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MinistrOpus, ministRobos y sus secuaces

José Ignacio Wert y Fátima Báñez. \ EFE

José Luis Pazos

Nos gobiernan personas que tienen como objetivo imponernos su visión ideológica y su moral religiosa, eliminando nuestros derechos y robándonos el presente y el futuro. Nadie podía pensar en que nuestra sociedad podría retroceder tanto en tan poco tiempo, aunque eran muchas las personas que alertaban de que no vendrían buenos tiempos dependiendo de quienes ejercieran el poder.

En las pasadas elecciones generales, cada votante pensaba en quiénes podrían defender mejor sus intereses y, bajo esa premisa, todos ellos fueron a las urnas. Da igual si lo hicieron por convencimiento, rutina, desesperación, engaño, obsesión o fanatismo; incluso si lo hicieron simplemente por ejercer la democracia aunque no confiaran en ninguno de los candidatos. Lo hicieron. Y los que recibieron esos votos tienen, o deberían tener, un contrato con quienes les hemos votado.

Pero una cosa sí es segura. Nadie, o no al menos la inmensa mayoría, votó para que quienes nos gobiernan apliquen directrices dadas por los que quieren imponer su sectaria ideología social, económica o religiosa. Lo hicieron para que se gobernara pensando en la opinión mayoritaria y, por supuesto, con el respeto absoluto hacia las minoritarias, que siempre deben sentirse representadas porque si no la democracia pierde todo su sentido y se acerca mucho a lo que define a una dictadura.

Quienes nos gobiernan dicen ahora que tienen el respaldo de la mayoría de los ciudadanos, pero mienten. Y no porque perdieron muchos apoyos que sí tuvieron hace apenas dos años, según lo que unas y otras encuestas dicen. La realidad es que mienten porque nunca obtuvieron el respaldo mayoritario de nuestra sociedad. Tienen detrás una gran minoría, sí, pero sólo eso, no una mayoría.

Obtuvieron cerca de once millones de votos en una sociedad de unos cuarenta y siete millones de ciudadanos. Pero, no, no piensen que ese es el argumento, porque enseguida saldría alguien a defender su mayoría porque las personas que tienen derecho a voto no son tantas y acusarían de demagógico el razonamiento, y con razón. La realidad es que no obtuvieron la mayoría de los votos simplemente porque votaron casi veinticuatro millones de personas y no llegaron a recoger once. Los matemáticos lo tienen fácil; el resto también, es una regla de tres sencilla. Su resultado fue de un poco más del cuarenta y cinco por ciento. Ahora alguno dirá: “Pero muchos votos se pierden y no otorgan escaños y eso es lo que cuenta”. No llevan razón, también los votos “perdidos” son importantes, al menos para quienes los ejercen y quienes los reciben.

Tengamos en cuenta sólo los votos que cosecharon aquellos partidos que lograron tener escaños. Tampoco así les valen las cuentas a quienes quieren defender una supuesta mayoría que nunca ha existido. Votaron más de veintitrés millones y, cabe reiterar, no llegaron a recibir once. Es decir, que tienen el respaldo de casi el cuarenta y siete por ciento de los votos que están directamente representados en el Congreso de los Diputados. No llegan a la mitad más uno, que es la condición mínima suficiente para considerar una mayoría simple. Curioso, ¿no?.

Y, más allá de la lógica reflexión que nos podemos hacer sobre que un partido político, sea el que sea, tenga una mayoría parlamentaria en sus manos sin haber logrado la mayoría de los votos, y que sea sólo debido a una norma electoral que puede y debe cuestionarse por qué permite que pasen estas cosas, lo más importante es lo que está sucediendo como consecuencia de ello.

La democracia se asienta no sólo en el juego de las mayorías, sino en la búsqueda de consensos y en la toma de acuerdos que puedan satisfacer las posiciones mayoritarias de la sociedad. Pero, ¿qué clase de democracia se tiene cuando no existen acuerdos, consensos ni mayorías? ¿Qué tipo de sociedad se puede construir cuando una minoría se apoya en resortes legales, como la norma electoral, para imponer su visión parcial y sesgada?

Eso es lo que está ocurriendo con el grupo de ministrOpus, ministRobos y sus secuaces que nos están gobernando. Podemos poner muchos ejemplos: privatización de lo público, recortes, nueva regulación del aborto, eliminación de derechos, limitación de libertades, represión, ataque a la cultura, sanidad, dependencia, desahucios, rescate a la banca pero no a los ciudadanos, redistribución de la renta disponible para que vaya a manos de los ricos... Pero yo quiero y debo fijarme en la educación.

La nueva ley de educación, la LOMCE, fue aprobada con el único respaldo del Partido Popular y con el rechazo de toda la oposición y de la inmensa mayoría de las organizaciones sociales, sindicales y políticas representativas, a quienes debe verse como voces de la inmensa mayoría de la sociedad. Utilizando lo ya argumentado, una gran minoría sacó adelante su ley sectaria, parcial y muy cuestionable, en contra de una mayoría que tuvo que ver cómo se le imponía la norma. Cuando el ministro Wert dice que su ley tiene el respaldo de la mayoría, hace una afirmación que sabe falsa, pero que se sostiene porque hay una norma electoral le protege. Y cuando cuestiona la legitimidad de la oposición para acordar la derogación de la LOMCE en el momento en el que cambie la mayoría parlamentaria, también se protege bajo la misma norma. Por eso, debemos recordarle al ministro que la oposición acumula más votos que el partido que nos gobierna. Es decir, que si el ministro o, mejor dicho, el Gobierno se siente legitimado para imponernos su ley, la oposición lo está aún más para decidir eliminarla.

Y lo mismo ocurre cuando pensamos en el nuevo currículo que nos quieren hacer tragar. O con las normativas de recorte de becas y de nuevas tasas que se han aprobado. O con la eliminación de ayudas para libros de texto y materiales curriculares. Todo ello y mucho más, que no se nos olvide, lo estamos sufriendo porque un gobierno apoyado en una gran minoría tiene en su mano una norma electoral que le da un poder que no le corresponde. Y cuando se tiene un poder así, y se quiere abusar de él, entonces se pierde el norte y se aplican directrices sesgadas, que vienen dadas por entidades religiosas y los ministros se convierten en ministrOpus. Y se aplican recortes que nos roban el presente y el futuro, recortes exigidos por élites económicas interesadas en empobrecer a la sociedad para hacerse más ricas a costa del sufrimiento de los demás, para lo que necesitan defenderse de la mayoría de los ciudadanos limitando sus posibilidades, también en el terreno educativo.

Y por eso tenemos la LOMCE y todo lo que la acompaña, y los ministros se convierten en ministRobos. Y los secuaces de estos ministrOpus y ministRobos, deseosos de defender las posiciones de ellos, porque están también mandatados para hacerlo, salen en los medios de comunicación dando ruedas de prensa o escribiendo artículos y mienten a los ciudadanos contándonos las supuestas benevolencias de las políticas que aplican.

Aparecen, por ejemplo, secretarias de Estado que nos cuentan un cuento, que nos hablan del esfuerzo que deben hacer siempre otros. O nos dicen que alguien ha gastado demasiado en lo que, según ellas, no debían haberlo gastado, y nos cuentan que debemos gastar menos pero no nos dicen por qué ni en qué. Seguro que porque si nos lo dicen no nos gustará. Porque aquellos a los que se les llena la boca del esfuerzo que tienen que hacer los demás nunca han tenido que esforzarse demasiado porque lo tuvieron todo al alcance de la mano y, en demasiadas ocasiones, sin merecerlo. Afirma que no es cuestión de suerte. Y en eso lleva algo de razón. No se puede elegir un gobierno para ver si tenemos suerte con él. Tenemos que elegir a nuestros representantes para que se esfuercen en solucionar nuestros problemas, no en creárnoslos.

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