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Gay Talese y los jubilados

Gay Talese

Montero Glez

En el principio fue el silencio, luego vino el repiqueteo de los martillos y luego vinieron las máquinas excavadoras, las hormigoneras, los camiones descargando vigas y todos los demás ruidos.

Se anunció como el rascacielos más alto de la capital, proyectado por el mismo arquitecto que proyectó las Torres gemelas. Ocurrió al principio de los años 80 y el recuerdo de aquello aún prevalece fresco en mi memoria como un banco recién pintado.

Por entonces, yo todavía vivía en Madrid y me acercaba a curiosear, no ya las obras sino lo que rodeaba la actividad, me refiero a todos aquellos jubilados que se amontonaban alrededor de la faena y seguían su desarrollo como animales en cautiverio a través de las vallas. El asunto resultaba tan curioso como triste pues había algunos jubilados que, desde su posición de mirones, reñían a los obreros, cuestionando su trabajo en lo referente a los remaches de las vigas o la posición de los cimientos.

Aquellos jubilados revelaban que, en una sociedad capitalista, el tiempo de ocio no es más que una prolongación del tiempo de trabajo y lo que es peor, que el tiempo de jubilación es tiempo de no retorno, tiempo de tristeza donde se abre la molécula de la melancolía y donde se plantan los cimientos de la pesadumbre. Para cualquiera de ellos, perder las cadenas y dejar de ser esclavo era lo más semejante a un caramelo difícil de saborear.

Ahora, años después, vuelvo a Madrid de visita y me asomo a aquellos días en los que se pusieron las primeras piedras de la economía de casino que hoy nos subyuga. Me acerco al corazón financiero de la capital y lo hago con un libro en la mochila. Se trata del último trabajo de Gay Talese publicado en castellano cuyo título es El Puente y donde da cuenta de las obras del puente colgante de Verazano-Narrows que une Brooklyn con Staten Island inaugurado en noviembre de 1964.

Talese nos presenta el contraste entre los corbatillas que se acercaron a la inauguración a cortar la cinta y los currelas que se dejaron la piel para levantar el puente. De esta manera, Talese consigue una crítica eficaz a la explotación del ser humano por parte del capitalismo, un sistema enfermo que consigue que el jubilado añore el tiempo de las cadenas, ocupando su tiempo libre en ir a ver obras y no precisamente para luego afilar la pluma y ponerse a escribir. En fin.

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