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Jornaleros de la cultura

Trabajadores de la cultura reunidos en el teatro María Guerrero de Madrid, mayo 2017. Foto cedida por la Unión de Actores

Begoña Huertas

En plena oleada de neoliberalismo extremo tras la “crisis”, muchos colectivos de trabajadores ven tambalearse los derechos que tanto les costó conseguir. Sin embargo hay un sector en España que nunca llegó a organizarse con eficacia y exigir una regulación acorde a su especificidad que le permitiera un bienestar y una seguridad mínima: el colectivo de trabajadores de la cultura. Pues bien, por fin a día de hoy hay un Estatuto de los trabajadores de la cultura, un Estatuto del artista, debatiéndose en una subcomisión del Congreso de los Diputados, y el pasado sábado diversas organizaciones convocaron un acto en el teatro María Guerrero de Madrid para hablar de ello porque, como con todo, lo que no se apoye desde la calle difícilmente podrá ser sacado adelante como ley si no beneficia a los que ostentan el poder.

Actores, guionistas, ilustradores, músicos, fotógrafos, escritores, artistas visuales... más allá de las peculiaridades de cada sector existen puntos comunes a todos y es lo que da sentido a la propuesta. Se habla de la piratería y del IVA, asuntos sin duda importantes pero que repercuten más –y para qué engañarnos, por eso están en el candelero– en productores y en distribuidores, en la parte dirigente de “la industria”. Para los trabajadores de a pie, para los curritos, para los que al fin y al cabo escriben el libro, actúan en una película o ilustran una publicación las pesadillas cotidianas son otras. Aquí algunas:

–Por ejemplo, la intermitencia y la irregularidad del trabajo (un músico, un guionista, un ilustrador pueden pasar por períodos de trabajo muy activos y otros sin ningún ingreso), cuestión que la actual forma de tributación fiscal no contempla en absoluto.

–La “normalidad” con que se acepta que en estos asuntos no se habla de dinero, que se puede trabajar gratis, trabajar a cambio de “visibilidad” o de “capital simbólico”.

–La “normalidad” con que se acepta que no se sepa con claridad el precio de las cosas, que en un mismo medio unos cobren una cantidad y otros otra.

–Que el porcentaje de un autor por libro sea un 10%.

–Que los fragmentos de obras o dibujos recopilados en libros de texto no se paguen.

–Que haya que cotizar como trabajador autónomo alrededor de 250 euros mensuales, aunque haya meses de ingresos 0.

–Que un autor jubilado se quede sin pensión porque ésta se considera incompatible con el cobro de sus derechos de autor.

De modo que, en contra de lo que podría pensarse, no se trata de pedir un trato de favor sino un trato igual al de otros colectivos de trabajadores: estudiar sus circunstancias y legislar esa ley de la selva para garantizar unos derechos mínimos. Y es que la cultura, esa cosa a la que se apela para crear marca-país o atraer turismo, necesita trabajadores y por tanto un marco legislativo que regule y apoye su actividad para que esta pueda desarrollarse de manera justa y eficaz.

El estatuto es necesario para salvaguardar los derechos del creador frente a la industria, el mercado, los peces gordos y las grandes corporaciones del sector, que obviamente solo buscan su beneficio. Leo que en la Feria del libro que se celebra estos días en el Retiro algunos editores pidieron a los reyes “apoyo al libro y la lectura” ante la pérdida de “volumen de negocio” (¡!). Estos no pueden ser los términos del debate. ¿Pedir a los reyes? No. Hay que exigir a los políticos. Exigirles, si se quiere, el cuidado de la industria, pero sobre todo la protección y los derechos de los creadores, los que están en la base de la pirámide.

Claro que entonces a lo mejor algún columnista de esos que se pagan un seguro médico para que les sonrían en una clínica privada, en lugar de desearles la muerte en sala de espera de la sanidad pública (sic), y que alzan con orgullo su sufrimiento de autónomos emprendedores nos tacha de “jornaleros andaluces” “que pretenden vivir del momio sin dar un palo al agua” (sic). Pues sí, correré el riesgo, no quiero un trato especial ni un estatus heroico, prefiero ser una simple jornalera que luche contra las condiciones abusivas y la legislación anticuada del sector en el que trabajo.

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