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La licencia de la época

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Begoña Huertas

“Pese a cuanto la licencia de la época permite y enseña a todos, no he metido la mano ni en los bienes ni en la bolsa de francés alguno, y no he vivido sino de la mía, en la guerra como en la paz, y no me he servido del trabajo de nadie sin salario.”

La cita pertenece a alguien que ocupó un cargo público hace casi 500 años, el escritor y pensador francés Michel de Montaigne. Sus reflexiones resultan tan contemporáneas que parece mentira que hayan sido concebidas en el siglo XVI. La preocupación por llegar a los otros a través del conocimiento de su propio yo y el empeño en mantenerse fiel a sí mismo le convierte en una interesante figura desde la cual explorar la sociedad contemporánea. Así lo propone el ensayo de Miguel Roig, El marketing existencial, que encabeza cada capítulo con pensamientos de este autor que tienen una actualidad asombrosa.

Esa “licencia de la época” a la que hace referencia la cita que abre este texto era la que permitía a los cargos públicos sacar un beneficio privado, o sea enriquecerse a costa del bien común. Por desgracia esto también suena tremendamente actual. Por si no teníamos bastante, aun en los últimos días antes de las elecciones no dejan de conocerse casos de enriquecimiento no sé si ilícito, pero sí desde luego no ético. Los negocios del embajador del PP en la India y el segundo candidato de las listas del PP por Segovia es uno más de los casos que se van destapando.

Hay muchos tipos de corrupción. Que alguien se aproveche de su cargo político para cobrar comisiones es uno. Las puertas giratorias es otro (y ahora la doble ventanilla, como lo bautiza con mucho acierto Ignacio Escolar). Justificar gastos privados como públicos, aceptar o alentar privilegios, etc, también son comportamientos corruptos. Ese debate no ha estado fuera de la campaña electoral como no podía ser de otro modo, por  mucho que para Esperanza Aguirre esta sea “una cuestión personal”. Por supuesto que es personal. Y social también. Igual que el negocio es privado, claro, pero se realiza gracias a una gestión pública.

A los 38 años Montaigne decidió recluirse en una torre anexa a su casa, rodeándose de libros para esperar tranquilamente su muerte. Tenía medios. Pero también tenía curiosidad: durante una década estudió y escribió sin parar. Después, viendo que no sólo no se moría sino que se encontraba cada vez más fuerte y más capaz, volvió a salir al mundo y aceptó un cargo político. Fue alcalde de Burdeos y asesor del Estado y de la corte franceses. Mientras estuvo retirado en su fortaleza, Montaigne bien supo que es imposible vivir en el vacío, que uno no puede permanecer ajeno a lo que ocurre en la sociedad donde vive. Lo que uno hace es beneficioso o perjudicial para el conjunto.

La ideología del capitalismo dominante beneficia a la oligarquía, es el capitalismo de amiguetes donde nada o muy poco se regula y los negocios sin traba son “licencia de la época”. En los últimos años el business como motor absoluto de cualquier actividad no sólo se ha permitido sino que hasta se ha fomentado en las escuelas.

Habría que regular todo esto por ley, y algunos partidos lo incluyen así en su programa. Pero como en casi todo, el origen del problema está en la educación. Los corruptos han tenido, como el filósofo francés, medios, han sido personas con dinero, estudios y casa, viajes, buena posición, sí, lo malo es que en su caso no se han retirado a una torre a estudiar. La gente educada en la ambición del negocio por el negocio siempre querrá más. Montaigne recibió una educación muy especial. Su padre consideraba que despertar de golpe al bebé podía ser malo para su salud y dispuso que se le despertara con música. Esto no tendría nada fuera de lo común a no ser porque eran los flautistas y violinistas en persona los que rodeaban cada mañana la cama del pequeño Michel. Ahora, con todo tipo de reproductores musicales, al menos eso lo tenemos más fácil.

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