y así. Una pena.

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