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Libertad de expresión

Elisa Beni

Pertenezco a una generación que aún es capaz de leer el título de este artículo con la entonación perfecta que se le daba en una manifestación. He oído gritarlo y lo he gritado. Siento que ahora debo volver a hacerlo. Ya no soy una chica de instituto así que no voy a hacer una sentada. Ahora tengo mi pluma y también mi veneración a la libertad y a esta concreta que es, sin duda, la madre de todas las libertades. También la base en la que se sustenta toda democracia. Desde la Revolución francesa a la Primera Enmienda. Sin libertad de expresión no hay democracia posible. Por esos motivos o por mi propia forma de ser, la libertad es un tema central en mi trabajo y en mis reflexiones. Si estoy segura de haber nacido para algo es para ser libre. Hasta mi primera novela se titula “Peaje de Libertad” porque en el fondo reflexiona sobre el coste personal que tiene conservarla. La libertad es el concepto por el que yo lucharía incluso físicamente si llegara el momento.

Por eso estoy preocupada. Mucho. Más que por el terrorismo que entiendo que no amenaza a la esencia de nuestros regímenes políticos. Sin embargo, noto crecer la intensidad de la amenaza que se cierne sobre la libertad de expresión. Como si tuviera una especie de sensor interno que se activa y se enardece cuando es consciente de lo que está pasando. Así que hoy tengo que escribir el artículo, deberíamos escribir muchos, antes de que suceda lo del poema de la tan traída autoría y después de los demás vengan a por mí.

Aunque a por mí ya vinieron. Yo ya fui linchada por hacer uso de mi libertad de expresión. Ya hubo un sector político que decretó mi muerte civil por hacerlo. Escribí un libro. Un libro sobre el proceso del 11M y la perspectiva que yo tuve de él. Soy periodista y especializada en información jurídica. Entiendo que la publicación de mi libro pudiera no gustar a unos u otros, o que se criticara el momento o la oportunidad o lo que sea. Eran opiniones. Erróneas, desde mi punto de vista, pero opiniones. Otra cosa fue la persecución. Recuerdo aún la llamada del vocal del CGPJ llamado Enrique López -sí, el mismo que por tercera vez ha obligado a reabrir el Caso Zapata para sentarlo en el banquillo por sus tuits- en la que me dijo, más o menos textualmente: “Elisa, tienes que dimitir como Directora de Comunicación del TSJM, porque si no te vamos a cesar. Los del PP están pidiendo tu cabeza y la situación de Hernando es insostenible”. Me negué a dimitir por haber escrito un libro no sólo perfectamente legal sino absolutamente compatible con mis funciones. Me cesaron. Hernando ha muerto y yo no me alegré. A López le pillaron borracho y tuvo que dejar el TC y a mí me dio igual porque ya estoy en otra vaina. No obstante soy consciente de que en la naturaleza humana hay algo que lleva a algunas personas a alegrarse del mal ajeno. Incluso a desearlo. Me parece mezquino e ignominioso a veces y, sobre todo, me parece poco práctico en la vida pero no ignoro que eso sucede. “¡Ójala te mueras!” y ese deseo dirigido a alguien que nos ha hecho mucho daño ha podido pasar por la mente de muchos. Así que cuando un miserable expresa sentimientos de ese tenor en las redes sociales, como ha sucedido con la muerte del torero, podría escribir todo un tratado sobre mis consideraciones morales y personales pero tendría que gritar también que eso es cualquier cosa pero no un delito.

Cada vez más vemos cómo una especie de policía del bien recorre las redes y la sociedad buscando criminalizar el mal gusto, la mala baba, los pecados capitales o la bajeza de la naturaleza humana.

“Si tuvieras la mitad de cabeza que de piernas serias casi una persona, aunque nunca la mitad q Irene Villa, borde q te estás aprovechando de la fama de tu marido para ir x ahí cobrando de los medios de comunicación y en especial de antena 3 y no es precisamente por tu inteligencia, eres una aprovechada, fea, inculta y tocahuevos, así te va y ojalá pasaras x donde ha pasado Irene Villa, en definitiva que te aguanten los muertos q los vivos estamos hartos de pipis calzas largas sin cerebro. Tu definición como mujer sería parte del choto q no sirve para nada. Ahora vas y lo cascas pava”. Esta lindeza la escribió un tal Pedro Canto Gómez en mi FB. No tengo marido ni trabajo en A3. No creo que sea delito. Me da más pena él que el contenido. Espero haber cortado aquí en seco a los que estaban pensando decirme: si te pasara a ti o a tu familia... Me pasa. No es delito. La frase ya esta dicha: moriría para que este espécimen pudiera seguir diciendo estas cosas antes de que para evitarlo cercenaran el derecho de todos.

Y lo que veo ahora es que los llamados delitos apologéticos o de odio o de humillación a las víctimas amenazan con convertirse en un saco grande con el que ir reprimiendo a los que piensan distinto o a los transgresores o a los descerebrados. No. No voy a apoyar una represión que es verdad que va casi siempre en un único sentido pero que podría ampliarse hasta el infinito. Si la Fiscalía de la Audiencia Nacional se ha quedado casi ayuna de contenido -ahora parte el bacalao Anticorrupción- no estoy por la labor de que se intente llenar a costa de poner coto a las libertades (véase titiriteros). No. Hay que plantarse.

Si hay asociaciones creadas por víctimas que utilizan su situación y al Estado de Derecho para hacer razias ideológicas: hay que plantarse. Ante el intento de imponer una espiral del silencio: hay que plantarse. Y, sobre todo, hay que seguir dejando oír las voces de la cordura, las voces que entienden el sistema de derechos y libertades, las voces que en la ponderación entienden lo que hay que alza primar.

A los demás, no somos tan importantes. Lo que me molesta no es el molde con el que construir el mundo. La pervivencia de los valores fundamentales que confirman el desarrollo del pensamiento y de la equidad, sí, esos si merecen cualquier lucha.

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