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Miguel Ángel Blanco: de asesinos y de hipócritas

Mariano Rajoy y la bancada del PP en el aplauso tras el minuto de silencio en memoria de Miguel Ángel Blanco en el Congreso.

Carlos Hernández

Ese día, el azar quiso que yo estuviera en el interior del Congreso de los Diputados. Había pleno y las bancadas estaban abarrotadas de parlamentarios que comentaban la noticia. Nunca olvidaré los rostros de Eduardo Zaplana y de Ángel Acebes. Estaban lívidos, indignados, anímicamente hundidos, más enfadados que tristes… No estaban fingiendo ni sobreactuando; realmente se veía que estaban destrozados. Los gestos de dolor y de rabia se percibían en toda el ala derecha del hemiciclo...

La escena que acabo de describir no corresponde al día del secuestro ni al del asesinato de Miguel Ángel Blanco, sino a un hecho que se produjo casi nueve años después. Era un 22 de marzo de 2006 y ETA acababa de declarar un alto el fuego permanente que se interpretaba como el verdadero principio del fin de la sangrienta banda terrorista. El semblante cariacontecido de los dirigentes populares fue muy comentado entre los veteranos periodistas que cubrían, desde hace largos años, la información parlamentaria. Los etarras llevaban más de tres años sin matar y todo apuntaba a que, muy probablemente, jamás volverían a hacerlo. ¿Por qué, entonces, ese indisimulado cabreo entre los populares? ¿Era, como apuntaban algunos analistas, sencillamente, porque no soportaban que el fin de la violencia llegara bajo un Gobierno que no fuera el suyo?

No daré yo la respuesta. Me limitaré a enmarcarla en la actitud que el PP y su legión mediática han mantenido siempre frente al terrorismo y que revela unas cotas de hipocresía y mezquindad difícilmente superables. Si alguien cree que estos calificativos son demasiado gruesos, que repase los informes policiales que apuntan a que el PP se financiaba irregularmente (también) desviando fondos destinados a homenajear a Miguel Ángel Blanco y a las víctimas del 11M. Quizás esta mercantilización corrupta de quienes cayeron bajo la barbarie terrorista sea el hecho más repugnante, pero ni de lejos es el más grave. Lo verdaderamente execrable es que al Partido Popular le ha interesado más utilizar políticamente a ETA, para sacar réditos electorales, que acabar con ella.

Es por eso por lo que, inmediatamente después de la escena que he descrito al inicio de este artículo, el PP y sus medios mercenarios se pusieron manos a la obra para abortar el incipiente proceso de paz de 2006. No dudaron en sacar a las víctimas a la calle y a pasearlas por los platós de televisión; a cuestionar cada paso que daba el Gobierno; a exigir, en ese momento de tregua, mayor rigor policial y judicial contra los etarras que cuando estos mataban diariamente. En tertulias, columnas e “informativos” se acusaba al Ejecutivo de ser cómplice de ETA y el mismísimo Mariano Rajoy no dudaba en decirle a Zapatero, desde la solemne tribuna del Congreso, que se había propuesto “traicionar a los muertos y permitir que ETA recupere posiciones…”.

Aunque discutible, esta posición habría sido legítima si el PP no hubiera tenido un pasado. Un pasado que, si nos pusiéramos al nivel falaz y embarrado del que hizo gala Rajoy, estuvo repleto de traiciones a los muertos. Un pasado de 'buenrrollismo' con los etarras que, precisamente, comenzó poco después de la muerte de Miguel Ángel Blanco. Solo habían pasado cuatro meses, cuatro, del secuestro y vil asesinato del concejal popular cuando el entonces portavoz del Gobierno, Miguel Ángel Rodríguez, afirmó públicamente que en la solución al conflicto vasco “no debe haber vencedores ni vencidos”. No era una declaración gratuita, el Ejecutivo sabía que se estaba fraguando una posible tregua y esa mera esperanza le llevó a realizar todo tipo de guiños a los terroristas. Mientras la banda seguía asesinando, entre atentado y atentado, el presidente Aznar aprovechaba cada entrevista periodística para ofrecer “generosidad” a los terroristas si dejaban de matar y para mostrarse decidido a “ser comprensivo” con los criminales.

Tras abonar el terreno desde la Moncloa, la tregua llegó y provocó ese aluvión de generosidad prometido por el Gobierno del Partido Popular. Poco importaba que hubieran pasado solo 13 meses desde la muerte de Miguel Ángel Blanco y apenas 80 días del asesinato del también concejal, Manuel Zamarreño. Lo de menos es que Aznar llegara a llamar a ETA, públicamente, “Movimiento Vasco de Liberación”, lo realmente trascendente es que el Ejecutivo acercó a más de 120 presos etarras a cárceles del País Vasco, metió la cuestión navarra en el debate político sobre el futuro de Euskadi, excarceló a decenas de reclusos de la organización terrorista, permitió el regreso a España de más de 300 miembros de la banda que residían fuera de nuestro país y negoció en Zurich, cara a cara, con los asesinos. Todo ello lo hizo a pesar de que las calles de Bilbao, Donostia o Rentería seguían incendiadas por la kale borroka. Entonces y siempre, el Gobierno del PP contó con el apoyo unánime de toda la oposición y de los medios de comunicación que no cuestionaron ni uno solo de sus pasos. Así fue y así debía ser porque el objetivo de conseguir que ETA dejara las armas merecía la pena.

Los políticos que tomaron todas aquellas generosas medidas y los periodistas palmeros que aplaudían cuando Aznar acercaba etarras o les llamaba libertadores, son los que seis años más tarde y con casi 200 cadáveres encima de la mesa, intentaron engañar a toda España vinculando a ETA con el 11M. Son los que dos años después de aquella histórica mentira masiva recibieron con aspecto fúnebre la tregua del 2006 y, después, se lanzaron a boicotear el proceso de paz, aún a sabiendas de que si lograban su objetivo, volverían los atentados y las calles se cubrirían nuevamente de sangre.

Esos son los que todavía tratan de darnos lecciones, presentándose ante la sociedad como cruzados justicieros, luchadores implacables contra ETA y defensores a ultranza de sus víctimas. Son los mismos que hoy están sacando a los presos etarras por la puerta de atrás de las cárceles mientras sus lacayos mediáticos callan. Son los que siempre han utilizado el terrorismo como arma política para arañar un puñado de votos e incluso, según estamos sabiendo ahora, para desviar unos cientos de miles de euros a sus cuentas corrientes. Son los que beatifican a las víctimas que creen que responden a sus intereses y desprecian, sin más, a aquellas que no les siguen el juego. Son los que rezan por “sus” asesinados mientras se burlan de la madre de una víctima del 11M, llaman filoterrorista a un socialista herido de por vida por una bomba lapa y justifican impúdicamente las decenas de miles de crímenes cometidos por el franquismo.

La mayoría de los españoles siempre hemos estado contra todo tipo de violencia y hemos apoyado al Gobierno, fuera del color que fuera, para que explorara el camino hacia una paz definitiva en Euskadi. Los otros, hoy que ETA ya empieza a ser solo un mal recuerdo, intentan seguir ordeñando la vaca terrorista para desviar la atención de sus recortes, sus salarios de miseria y, sobre todo, de sus corruptelas. Es por ello y solo para ello por lo que, en estos días, no dudan en instrumentalizar la figura de Miguel Ángel Blanco para arrojarla, sin pudor, contra sus adversarios políticos.

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