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Gobierno de desconfianza, no de coalición

Andrés Ortega

En otra ocasión, ya señalé que las distancias entre casi todos los partidos no eran tan grandes en cuanto a lo que necesita este país, en cuanto al qué, a la policy o polocioes, a las políticas a seguir. Sí, hay una gran distancia respecto a un referéndum en Cataluña, si Podemos lo exige sine qua non, u otra mucha más reducida sobre algunos aspectos de la contra reforma laboral o mayor sobre impuestos. Hay coincidencias suficientes desde luego para transformar en dos años y para los próximos 10 o más, muchos aspectos del sistema español. Pero la verdadera gran distancia se refiere al poder, que es la esencia de la política.

Pablo Iglesias quiere dos cosas alternativamente: o poder; o elecciones para, supone, adelantar al PSOE y convertirse en el partido más votado y con más diputados de la izquierda (aunque las últimas encuestas no avalan esta perspectiva). Y una cosa influye en la otra. De ahí que su programa de Gobierno presentado el pasado lunes empiece, y acabe, con la estructura del Gobierno, y no con las políticas a hacer. Y él a la cabeza de una Vicepresidencia que acumula más poder que cualquiera antes. En el sistema español la Vicepresidencia tiene esencialmente un papel de coordinación del Gobierno por debajo del presidente (que lo nombra y que cuenta con un Gabinete que también suele tener mucha influencia a la hora de coordinar). Incluso en un Gobierno de coalición. Ser vicepresidente no es lo mismo que ser copresidente.

La Vicepresidencia que quiere Iglesias para él es un Gobierno dentro del Gobierno, con la Comunicación en sus manos. Que el Centro Nacional de Inteligencia (CNI, para el que Podemos se olvida de su importancia en materia de información económica, incluida la ciberinformación, lo que también es significativo) dependa de la Vicepresidencia (técnicamente del Ministerio de Presidencia) es algo relativamente reciente: de diciembre de 2011, con Soraya Sáenz de Santamaría. Antes dependía del Ministerio de Defensa. Por lo que con un simple decreto puede volver allí, o pasar a depender, aunque no sea recomendable, de la Presidencia del Gobierno. Aunque Podemos pide que su director lo nombre el Parlamento ante el que se debe responsabilizar. Una cosa es que lo confirme el Parlamento, y que informe en la Comisión de Secretos Oficiales, y otra que lo nombre el Congreso. Le restaría credibilidad externa. Por no hablar de la que le quitaría que estuviera en manos del secretario general de Podemos. Además, no se entiende bien la insistencia de Iglesias y Podemos en el CNI (o la comunicación, el CIS o los medios públicos) en su “redefinición” de la Vicepresidencia del Gobierno como “un espacio de acción política orientada a la defensa de los derechos sociales y políticos”. Es un ejemplo revelador.

Pese a que lo afirme, Podemos no plantea un verdadero gobierno de coalición, que sería lo suyo, aunque asevere “una lógica de colaboración y corresponsabilidad”, sino, como dice su documento, con Pedro Sánchez en la Presidencia y Pablo Iglesias en la Vicepresidencia, “un mecanismo check and balance, control y contrapeso, es decir, una garantía de que en nuestro país se acabaron los rodillos y los gobiernos que no rinden cuentas”. Curiosa forma de ver la división de poderes para un politólogo: unos checks and balances dentro del Ejecutivo (pese a que hable de “lealtad”) y no entre el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, por quedarnos en el clásico Montesquieu aunque haya que adaptarlos a los nuevos tiempos (ya Francisco Fernández Ordoñez solía decir que el pensador francés se había olvidado de los bancos centrales y aún no existía el BCE). Sería más bien un gobierno de desconfianza que de coalición. Compromis, aunque con cuatro diputados, tiene otra actitud. O Ciudadanos, decisivo, aunque con algo de confusión al no querer entrar en un gobierno de coalición.

La investidura de Pedro Sánchez aún tiene posibilidades (y puede que el tiempo decisivo sea entre la primera votación el 3 de marzo y la más que probable segunda el sábado 5). 48 horas cruciales. Pero lo que todos, todos, miran no es no solo este paso, tras el que viene el de gobernar, sino a una posible repetición de elecciones que seguramente no solo no resolverían nada, sino que podrían acrecentar las distancias entre los partidos políticos, la “guerra de trincheras” en la política y la opinión pública, como la describe un buen análisis de José Antonio Gómez Yáñez. Al PP y a Rajoy, bajo el abrumador peso de los casos de corrupción, le queda un gran cartucho por utilizar si Sánchez no es investido: no tanto intentarlo él, sino echarse a un lado y presentar a otro u otra, ya sea a la investidura o a unas nuevas elecciones.

Pase lo que pase, “detrás de cada viento viene un mundo que no es el de antes”, decía el gran Ramón (Gómez de la Serna). Y desde hace tiempo sopla mucho viento en esta España.

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