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Muertos de golpe son más muertos

José María Calleja

Ciento cincuenta muertos de golpe en un día provocan un impacto infinitamente mayor que ciento cincuenta muertos a goteo, por ejemplo, en accidentes de tráfico en fines de semana durante seis meses. Los muertos son los mismos, la cantidad de dolor idéntica, los familiares destrozados parejos, pero la montonera de muertos en un mismo día y a una misma hora provoca una percepción radicalmente distinta de la muerte en la mayoría de la población, añade muerte a la muerte, más conmoción al dolor; provoca un despliegue mediático que centuplica un impacto que se diluye en el recuento de muertes de fines de semana. Parece que, si se matan ciento cincuenta de golpe en un accidente de avión, son más muertos que ciento cincuenta fallecidos, no sé, en accidentes laborales esparcidos a lo largo de doce meses. Parece que, si se mueren de uno en uno, no se mueren tanto que si se mueren por decenas, al menos en la percepción de la mayoría de la población.

La muerte masiva, concentrada en un mismo accidente, provoca en la percepción de los vivos que consumen la información una sensación distinta, de impacto enorme, que lleva a bucear en los detalles de los bebés que viajaban, de los jóvenes de intercambio que viajaban, de los sujetos con nombres y apellidos que volaban, que nos lleva a fijarnos en las historias de los que no tomaron ese vuelo por azar o en pensar que yo podía estar allí.

Todo se magnifica en la reduplicación de los medios y parece que 150 muertos son 150 muertos y no quince muertos tomados de diez en diez. La relativa arbitrariedad de los medios al pesar los muertos por el número unido a la concentración temporal, por la proximidad, por los lugares de salida y llegada, por las biografías de los fallecidos, esparce la muerte en todas las direcciones.

Como en tantos casos, buscar culpable resulta aquí una forma urgente de tratar de encontrar consuelo, como si fijar un responsable fuera una forma de volver a la estabilidad rutinaria del momento anterior a la muerte masiva.

No soportamos la muerte y menos aún la muerte masiva. La cada vez más escasa resistencia a la adversidad busca de manera urgente un culpable en quien descargar. Si no lo tenemos, parece que el duelo no se acaba de cerrar. Y empiezan las preguntas, lógicas en cualquier ciudadano que se sienta tal.

Aquí nos afanamos en saber si el avión estaba bien, si se tomaron las medidas de seguridad que no nos exigimos a nosotros mismos cuando viajamos en coche, resuena low cost como explicación difusa y es imposible introducir la racionalidad de que en avión se matan menos que en otros medios, pero ocupan más portadas. La muerte de golpe parece mucha más muerte.

Luego está la puesta en escena de los políticos, que creen que deben suspender un viaje, no les vayan a decir que les falta piel; o los que aprovechan el destrozo para tratar de establecer relaciones de cuatro Estados en pie de igualdad; o los que fuerzan un gesto o una declaración compungida, no les vayan a reprochar indiferencia en medio de tanto dolor compartido a través de los medios.

Y menos mal que el avión es alemán, alemán puro, filial de Lufthansa –aunque sea low cost–, lo cual parece que frena la percusión de los marcos cognitivos que se dispararían si el avión fuera de cualquier país de los que tenemos asociados a la palabra 'chapuza'.

No hablar de ello en modo gran despliegue parece falta de sensibilidad y traición y así se entra en competición por ver quién cuenta más cosas, quién da más noticias, quién llega donde no llegan los otros. No cabe quedarse en la redacción. Ciento cincuenta muertos en un día son muchos más que ciento cincuenta muertos en medio año de fines de semana en la carretera, así lo percibimos.

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