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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Estado de Mercado

Miguel Roig

El jueves de esta semana la prensa de papel publicó los resultados de las elecciones holandesas. “Holanda frena el auge del populismo de derechas en Occidente”. Es la primera vez que se sustituye Occidente por Europa, atendiendo el inesperado triunfo de Donald Trump en Estados Unidos; ya no solo se teme al Brexit o al colectivo de partidos ultraderechistas que aglutina la Primavera Patriótica que alienta Marine Le Pen, sino a lo que Joaquín Estefanía en su libro “Abuelo, ¿como habéis hecho esto?”, llama la Sexta Internacional, que representaría a este movimiento con la suma de un inquietante e inesperado líder en la Casa Blanca (Estefanía sigue al concepto de “Quinta Internacional” acuñado por Garton Ash para definir el movimiento de los indignados). Una suerte de marea mundial, la globalidad de cara al sol enfrentando al resto de fuerzas con el argumento de la mala luna creciente del islamismo. El miedo al terrorismo, al otro, a cualquiera que pueda quitarnos un puesto de trabajo u ocupar una cama junto a la nuestra en un hospital público.

Es curioso que el jueves, casi todos los medios, los hegemónicos, que analizaban la noticia, la celebraban como una suerte de día de la liberación democrática. Llama la atención porque el triunfo de la derecha neoliberal, se sabe, no es la solución; justamente es el problema.

Los análisis que se vienen realizando desde la caída de Hillary Clinton, casi en su mayoría, centran en la exigua clase media urbana, buena parte de la cual está conformada por los millennials, que ocupan puestos laborales en sectores vinculados a las nuevas tecnologías como el objeto de odio por parte de los suprematistas: los blancos de mediana edad víctimas del cambio de paradigma que acarrea desempleo, pobreza creciente y destrucción, arrastrando en la caída los valores de una clase que aún defiende la religión y que se manifiesta contraria a la diversidad, el signo que distingue a los jóvenes integrados. Estos y no los ricos son los culpables para los desplazados.

El mismo día que la prensa nacional difundía los resultados liberadores de las elecciones holandesas, en sus páginas se incluía uno de los anuncios de la nueva campaña de Dolce & Gabbana. El marketing, como las agencias demoscópicas -a pesar de que las asiste un buen soporte científico-, suele desvariar en su ansia de imponer al mercado de consumo la circulación de bienes o políticos -Trump, por cierto, no es un mal ejemplo: sería ingenuo pensar que avanzó a tientas-, pero suele captar el espíritu de cada coyuntura y servirse del mismo para vender.

En este anuncio, la nueva colección estival de D&G recurre a la isla de Capri para seguir acentuando el tono meridional de la marca frente al diseño formal que se identifica con Milán. En la foto se ve en una callejuela de Capri o Anacapri a un diminuto vehículo, parecido a los que se utilizan en los campos de golf, cargado de bombonas y de jóvenes que visten y exhiben las prendas de D&G. Junto al pequeño camión, su conductor, un trabajador moreno, del sur, ataviado con ropa de trabajo y un par de camisetas baratas y con el lógico desaliño de quien lidia con un trabajo arduo, habla con su móvil y su gesto es de cierta preocupación; la actitud es ambigua pero bien puede estar relacionada con los sujetos que se han montado y ocupado su herramienta laboral.

Los jóvenes, por su parte, son todos blancos, occidentales con la única excepción de uno de ellos que puede pertenecer a alguna etnia africana y que, a diferencia del grupo, no se ha subido al vehículo pero otorga diversidad al conjunto.

La escena no puede ser más clara: “Aquí hay unos listos que se han quedado con lo mío”, parece decir a su interlocutor, a través del móvil, el trabajador.

En un artículo reciente, el sociólogo Jorge Galindo observaba una nueva tendencia a la que llama droite devine, conformada por líderes de opinión entre la juventud urbana, acomodados, para quienes apostar por una revolución de extrema derecha -la Sexta Internacional que define Estefanía- no les supone ningún riesgo: si se pertenece a la clase dominante, no hay mayores consecuencias. Jugar con el futuro de otros sale gratis, viene a decir Galindo.

La posición de la derecha neoliberal no es ajena a esta impostura ya que su supuesta defensa del republicanismo es un ardid en el que está en juego el espacio democrático que viene cediendo terreno desde hace años, en el mismo momento en que convirtieron el Estado de Bienestar en Estado de Mercado y a los ciudadanos en simples consumidores.

El problema no es la ultraderecha, es el neoliberalismo. De momento, se gana tiempo pero falta muy poco para que se pierda el espacio.

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