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David contra Goliat: ganó el cambio

Ruth Toledano

Floriano salió diciendo que las elecciones las había ganado el PP, aunque no le quedó más remedio que referirse de inmediato a los pactos; el primero tuvo que hacerlo con su propia cara, que decía lo contrario de lo que pronunciaba. La de Esperanza Aguirre, la cara, era un poema, y no precisamente inspirado por el Espíritu Santo. Enumeró una lista de municipios en los que el PP tuvo mayoría, hasta llegar sin aliento a la lista que le interesaba resaltar, la suya, para hacer hincapié en que fue la más votada y tratar de deslegitimar el pacto que le arrebatará la alcaldía. Se ve que Floriano y Aguirre no tienen la misma consideración de los pactos, al menos de los que no benefician al PP. En lo que sí coincidieron ambos fue en un rictus que dejaba patente el daño que les hace la pérdida de casi tres millones de votos.

Ciudadanos era una burbuja y como tal se ha desinflado, aunque servirá de herramienta de algunos de esos pactos del demócrata Floriano. UPyD ha muerto e IU sobrevive en Marinaleda y en la razón de un Alberto Garzón que sale paradójicamente reforzado. El PSOE, por su parte, se lleva lo suyo, es decir, el feudo andaluz y algún castigo, pero recupera fuelle, como en Extremadura o Castilla-La Mancha, y será esencial para gobernar en muchos municipios. El principal, Madrid.

De una manera más o menos emocionante, ha ganado el cambio que los ciudadanos han venido pidiendo desde hace cuatro años, cuando el 15M sacó a la calle la indignación frente a la corrupción, la desigualdad y los abusos del bipartidismo. Emocionante ha sido el resultado de Compromís en Valencia, con el protagonismo por méritos propios de Mónica Oltra y Joan Ribó, que marcan un giro esencial en ese territorio escandalosamente maltratado por el PP. Emocionante ha sido el cambio en Galicia, que parece haber enterrado de verdad el fraguismo. Y especialmente emocionante ha sido la victoria de Ada Colau al frente de Barcelona en Comú. Porque ha sido histórica y porque Colau representa como nadie el triunfo de esas calles, de esos movimientos. Emocionó verla llorar y recordar aquella intervención suya defendiendo en el Parlamento la ILP antidesahucios, que sobrecogió a tantos con su rabia, su valentía, su fuerza y su inteligencia. Que Ada Colau sea alcaldesa es como si lo fuera cualquiera, en el mejor sentido del término: la compañera, la vecina, la activista mejor. Empezó enfrentándose a los bancos y sus cómplices políticos y ahora es alcaldesa de Barcelona. Nadie como ella misma podría haberlo expresado mejor: “la lucha ha sido la de David contra Goliat”.

Manuela Carmena ha devuelto la sonrisa a Madrid y representa la recuperación de la decencia, personal y política. En menos de dos meses ha logrado que se tambalee el feudo municipal madrileño y podrá ser la alcaldesa justa, honesta y respetable que necesita una ciudad que inevitablemente marca pautas en las políticas nacionales. La llegada para quedarse de Carmena representa la responsabilidad al fin frente a las demandas y reivindicaciones ciudadanas, y una posibilidad muy difícil tras tantos años de sufrimiento: la de ponerse manos a la obra con un optimismo al que ella misma se refirió en esa Cuesta de Moyano abarrotada de ilusión como lo estuvieron de indignación muchas plazas cercanas. Madrid quería a Carmena de alcaldesa y se ha emocionado porque la tendrá. Su Goliat era granítica.

Para ello, no obstante, hará falta un pacto complejo, casi contra natura, con el PSOE. Ahora Madrid, como otras candidaturas de confluencia, tiene una fuerte presencia de Podemos y movimientos sociales vinculados al 15M, y el cambio real que se puso entonces en marcha, que en estas elecciones se ha consolidado y que avanza imparable hacia las generales, se las tendrá que ver con esa contradicción. Que Podemos y el PSOE se necesiten supone el trazado de un territorio minado de concesiones que pondrán en aprietos a unos y otros. No parece gratuito que Luz Rodríguez, secretaria de Empleo del PSOE, repitiera tanto la palabra “izquierda” en las primeras valoraciones que se hicieron desde la sede federal de su partido.

Lo que ha quedado claro es que Rajoy ha perdido las elecciones. Hasta el punto de que no sería descabellado pensar que, ante el contundente mensaje de rechazo que le han transmitido los españoles, lo más digno por su parte sería reconocerlo y adelantar la generales. Porque el mensaje es transparente: sí se puede.

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