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Ganó la socialdemocracia

José Saturnino Martínez García

Los debates en campaña electoral o esta semana en la Sesión de Investidura, han dejado un claro ganador: la socialdemocracia. Esta conclusión puede parecer contra intuitiva, con un PSOE que no deja de perder diputados y un movimiento socialdemócrata en crisis en Europa y sin seguidores claros por el resto del mundo. Un PSOE al que Podemos critica por ser poco socialdemócrata. Pero la socialdemocracia no es un partido. Es un ideario del siglo XIX, con el planteamiento de que mientras llega el fin del capitalismo, o para que no llegue, conviene no dejar al libre mercado a sus anchas. Conviene reconocer que el mercado de trabajo no es un mercado como el de patatas. La patata no deja de ser patata si el kilo está a un euro o a diez. Pero una persona no tiene las mismas posibilidades de desarrollarse como ser humano si trabaja cuarenta horas semanales por 646€ mensuales en un trabajo monótono y alienante, sujeto a la voluntad de quienes tienen dinero, o si ingresa una renta de 4.000€ al mes que le ha dejado en herencia su familia.

Para una vida digna y autónoma, se necesitan ciertas condiciones materiales que el mercado por sí mismo no garantiza. El movimiento obrero, entre la insurgencia y la moderación, logró que el Estado y el capital se viesen obligados a reconocer esta realidad, asegurando la vejez, la salud y la educación, así como ciertos mínimos de subsistencia material. Los cuatro partidos más votados afirman compartir este ideario. No es poco. En otros países, como EEUU o muchos países de América Latina o Asia, está firmemente arraigado en buena parte de la población el credo liberal, según el cual, el mercado y la familia deben ser las instituciones que resuelvan estos problemas. La idea de que garantizar la posibilidad de la vida humana no es cosa del Estado, que debe limitarse a garantizar el derecho de propiedad privada, pero no de vida propia. El Estado no puede dar la felicidad a la ciudadanía, pero sí puede empoderarla. Así se evitan las injerencias arbitrarias de los poderosos, y se puede decidir con autonomía qué vida llevar, sin estar sujetos a los vaivenes de la fortuna de nacer en una determinada familia o con ciertas capacidades u oportunidades. La libertad solo es posible si se dan las condiciones materiales para ejercitarla.

La hegemonía socialdemócrata en el debate político español no debe llevar al engaño. Todos defienden su preocupación por las pensiones, la sanidad y la educación públicas, así como algún tipo de renta de garantía social. En la medida que hay acuerdo en estos fines socialdemócratas (insisto, cosa que no pasa en otros países), es más fácil discutir sobre los medios, y sobre todo, desmontar imposturas. No se puede decir que se está a favor de las pensiones públicas, pero luego vaciar la hucha, mientras se subvencionan los planes privados de pensiones. No se puede decir que se está a favor de la sanidad pública, y luego privatizarla o acabar con su universalidad. No se puede decir que se está a favor de la educación pública, mientras el recorte en inversión educativa pública se acompaña de desgravaciones y otras prebendas para la iniciativa privada. No se puede decir que se está a favor de garantizar un mínimo de subsistencia, pero no disponer de un plan de rentas mínimas.

En España, la socialdemocracia ideológicamente sigue siendo fuerte. Posiblemente porque parte de su programa social es compartido con la democracia cristiana. El neoliberalismo en nuestro país debe aplicar la neolengua orwelliana para sacar su programa adelante, llamando defensa del Estado de Bienestar a su derribo. Eso facilita su crítica: solo hay que mostrar la hipocresía entre lo que dice defender y lo que hace. Mucho peor será el día en que alcance la hegemonía ideológica.

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