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Mirada ladina, cubata de Chivas, chavalas buenorras

Lucía Lijtmaer

En algún lugar del mundo hay alguien eligiendo la perfecta combinación para un dry martini en un yate y sabe más cosas que nosotros. Sí, esta puede parecer una imagen maniquea: el poder, engominado y a cara descubierta, sin temor, arrogante. Lo es. Pero cada uno elige a lo largo del tiempo una imagen para ejercer su trabajo y los yates, para algunos, tienen fama ser muy buenos compañeros de viaje.

Esta semana, el pequeño Nicolás habrá sido pasto de más de una conversación. Basta con ver cómo el terreno abona el camino a los chicos listos: mercedes clase E, copias de documentos a la vista de todos, chalés en El Viso. ¿Qué es el pequeño Nicolás? Una versión 2.0 emprendedora de mirada ladina, cubata de Chivas, chavalas buenorras, con memes y todo. Y con yate.

A veces, como en este octubre de calor absurdo, uno se plantea cual será el modelo ético y estético de cada uno. Mientras tanto, discurre el arroyo y la imputación por falsedad, estafa y usurpación de funciones públicas.

En otro lugar del mundo muere un anciano aquejado de demencia.

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Cuando era pequeña vi Todos los hombres del presidente. Siempre me encantó la parte en la que Dustin Hoffmann se tomaba ochocientos cafés para sacarle un dato a un testigo de la Oficina del Comité para la Reelección del Presidente, y después llegaba a la redacción pasado de vueltas, con los bolsillos llenos de notas que confirmaban o desmentían. Años después, me sorprendió ver como los métodos habían quedado obsoletos: las notas, las cabinas telefónicas, los listines e incluso las fichas de la Biblioteca del Congreso. ¿Quién se iba a chalar tanto por devolver la llamada a una fuente?

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Hoy, sobre Nicolás Álvarez, El Confidencial revela: “de la declaración del muchacho también se deduciría una acusación más grave: la existencia de un supuesto grupo de agentes de la Policía Municipal encargados de labores de inteligencia que presuntamente habría estado actuando al margen de la ley con la complicidad de cargos municipales”.

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Cuando el anciano vivía, recordaba quien era y estaba en activo, esta noticia, como la de las tarjetas black, podía hacer tambalear algo. Imaginemos, por ejemplo, qué hubiera pasado si al final de la película Richard Nixon comenzara su discurso diciendo: “lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir”. Sin dimitir.

El anciano, años más tarde de su trabajo estrella, hacía un análisis crítico del cambio en el mundo del periodismo: “Ahora el caso Watergate habría sido contrarrestado por una decena de blogs de la ultraderecha y se hubiera frenado su efecto”.

En la fotografía, Nicolás mira con sus ojos acuosos desde su yate y uno siente que no pasará nada. Quizás un chascarrillo, un pacto anticorrupción.

Al menos, piensa uno, no será por falta de periodismo.

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