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Enemigos del silencio

El despegue de un avión puede superar los 140 decibelios

José Luis Gallego

Son esos tipos que andan todo el día enganchados al ruido, sin importarles lo más mínimo las consecuencias que pueda tener para su salud: la de los demás y la del medio ambiente. Son los yonquis del decibelio. Gente para la que la contaminación acústica es el silencio.

La semana pasada hablamos de ellos con motivo del día internacional contra el ruido, que como todos los años se celebra el último miércoles del mes de abril. Los medios de comunicación y las redes sociales recogieron de nuevo las alertas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre los graves riesgos de la exposición al ruido. Las administraciones informaron a los ciudadanos sobre el peligro que representa traspasar el umbral de los 65 decibelios (dB), límite máximo a partir del cual nuestro sistema auditivo empieza a sufrir. Pero ¿Cuánto ruido es 65 dB? Vamos a ponerle cifras a la contaminación acústica.

El leve rumor de las hojas de los árboles equivale a 10 dB. El trino de los pájaros no suele superar los 20 dB. Los pasos de los lectores en el interior de una biblioteca apenas alcanza los 30 dB. Al pulsar estas teclas de mi ordenador estoy emitiendo 40 dB. Una conversación (en un tono normal) sube hasta los 50 dB. La aspiradora marca el límite de la OMS: 65 dB.

El camión de la basura y el autobús llegando a la parada lo superan: 75 dB, vamos mal. El claxon de un coche se enfila hasta los 90, cuidado. El DJ de la fiesta bombardea los tímpanos de los asistentes con 110 dB, empiezan los daños. El chaval de la moto con 'tubarro' nos agrede directamente con 120 db, muy cerca del avión despegando, que puede superar los 140 dB causando dolorosas e irreversibles lesiones.

Cada vez somos más conscientes de los graves efectos del ruido para la salud. Pero, además de suponer una pérdida de calidad de vida en el medio urbano: ¿cómo afecta la contaminación acústica al medio natural? La revista Science acaba de publicar un turbador informe al respecto cuyo título no puede ser más rotundo La contaminación acústica está invadiendo incluso las áreas naturales más protegidasLa contaminación acústica está invadiendo incluso las áreas naturales más protegidas

Las conclusiones de los investigadores de la Universidad de Colorado (EE.UU.), autores del estudio, se basan en un largo trabajo de campo realizado en los principales espacios protegidos del país. Y son concluyentes. El 63% de los espacios naturales estadounidenses sufre unos niveles de contaminación acústica -es decir, de ruido provocado por el ser humano- que duplican el nivel de sonido de la naturaleza, mientras que en un 21% de dichas áreas el nivel de ruido es hasta diez veces superior.

El artículo incluye un documento sonoro captado en el interior de un Parque Nacional de California en el que se percibe como el melodioso sonido de unos pájaros trinando queda solapado por el ruido de un automóvil.

Este informe de Science me recuerda por sus conclusiones aquel otro publicado en Behavioral Ecology por el investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales y presidente del Comité Científico de SEO/BirdLife Mario Díaz, en el que se demostraba que los pájaros de ciudad elevan el volumen de su canto para hacerse oír mejor, elijen para hacerlo los momentos del día con menos ruido en las calles y, si la contaminación acústica es persistente, optan sencillamente por no cantar.

Que vivimos bajo la tiranía del ruido es algo que muchos tenemos asumido. Que el pensamiento imperante es el del meto ruido, luego existo ya lo denunciamos hace años en este mismo rincón del diario. Lo que sabemos ahora es que los enemigos del silencio son también enemigos de la naturaleza, y que si no le ponemos remedio, cualquier día veremos a los pájaros comunicándose con el lenguaje de signos.

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