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Fascismo no, nunca, bajo ninguna excusa

Le Pen se hace fotos en Amiens con los trabajadores de una fábrica en huelga.

Rosa María Artal

Vuelta a empezar. A estas alturas de la historia todavía hay que explicar que el fascismo es un punto y aparte en la democracia. De no bastar las imágenes de la Europa desolada que dejó en el siglo XX, disponemos de miles de libros y análisis. El fascismo es una ideología totalitaria. Alemania, Italia y España fueron sus ejemplos prácticos. Aquí se quedó 40 años, con propina. De haberse impuesto y mantenido igual en toda Europa, el mundo sería aún peor. Lo intenta de nuevo. Es increíble que tenga que evidenciarse con cuanto sucedió.

Está documentado cómo surgen los fascismos, por qué, sus maniobras y hechos, pero nos encontramos ante una ciudanía básicamente desactivada por los medios y mensajes de la distracción masiva. Sin olvidar su propia indolencia. Los alemanes que eligieron en las urnas a Hitler si no lo vieron venir, fueron testigos silenciosos de su evolución y optaron por mirar para otro lado. Lo irritante ahora es la inconsciencia con la que embarcan a Le Pen hacia al triunfo desde una presunta progresía.

“Cuanto peor, mejor” no es regla lógica. El “peor” del siglo XX se saldó con guerra, destrucción y millones de muertos. La memoria breve vuelve a reedificar la tolerancia a lo intolerable.

El foco ahora está en Francia. Las encuestas acortan ligeramente las distancias entre los candidatos fijados en la primera vuelta: Macron y Le Pen. Les separan aún 18 puntos –un mundo- pero faltan 4 días para las votaciones y se sigue escribiendo con fruición la crónica de una profecía autocumplida. Escasean los diques para no entrar al trapo de las provocaciones y mentiras que Le Pen despliega sin el menor escrúpulo.

Por supuesto que Emmanuelle Macron es candidato de la banca, las financias, el Mercado, como dice su rival. Ella también. Son mayoría en todos los países. El grave problema es estar dónde estamos. Se libra una batalla decisiva por el control del poder. Mundial. En España, cuece junto a la corrupción que nos anega como elemento doblemente desestabilizador, pero es casi la misma pugna. De momento, en la mesa, todo es derecha. Extrema o ultraliberal. Con el importante matiz diferenciador del talante democrático. Lo tiene Macron, carece por completo de él Le Pen. Pasó en Estados Unidos. La elección se sitúa entre el mal o el mucho peor. Y allí ganó lo pésimo: Trump.

El contexto es esencial. Los franceses están hartos de los políticos que les llevaron al desastre. Como tantos otros. Han infligido un varapalo histórico a los dos partidos tradicionales. Juntos, no suman un 25% de los votos. El castigo demoledor fue para el Partido Socialista Francés. Más aún, el desencanto, la ira, por la gestión de Hollande –que tantas esperanzas despertó en su día- es lo que ha precipitado este escenario. Bernié Hamon recogió su herencia y obtuvo un 6,4% de votos.

Con Macron podría ocurrir algo similar. Ultraliberal. Como Trump. De los que creen aún en el mito, nunca demostrado -y va ya por casi tres siglos desde que lo formulara Adam Smith (1723-1790)-, de que el mercado se regula solo. Los que no leyeron a Karl Polanyi, por ejemplo, explicando por qué no funciona. Los que, en consecuencia, mantienen que la libertad (de mercado) produce riqueza general, ya no hace falta pagar impuestos –sobre todo los ricos como pueden atestiguar los estadounidenses a los que ama Trump- y las perdices de la felicidad llueven del cielo a la mesa. Bien es cierto que a sus predicadores sí les va bien y no suelen mirar las víctimas que dejan en la orilla.

Socioliberal, calificado por eso de “centrista”, Macron cree en mecanismos de compensación con políticas sociales. Aunque es el autor de las drásticas medidas económicas que derrotaron a Hollande ante sus votantes.

Marine Le Pen, ampliamente detestada, gana apoyos con una campaña descarada en demagogia. Abrazando a los obreros maltratados por el sistema, por la política tradicional, de los que se aprovechará como ya hace Trump. Marine Le Pen no es en absoluto una incógnita

La dureza de la confrontación aumenta. Se juegan mucho, no solo los candidatos. La figura de Macron, que venía de príncipe azul, se resiente algo. Un libro le comparaba con Napoleón Bonaparte por su arrojo, es joven, tiene una historia de amor inusual, fue banquero, y ministro socialista. Ganó porque aparecía como la esperanza limpia en todo el caos de la política de siempre. Ahora le afean cada una de sus hasta ahora virtudes.

Lo cierto es que se trata de una persona cultivada. Estudió filosofía y “lee asiduamente a autores clásicos como Hegel o Maquiavelo y a pensadores políticos contemporáneos como Cornelius Castoriadis o Claude Lefort”, nos contaba este excelente perfil de Enric Bonet en Ctxt.es. Nada que ver, por tanto, con Albert Rivera con quién le quieren comparar, incluido Rivera. Seria entretenido verles conversar sobre Kant.

La guerra desatada incluye en los medios a Jean-Luc Melenchón, como si de un tercer candidato se tratase. Nieto de españoles audaces, es presentado en su caricatura. No se parece a Le Pen en absoluto. Como dice Ramón Lobo, “es lo opuesto: un ex socialista desencantado con su ex partido. Su pro europeísmo es tan profundo que defiende otra Europa, la de los ciudadanos”. Y de ambigüedad, nada. Ha dicho taxativamente a sus seguidores que votar a Le Pen sería un “terrible error”. Habrán observado que esto no lo destacan medios españoles, aquí se libra la misma batalla. Su Francia Insumisa en cambio se ha decantado -en un porcentaje mínimo- por la abstención o el voto en blanco. 158.000 personas, de los 440.000 inscritos y de 7 millones de votos que recibió el candidato.

La apuesta es por el negocio más que por la sociedad o por cumplir a rajatabla los estándares democráticos, por muy fuerte que pueda parecer. Quienes se benefician de la insostenible situación que vivimos no quieren que cambie nada sustancialmente. La corrupción ha creado grandes clientelismos. Visibles, prestando una mínima atención.

El mundo ha tomado una peligrosa deriva. En su inmenso alejamiento de la realidad creían que humillar y potenciar la desigualdad, no pasaría factura. Y lo ha hecho. Lo predecible augura males mayores. Confiemos en que el mal menor venza a Le Pen. Que la filosofía marque a Macron el camino de la lógica. Pendiente queda la batalla por la justicia y la equidad, la que inexorablemente habrá de llegar, salvo que se imponga la barbarie plena del fascismo.

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