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Dianas terapéuticas

La actividad de los tuiteros en las elecciones andaluzas fue reflejo del voto

Elisa Beni

Los investigadores hace tiempo que se dieron cuenta de que disparar a todo y con toda la potencia no era siempre la mejor manera de lograr que un organismo humano lograra sobreponerse a la enfermedad que lo socava. A la par que hemos desarrollado esta sabiduría que abre caminos infinitos hacia nuevas formas de curación de nuestros organismos, hemos desandado todo lo que un día supimos sobre las formas de sanación de la sociedad y de los regímenes de que nos hemos dotado para vivir en armonía.

Ahora, más que nunca, la bronca opinativa que nos atruena los oídos está dominada por los que consideran que nada de lo que hemos tenido hasta ahora tiene el más mínimo valor y que, dada su imperfección o deterioro, lo mejor es destruirlo y frente a ellos los que, sintiéndose cómodos y favorecidos por una democracia deteriorada, prefieren no moverse de su cínica postura. Entre los unos y los otros, entre los trolls de un lado y los del contrario, entre los políticos que se refocilan en una de esas posturas o en la otra, han ido creando un magma espeso en el avanzan arrastrando las piernas los pocos que creen que aún somos capaces de solucionar nuestra convivencia y de mejorarla para continuar creciendo como ciudadanos y como personas durante mucho tiempo más. Los que consideramos que la mejor forma de salir de este impasse de la historia es detectando los tumores malignos, que amenazan con hacer colapsar nuestra forma de vida, para poder descubrir impecables dianas terapéuticas sociales y sistémicas y devolver así la salud a la democracia, estamos siendo arrasados por la furia vocinglera del resto.

No hay mejor prueba de lo que afirmo que comprobar cómo cuando se intenta desde este mismo medio denunciar un fallo o un deterioro o una manipulación o abuso dentro del sistema democrático, del Estado de Derecho, de la Política o la Administración de Justicia, los artículos se llenan de comentarios que proclaman el absurdo inherente a nuestras tesis puesto que ninguno de tales conceptos primordiales existe. Sobrevuelan entonces las rachas de esto-no-es-democracia, no-existe-separación-de-poderes, la-Justicia-no-es-independiente, ves-por-qué-nos-queremos-ir-de-España-no-es-una-democracia, son-presos-políticos, la-Justicia-es-patriarcal-y-desprotege-a-las-mujeres, esto-es-una-dictadura-sin-libertad-de-expresión y toda una colección que pueden sin duda completar a su gusto.

Lo cierto es que cada vez que en una columna o un artículo se denuncia un desmán del poder, un funcionamiento anómalo de la Justicia, una involución en los derechos o libertades o una actuación discutible o anómala de un juez o de un fiscal, lo primero que está quedando claro es todo lo contrario de lo que la máquina del fango pretende. Sólo porque existe la libertad de expresión podemos hacer tales denuncias. Sólo por ello este artículo y otros míos y de mis colegas, con claras denuncias sobre abusos y disfuncionalidades, llegan hasta los lectores sin una coma cambiada. Nada que ver con aquel lugar oscuro del que venimos, y que muchos indignamente aplauden, en el que los censores obligaban a levantar trozos enteros de texto de las publicaciones. Esos tiempos en los que Gaceta Universitaria optaba por sustituir las galeradas censuradas por fragmentos del cuento de Caperucita Roja, no sólo para cubrir los huecos sino también para dejarles claros a sus lectores en qué lugar faltaba texto que había sido censurado. O como aquel ejemplar de La Codorniz, que fue censurado íntegramente, y que sus inteligentes creadores transformaron en una portada con la entrada a un túnel y una contraportada con la salida. En el centro sólo páginas completamente negras. No, no es cierto que no haya libertad de expresión, pero sí lo es que la amplificación de algunos delitos apologéticos y las razias policiales en busca de tuiteros o cantantes o lo que sea que vulnere sus movedizos conceptos de lo delictivo y su pacata percepción de las libertades, nos estén situando en un punto preocupante. Necesitamos de dianas terapéuticas para parar esta deriva, no de manadas de cenizos diciendo que vivimos en una dictadura. En este país hay personas presas por su opinión debido a un uso abusivo e ideológico de la capacidad de interpretación que lleva aneja el Derecho, pero no hay presos políticos.

Lo mismo sucede cada vez que se denuncian los tejemanejes de la política judicial y de aquellos magistrados nombrados por el poder político que intentan trastear con las normas para conseguir satisfacer a los que amparan su imparable carrera. Puede hacerse precisamente porque tal comportamiento patológico y disfuncional está radicado en los tribunales más próximos al poder político, siendo totalmente aislable del funcionamiento de la mayoría de los tribunales de Justicia de este país que, si de algo pecan, es de haber sido dejados de la mano de dios por políticos de todo signo para que se desenvuelvan como puedan, si es que pueden. Tenemos pues perfectamente identificado el tumor y sólo nos faltan las dianas y los encargados de disparar y encajar la reforma necesaria.

Y así sucede también con el feminismo. En las últimas décadas se ha logrado avanzar de forma que resultaba casi impensable gracias al esfuerzo de destacadas mujeres que fueron señalando dianas, objetivos, cuestiones concretas que debían ser cambiadas dentro del sistema patriarcal para conseguir mejorar las ratios de igualdad. Así creemos algunas que debemos continuar, propiciando un debate y una lucha constructiva que detecte y señale los fallos del sistema y que proponga soluciones concretas desde una perspectiva feminista e igualitaria. Somos legión, pero no somos una manada. No funcionamos en estampida sino en una marcha cargada de razón, de propuestas y de exigencias que ganaremos democráticamente.

Y lo mismo me vale para la mayor parte de los problemas que nos aquejan como sociedad y como individuos. Necesitamos detectar los tumores y denunciar la podredumbre y la involución y necesitamos fijar el lugar exacto y la reforma precisa para acabar con los mismos y devolver la salud a nuestra democracia. Y es que gritando al mundo que todo es una mierda no llegaremos demasiado lejos. Excepto aquellos que creen que una vez hundidos en la misma, sacarán tajada. Que de todo hay.  

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