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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros

Antón Losada

El Partido Popular ya no es lo que era. Aquella admirable máquina política capaz de sobrevivir a los delirios imperiales de Anzar, a dos derrotas electorales sumando diez millones de votos y al mayor escándalo de financiación ilegal de nuestra democracia se ha convertido ahora en una junta de comunidad de vecinos donde todo vale para armarla, desde la bajadas de aguas al uso de las plazas libres del parking. El PP ya no es la estrella de la muerte de la política. Ahora parece una tuna universitaria.

El principal culpable tiene un nombre. Sí, Mariano, eres tú. Parece mentira que, alguien que siempre ha sido un hombre de partido y se ha mostrado muy consciente de su importancia, lo haya abandonado de semejante manera. Al final resulta que si hay un paciente en estado crítico a quien urge operar a corazón abierto es el Partido Popular. Y no en un vídeo sino en la vida real.

Vas a tener que hacer mucha limpieza para asegurarte ese grupo parlamentario de incuestionable fidelidad marianista que tanta falta te hará si pretendes continuar como presidente. Gobernando en minoría, con este puñado de blandengues que se arrugan a la primera ventisca, no se puede ir muy lejos y lo sabes ¿Quién necesita enemigos teniendo compañeros de partido?

Como el PP se lo estaba poniendo tan fácil los demás parecen haberse decantado por darle un poco más de emoción al asunto. En el PSOE, Pedro Sánchez ha decidido abandonar la única promesa clara que habían hecho los socialistas durante toda la legislatura: derogar sin matices la reforma laboral popular.

Por si eso no distraía bastante, para deleite de la militancia socialista, también ha apostado por incorporar a Irene Lozano, antaño azote de herejes de UPyD, del bipartidismo y de cualquiera que se interpusiera en su camino. Lo que espera ganar el candidato socialista se antoja un misterio. Lo que ha perdido ya tiene poco remedio. Mientras, en Podemos, como parece que ya asumen que no eran tan listos como se creían y ya no pueden asaltar el cielo, todo indica que se conforman con visitarlo.

Sólo tamaña sucesión de desconciertos puede explicar que Albert Rivera reúna a los suyos, en plan coaching de triunfadores, para pedirles que insistan en la solidez de su proyecto frente a la inconsistencia de los demás sin que a nadie le entren ganas de saltar por la ventana y salir corriendo.

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