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El desarme trampa

Isaac Rosa

No sabemos qué exactamente anunciarán hoy los verificadores internacionales, hasta dónde llegará el posible comunicado de desarme de ETA, pero hay algo seguro: en cuanto se produzca, será etiquetado de “desarme trampa” por quienes siguen a piñón fijo en su discurso sobre “la farsa” del fin de ETA. Algunos ni siquiera han esperado a hoy, y ayer ya adelantaron el argumentario.

Es la evolución lógica de un discurso que no se ha movido un milímetro en los últimos dos años y medio: tras la tregua trampa llegó el cese definitivo trampa, y ahora toca el desarme trampa. Es fácil adivinar que lo próximo será la disolución trampa, y el día que ETA pida perdón (que lo pedirá, aunque sea a su manera), será por supuesto un perdón trampa.

Estoy de acuerdo en que no vale con que ETA diga que se desarma: hay que verificarlo. Y para eso está esa comisión de verificación, formada por personas con experiencia en la resolución de conflictos, y a la que sin embargo el gobierno viene ninguneando desde el comienzo de sus trabajos. Para quienes insisten en el discurso de que “tiene que haber vencedores y vencidos”, la única verificación válida sería que fuese la guardia civil zulo por zulo recogiendo bombas y pistolas, y aun así todavía habría quien hablaría de trampa y farsa.

Pese al inmovilismo del Gobierno, ETA sigue pasito a pasito hacia su desaparición. El ritmo puede desesperarnos, nunca vimos una persiana bajar tan lentamente después de que alguien anuncie que va a cerrar. Pero insisto: pasito a pasito, y ninguno hacia atrás, al tiempo que la izquierda abertzale insiste una y otra vez en su compromiso con las vías democráticas.

Dijo ayer el ministro de Interior que vale, que muy bien que se desarmen, pero que el gobierno no va a contribuir a la “teatralización” de ETA. No está mal escogida la palabra: algo de teatralización es obligada siempre en este tipo de procesos. Y aunque siga mandando el discurso de “no hay que pagar ningún precio por la paz”, yo soy de los que piensa que ese es un precio barato, aceptable, para el resultado a conseguir.

Pero aunque pueda haber algo de teatro, el desarme no es precisamente un paso anecdótico. Todo lo contrario: para quien lleva décadas hablando de “lucha armada”, entregar las armas es un gesto de un simbolismo que deberíamos valorar como merece. Si a ETA, como a cualquier organización que defiende la lucha armada, le quitas las armas, se queda en nada, una marca vacía de contenido, pese a los muchos asuntos que quedarán por resolver en el ámbito penitenciario. Entregar las armas es lo que hacen quienes han perdido, quienes renuncian a seguir luchando, quienes no tienen escapatoria.

Quienes insisten en lo de “vencedores y vencidos”, ya es hora de que acepten que esto es lo más parecido a una derrota que van a conseguir. Y reconozcamos que se parece mucho a una derrota: ETA no ha conseguido ninguno de sus objetivos, sus miembros han pagado mucha cárcel (y la que les queda a algunos), sus afines ideológicos han tenido que aceptar la institucionalidad vigente para hacer política, y el único balance que se apunta ETA son décadas de sufrimiento para terminar sus días con más pena que gloria. Insisto: si esto no les vale como derrota, no les valdrá nada.

Eso no significa olvidarse de las víctimas. Claro que no. Para ellas deseamos lo mismo que para todas las víctimas de crímenes: verdad, reparación y justicia. Y las víctimas de ETA han encontrado los tres puntos en el Estado con generosidad (mucho más que otras víctimas que no han tenido nada de eso, incluidas las del terrorismo de Estado). Siempre les parecerá poco, es comprensible, pero la solución no es el disparate jurídico de equiparar el terrorismo de ETA a un genocidio.

Para avanzar definitivamente en el fin de ETA, y sobre todo para hacer habitable el nuevo tiempo de paz, no basta con el desarme de ETA. Hará falta también otro desarme, que por supuesto no es comparable a la entrega de las pistolas, pero que tiene tanta o más importancia simbólica, y es tan necesario como aquel para desatascar la situación: el desarme verbal de quienes siguen viendo trampas por todas partes.

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