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Hacerse un Varufakis (Madrid, 2017)

Sánchez-Mato asiste como público al mitín de Varufakis durante el cierre de las jornadas del Plan B en Madrid.

Belén Carreño

Los hombres de negro hicieron las maletas. La troika dejó de ser un hit. Pero las consecuencias de las políticas de austeridad siguen presentes en España y en el resto de los países rescatados casi un lustro después de ser intervenidos.

Ayer el concejal de Hacienda (exconcejal de Hacienda a estas horas) de Madrid, Carlos Sánchez Mato se hizo un Varufakis. Mato se plantó “por principios” a cumplir con las normas tal y como las dicta el ministerio de Hacienda, adaptadas hace ya cinco años a los deseos de los burócratas que sanearon nuestro sistema financiero. Los que ya hemos visto varias veces esta función, representada en varios escenarios y países desde 2007, podríamos haber predicho casi con los ojos cerrados hace tres años que esto pasaría. No me alegro de acertar. Muy al contrario. Me alegraré el día en el que la política y las relaciones humanas me den más sorpresas a la portuguesa.

Varufakis lo contó en sus recientes memorias (Adultos en la sala) y se había encargado de ventilarlo en varias publicaciones anteriores. Aunque Alexis Tsipras era el elegido por el pueblo para hacer frente a la troika, terminó siendo práctico. Varufakis no quería ser pragmático. Creía en sus principios. El “principismo político” al que muchos achacan también a Sánchez Mato. Aunque en el caso del griego fue él quién dio el portazo.

El tiempo acaba juzgando a los idealistas y a los pragmáticos. Dos corrientes especialmente enfrentadas en los partidos de izquierdas. Unos gobiernan en campaña electoral y otros reinan en el poder. Y son medidas dictadas en sus antípodas ideológicas, como estos principios de austeridad que aún nos rigen, los que terminan haciendo impracticable la convivencia de ambos bandos.

Porque aunque muchos den palmas con las orejas ante la división de la izquierda, lo que no se puede olvidar es que esta ruptura llega ante la aplicación de una regla injusta y caduca, planteada en un momento en el que España estaba en una situación muy diferente a la actual. La regla de gasto que solo permite a los Ayuntamientos gastar por encima de un cálculo del PIB potencial (este año un 1,7%), es un corsé que aprieta demasiado a unos municipios que han cumplido a rajatabla las condiciones más estrictas impuestas en el rescate.

No hay precedentes en Europa de una norma tan estricta que haya trasladado a las entidades locales la regla de gasto hasta desembocar en una intervención. Lieja (en Bélgica) o Vanaa (Finlandia) sí tuvieron que tomar precauciones, pero no con los rutilantes datos que maneja el Ayuntamiento de Madrid de superávit y reducción de deuda.

Una de las claves de este conflicto es que Madrid financia con sus más de 1.100 millones de euros de superávit en 2016 los desmanes del Gobierno central (el que pilota Cristóbal Montoro) y de la Seguridad Social (de su amiguísima Fátima Báñez). Obligar al consistorio a seguir teniendo estos elevados excesos de ahorro (entre todos los ayuntamientos suman 7.000 millones), es una forma de garantizar la tranquilidad para que ni Montoro ni la Seguridad Social pongan sus cuentas en orden.

Casi a la vez que conocemos que Madrid no puede mover un agujero más la hebilla del cinturón, se nos anuncia que para 2019, año electoral, el Ejecutivo quiere subir las pensiones de viudedad o el salario mínimo. Ambas medidas son loables y deseables, pero el Ejecutivo debe aprender a financiarlas de otra manera, y no obligando a los madrileños y a los ciudadanos de otros municipios que han hecho los deberes a continuar con unas inversiones por debajo de lo que se merecen.

En tiempos de tanta discusión sobre el reparto de la financiación autonómica es sangrante que los ayuntamientos tengan que ser el colchón para la falta de previsión del Gobierno del PP que no quiere hacer una reforma de la Seguridad Social y no sabe de dónde sacar el dinero para mantener sus promesas de bajadas de impuestos y de subidas de otros complementos. Bueno, sí saben de dónde. Del ahorro de los municipios.

No solo un Quijote

Tampoco se puede olvidar que en el acto que parece casi heroico de Sánchez Mato se esconden luces y sombras y es difícil que un relato sea perfecto. Ser un hombre de principios también conlleva a veces una exasperante inflexibilidad. La virtud de la firmeza se convierte con facilidad en el pecado de la cabezonería. Y como bien sabe el católico edil, en las virtudes muchas veces se lleva la penitencia.

También hay algunas lagunas en la gestión de las cuentas públicas. En 2016 apenas se ejecutó un 77% de la inversión del Ayuntamiento, algo que ha levantado fuertes ampollas internas –“¿ahora se pega por unos millones que no fuimos capaces estos años de ejecutar?”–. También la falta de personal, casi crónica en el Ayuntamiento de Madrid, hace muy difícil materializar el soñado presupuesto, bello sobre el papel pero sin manos a la obra para ejecutar. Y tampoco parece tan pulcra la gestión de los presupuestos participativos, donde algunos cálculos se hicieron próximos a ojímetro, resintiéndose al final la cuadratura del presupuesto ejecutado final.

En el bando de los pragmáticos también son varios los que se preguntan, “¿por qué esta pelea numantina en solitario?”. “¿Por qué el Ayuntamiento de Zamora (IU) o el de Cádiz (Anticapitalistas) no se han plantado también ante Montoro?”.

Para estos, los prácticos, las obras paralizadas por todo Madrid eran una señal mucho más perversa de debilidad que claudicar con el nuevo plan que supone al final “una crisis de expectativas”. Esto es, no hacer recortes (aunque los críticos con la decisión de Carmena los estén bautizando como tales), sino por hacer una mejora menor de lo que querían, una de las principales diferencias también con lo que se le pidió a Varufakis, con el Gobierno de Tsipras empleándose a fondo para podar aún más el maltrecho país.

Y cómo no, el nada desdeñable impacto de las tensiones de la política interna de esa confluencia que es Ahora Madrid.

Estar en el poder mancha y los borrones son inevitables. Una suciedad que repele al bando de los idealistas y que se cura con un buen detergente en la bancada de los pragmáticos.

Del lado de Sánchez Mato está además la objeción de conciencia. Una poderosa arma del catolicismo para no entrar en razón... cuando no es una razón buena. Afortunadamente en el Congreso seguirá su curso la propuesta de cambiar la regla de gasto lo que, sumado al desprecio que las propias instituciones europeas sienten ya hacia los principios de la austeridad, marcan el final de estas razones para los próximos meses. Demasiado tarde para un buen concejal.

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