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Cuestiones que Europa ha ido dejando atrás y multiplican su debilidad

La CE confirma que fue Juncker quien decidió aplazar la opinión sobre presupuestos

Jacinto Vaello

La Unión Europea se enfrenta a una crisis extremadamente grave que abarca todos los aspectos de la vida social. Algunas cuestiones clave permiten entender el estado de esta UE que tiene que resolver problemas de gran calado, que afectan al conjunto y a la mayoría de los estados miembros.

Las principales cuestiones que Europa ha ido dejando atrás sin resolver y que configuran el contexto presente:

El proyecto político compartido se ha ido esfumando, de lo que son expresiones la confrontación “norte-sur” y un cúmulo de disparidades que tendrían que haberse ido limando y no hacen sino crecer.

La pérdida de los valores de la Ilustración deja a Europa ideológicamente desarmada ante el discurso manipulador y la voracidad del capitalismo financiero. Los valores de justicia social, respeto a la soberanía popular, moral pública, etc. han pasado a engrosar la lista de las cuestiones arrinconadas por la capacidad depredadora del “poder financiero mundial” y por la complicidad con éste del entramado burocrático de la Unión.

La desaparición de los estadistas genera un vacío que no tiene precedentes en la época moderna. Si Europa no es capaz de “parir gigantes”, como decía Napoleón, la mediocridad termina por imponerse y facilitar la hegemonía del capital financiero.

La extensión imparable de la inmoralidad social e individual contribuye a consolidar unas prácticas de negocios y de gestión institucional rayanas en lo mafioso. La corrupción nunca ha estado del todo ausente, pero sin llegar a este proceso de metástasis, muy avanzado en España pero también extendiéndose por el resto de los países europeos.

Repasemos estas cuestiones:

Carencia de proyecto político compartido

Las disparidades socioeconómicas y los desequilibrios internos de la UE configuran, al mismo tiempo, el terreno en el que se construye actualmente la Unión y en parte el resultado de las acciones llevadas a cabo durante los últimos veinte años.

El grupo fundador continúa siendo el núcleo duro de la Unión desde 1957, con Alemania, Francia, Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo compartiendo niveles de renta (26 mil a 32 mil euros per cápita en 2013, en términos de PPA, salvo Luxemburgo), moneda única (Euro) y espacio de movilidad (Schengen). El trío que se incorpora en 1973 anticipa ya la heterogeneidad que será característica en años posteriores: Gran Bretaña, Irlanda y Dinamarca no tienen en común la moneda ni Schengen, y los dos primeros tienen relaciones privilegiadas con los EEUU. Los países incorporados entre 1981 y 1986 (Grecia, España y Portugal) añaden un subdesarrollo relativo que se intentará ir corrigiendo con los fondos de cohesión y otras medidas, pero que muestran hoy su debilidad sobre todo a través de Portugal y Grecia. Desde 2004, la UE pasa de los quince miembros que reunía en 1995 a los 28 de la actualidad, incorporando a los países de lo que se denominaba Europa del Este, más Malta y Chipre, es decir, países con niveles de PIB per cápita que excepcionalmente alcanzan los 20 mil euros/año y que participan solo parcialmente de la moneda común y del Espacio Schengen.

Así, los principales factores de disparidad se encuentran en la sucesión de ampliaciones de la UE, que han acentuado la heterogeneidad, y la limitada eficacia de las actuaciones correctoras. Sin haber afianzado la UE-quince y con la reunificación alemana sin digerir del todo, en los diez años que transcurren entre 2004 y 2013 se incorporan trece países, ampliación que puede entenderse casi exclusivamente porque favorece al núcleo duro de la UE, con el alejamiento de los confines euro-asiáticos y la extensión del mercado protegido para sus exportaciones.

Entre las numerosas disparidades es interesante destacar:

Disparidad fiscal: los diferentes niveles y estructuras del IVA, las disparidades introducidas por ciertas políticas sectoriales (la PAC es el ejemplo más claro, con su contraparte que es el cheque británico), la distorsión que introducen los diferentes regímenes de la tributación a las empresas, etc. En suma: aquí está el foco principal de las desigualdades en las condiciones de adscripción de los estados miembros de la UE.

Disparidad en la movilidad de las personas (Schengen): no forman parte el Reino Unido, Irlanda, Chipre, Rumanía y Bulgaria.

Disparidad del marco financiero y monetario (Unión monetaria): no forman parte de la Eurozona ni entran en la disciplina del BCE Bulgaria, República Checa, Dinamarca, Croacia, Hungría, Polonia, Rumanía, Suecia y Reino Unido.

Disparidad de renta: Luxemburgo es un caso aparte (con su nivel muy por encima del resto); Irlanda, Austria, Suecia, Holanda, Alemania, Dinamarca, Bélgica, Francia, Reino Unido y Finlandia se sitúan aproximadamente entre 26 mil y 36 mil euros; mientras que por debajo de los 20 mil euros se sitúan Eslovaquia, Lituania, Estonia, Portugal, Grecia, Polonia, Hungría, Letonia, Croacia, Bulgaria y Rumanía.

Disparidad de asimilación del cuerpo legislativo europeo: se verifica un goteo continuo de adecuaciones legislativas nacionales, en un proceso prolongado que permite mantener durante períodos variables un marco jurídico heterogéneo.

Disparidad de intereses internacionales: las diferentes actitudes ante la inmigración afloran ahora, emitiendo señales contradictorias en relación con las oleadas de refugiados, al tiempo que se admite que las políticas reales de asilo se sitúen en extremos opuestos (los ejemplos evidentes son los de los países escandinavos y España), poniendo de paso en entredicho el propio Schengen. Pero el quid de la cuestión está en el origen de esas oleadas de refugiados, provocadas sobre todo por la intromisión occidental y por la destrucción de los estados libio, irakí, sirio, yemení, etc., con la participación activa de algunos estados miembros de la UE. En los mismos términos se podría recordar las actitudes verdaderamente opuestas de algunos estados miembros en la época de la desmembración de Yugoslavia.

Con todas estas disparidades y faltas de homogeneidad en la Europa de los veintiocho, sin olvidar las enormes diferencias de tamaño (desde los 80 millones de habitantes de Alemania hasta los 400 mil de Malta), cabe afirmar que las condiciones objetivas para desplegar un proyecto compartido son poco favorables, lo que exige un esfuerzo de voluntad muy sólido y consensuado, que es justamente lo que hoy brilla por su ausencia.

Pérdida de valores sociales

Destacan el arrinconamiento de la justicia social en nombre del control del déficit público y el refuerzo de la vocación represora del sistema democrático, debilitando al tiempo su calidad representativa.

Estas deficiencias ponen en duda el alcance de la Unión más allá de los propósitos puramente comerciales y financieros. Sin una Europa social encabezada por una dirección política fuerte, ni siquiera se puede asegurar que la unidad económico-financiera sea sostenible, y, lo que es peor, para algunos estados puede no ser siquiera deseable. La trayectoria reciente de Grecia es el anuncio de que otros países, en condiciones parecidas, llegarán a encontrarse en una tesitura similar. Es decir, ni siquiera lo conseguido y aparentemente consolidado muestra la solidez suficiente para que se pueda asegurar que es irreversible.

Una regresión generalizada de la UE no es en absoluto descartable. Detenerla es tarea urgente.

Ausencia de liderazgo

Ausencia de liderazgoLa UE sufre la coexistencia de líderes políticos sin perspectiva histórica y cada vez más encerrados en una dinámica cortoplacista suicida. El necesario esfuerzo de la voluntad conjunta no encuentra promotores en estos dirigentes miopes y carece de apoyos en ciudadanías que han pasado de la cultura de la satisfacción a la de la supervivencia, de la expectativa del bienestar a la resignación. Solo en algunos países, por ahora principalmente del sur de Europa, comienzan a dejarse ver cuestionamientos básicos, que resultan imprescindibles para levantar una arquitectura social alternativa.

El liderazgo encarnado en dirigentes políticos europeos reconocibles y fiables no existe por ahora, y solo cabe esperar que los esfuerzos en esa dirección terminen por generar al menos una dirección colectiva con capacidad de liderazgo a futuro.

Metástasis corruptiva

Metástasis corruptivaLa corrupción ha pasado de ser una práctica marginal perseguida a una costumbre social aceptada. Casi resulta inútil el esfuerzo de analizar y buscar las raíces de este proceso de descomposición, porque ante evidencias tan generales y tan ilustrativas, la sola representación fáctica basta para comprender la profundidad del mal y la imperiosa necesidad de poner fin a este estado de cosas si se quiere avanzar por el camino de la recomposición social.

Pero, sin duda, la hegemonía del capital financiero no hace sino acrecentar las posibilidades de materializar corruptelas y poner los beneficios obtenidos a buen recaudo. Cuando los mecanismos de control institucional se ponen en consonancia con los intereses del 'establishment' y a la altura de la tolerancia social, la metástasis es segura.

La lucha contra esta lacra solo puede avanzar guiada por una representación democrática fuerte y desde las bases mismas de los estados-nación europeos.

El esfuerzo de consenso para sostener un liderazgo fuerte que avance en la convergencia de los miembros de la UE es entonces el objetivo cercano más necesario, que deberá convertir la superación de las disparidades en la meta estratégica principal y la consecución de un acuerdo norte-sur en la mejor arma para la acción a medio plazo.

Esta situación crítica representa una dificultad añadida para los países miembros que padecen problemas internos graves, puesto que la gran sociedad del desarrollo y la solidaridad pretendida con la UE es, hoy por hoy, un conglomerado heteróclito en el que cada cual busca satisfacer a su manera las exigencias del poder financiero supra-nacional.

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