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Frenar a Le Pen no es suficiente

Daniel Fuentes Castro

Francia acudirá a las urnas la próxima primavera en una doble cita que puede ser determinante para el futuro inmediato de Europa. Las elecciones presidenciales tendrán lugar el 23 de abril y el 7 de mayo, seguidas de las elecciones legislativas los días 11 y 18 de junio. La victoria del leave en el referéndum británico sobre la permanencia del Reino Unido en la UE y el inesperado triunfo de Donald Trump en la carrera a la Casa Blanca aconsejan prestar atención a lo que ya está sucediendo en Francia.

Desde que se instauró la V República, en 1959, la derecha francesa sólo ha dejado escapar la victoria en las elecciones presidenciales en dos ocasiones (François Mitterrand entre 1981 y 1995, y François Hollande en 2012). Y no parece que ésta vaya a ser la tercera. Según el último barómetro electoral de IFOP, que elabora sondeos de opinión y estudios de mercado desde finales de los años treinta, los tres partidos de derecha concentran actualmente el 67% de la intención de voto y ninguna de las dos primeras fuerzas de la izquierda, con un 14% de intención de voto cada una, parece en condiciones de alcanzar la segunda vuelta de las elecciones.

Intención de voto en la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia 2017

(hipótesis: Hollande candidato del Partido Socialista y Alain Jupé candidato de Les Républicains)

Fuente: IFOP octubre 2016

Lo más probable, a día de hoy, es que los franceses tengan que elegir finalmente entre Marine Le Pen y el candidato que se imponga en las primarias de Les Repúblicains (partido que aglutina a la derecha conservadora), que tienen lugar los próximos 20 y 27 de noviembre. Y no es lo mismo que en ellas se imponga el expresidente Nicolas Sarkozy, cada día más próximo a las tesis de la extrema derecha, que el exprimer ministro Alain Juppé.

Juppé es un enarca (reciben esta apelación los diplomados por la École Nationale d'Administration Publique a raíz del libro La enarquía o los mandarines de la sociedad burguesa, escrito a finales de los años sesenta por el también enarca Jean-Pierre Chevènement), elefante conservador salido de los cuerpos de élite franceses. Si alcanza el Elíseo, es de esperar que su propia naturaleza le obligue a marcar distancias con el trumpismo.

En cuanto a las perspectivas electorales del Frente Nacional, partido de extrema derecha que representa lo peor de la Francia de Vichy, conviene tener en cuenta varios elementos. En primer lugar, el sistema de doble vuelta dificulta la carrera de Le Pen al Elíseo. Incluso si fuese la opción más votada en la primera vuelta, tendría que imponerse en la segunda a todas las demás fuerzas juntas.

Su padre, Jean-Marie Le Pen (persona violenta, abiertamente negacionista, xenófoba y antisemita), obtuvo un 16,7% de los votos en las elecciones de 2002 y, ante la fragmentación del voto de izquierdas, accedió a la segunda vuelta. Le Pen cosechó entonces una sonora derrota frente al 82% de los votos del conservador Jacques Chirac, que fue apoyado masivamente por la izquierda. Las circunstancias son distintas, pero es un precedente a tener en cuenta.

En segundo lugar, a diferencia del sistema español o del norteamericano, en las elecciones presidenciales francesas no se eligen ni diputados, ni senadores, ni grandes electores. Sólo se elige al inquilino del Elíseo. Así que es perfectamente posible ser la primera fuerza y que esto no se traduzca en presencia institucional alguna.

La batalla por el poder en la Asamblea Nacional queda relegada a las elecciones legislativas, cuyo resultado estará condicionado por lo que previamente haya sucedido en las elecciones presidenciales. No obstante, la experiencia histórica dice que no necesariamente ha de repetirse en las legislativas lo que previamente haya sucedido en las presidenciales. No es excepcional que un presidente de derechas tenga que cohabitar con un legislativo de izquierdas. En todo caso, nuevamente con un sistema a dos vueltas, las demás fuerzas tendrán opciones de contener el esperado empuje de la extrema derecha en las elecciones legislativas.

El último precedente data de 2012 cuando, a pesar de obtener el 13,6% de los votos en la primera vuelta, el Frente Nacional sólo consiguió dos diputados sobre un total de 577 que componen la Asamblea Nacional. Una de ellos es Marion Maréchal-Le Pen, muy próxima a su abuelo Jean-Marie y enfrentada a su tía Marine por el futuro control del partido.

En cualquier caso, que el camino del Frente Nacional al Elíseo esté sembrado de dificultades no debe impedirnos tomar la medida del problema: la extrema derecha crece en Francia con raíces fuertes que se remontan, al menos, a los años ochenta. Conviene recordar que el Frente Nacional fue el partido más votado en las elecciones europeas de 2014, con el 24,9% de los votos, cuatro puntos más que la derecha conservadora y diez puntos por encima de los socialistas en el poder. En el sondeo de IFOP del pasado octubre aparece ya con un 27% de intención de voto.

De acuerdo con el mismo sondeo, el Frente Nacional lidera la intención de voto entre los franceses de 18 a 49 años (34%), entre los trabajadores autónomos (43%), los empleados (36%), los obreros (46%) y los parados (41%) y en el entorno rural (34%).

Especialmente sintomático es que la suma de los dos primeros partidos de izquierda, el Partido Socialista y el Front de Gauche, no lidera la intención de voto en ninguna franja de edad y en ninguna categoría profesional. Reciben el apoyo del 23% de los parados, frente al 26% de Les Républicains y el 41% del Frente Nacional. Tan sólo lideran la intención de voto entre los trabajadores del sector público (33%).

No sólo la derecha francesa está mejor posicionada que la izquierda para detener al Frente Nacional, sino que, paradójicamente, podría rozarse la catástrofe si el Partido Socialista o el Front de Gauche accediesen a la segunda vuelta. De hecho, entre los escenarios planteados por IFOP, el Frente Nacional aparece como victorioso si su rival el 7 de mayo fuese el actual presidente.

A casi seis meses vista, es pronto para saber si el Frente Nacional se va a imponer en la carrera al Elíseo. De lo que hay menos dudas es que su discurso impregna buena parte de la sociedad francesa, y que ésta no sólo es sensible al ciclo económico y a las políticas de rentas, sino sobre todo a cuestiones identitarias de solución compleja. Francia lleva mucho tiempo viviendo sobre una fractura social. Por eso, de poco sirve que alguno de los candidatos evite lo peor la próxima primavera si su elección no viene acompañada de una reflexión profunda sobre el problema de fondo, la integración social, la igualdad de oportunidades, la distribución de la riqueza y tantas otras cuestiones que se han desatendido durante demasiado tiempo.

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