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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Patatas a la diabla

Elisa Beni

Todo es una cuestión de patatas. Lo hemos descubierto en el pleno sobre la situación de Cataluña celebrado en el Congreso. Y, créanme, ha sido un hallazgo porque muchos nos temíamos que terminara siendo una cuestión de huevos y esas son bastante peores. Es necesario contar las patatas catalanas, se decía en la tribuna, contar como las patatas a esos catalanes que ya no se sienten españoles, para lo que se reclamaba un referéndum legal. Al portavoz del PNV no se le olvidó en su intervención que se trata no sólo de las patatas catalanas sino también de la existencia de las euskopatatas -de Araba, como es sabido- y al valenciano le vinieron a la boca las patatas propias. Fue Rajoy el que remató recordando las papas canarias, las afamadas patatas gallegas “y, no se le olviden, las patatas españolas”. Cuestión de patatas.

Cocinarlas es otra cuestión y es especialidad patria hacerlo a la diabla. Picantes hasta el desmayo, como la situación política que vivimos. La patata patria vino a definir de nuevo en intervenciones mas calmadas, sosegadas, que el problema de división respecto al modelo territorial sigue enquistado en sus posiciones pero que la intención de bajar el soufflé de tensión era más importante que cualquier otro guiso. Todo lo que sucedió en el Congreso fue mejor que si se hubieran cocinado huevos y eso, insisto, es buena noticia. El tono de Rajoy fue deliberadamente buscado para conseguir ese efecto. Los incendiarios, que muchas veces le anteceden, habían convertido el Independance Day en una olla hirviente de golpes de estado, leyes candentes, detenciones y todo tipo de graznidos apocalípticos pero, guste o no, el presidente del Gobierno ha templado la gaita por debajo de lo que le pedían sus exaltados, ayudado sin lugar a dudas por las presiones de los socialistas en la madrugada. El pleno de las patatas estuvo bien para ver que hasta Rafael Hernando puede ser ensillado y que el Gobierno tiene una senda más sosegada que la que se podía prever, al menos por el momento.

Lo cierto es que casi no se habló de lo que de verdad marcará la vida política española en los próximos días, que no es otra cosa que la activación en doble escalón del artículo 155 de la Constitución. Rajoy sólo se refirió a él para especificar su contenido en su respuesta a las réplicas. Lo cierto es que en la primera parte del requerimiento se le pide a Puigdemont que le diga al Gobierno, antes de las nueve de la mañana del lunes 16 , si declaró la indepedencia de Cataluña. Si responde que no, el contador se pondrá a cero y veremos como se rebaja la tensión y se empiezan los trabajos en la Comisión de Estudio de la Reforma del Modelo Territorial que han logrado impulsar el PSOE y las diferentes patatas comenzarán a hervir. Sí el Molt Honorable responde que sí o no responde o responde con la misma ambigüedad, entonces el requerimiento mencionado en el propio artículo 155, y que también se ha incluido, se pondrá en marcha instando a Puigdemont a deshacer lo andado y a exigir a Forcadell que haga lo mismo en el Parlament. En caso contrario la ignota y amenazadora vía del 155 comenzará.

Nadie la desea. El propio Rajoy dejó caer ayer un par de frases claras respecto a la necesidad de aprovechar el tiempo para convencer a Puigdemont de que frene definitivamente esa posibilidad con un no. Hasta al PNV le pidió el presidente ese esfuerzo a sabiendas de lo que hacía. Pero lo cierto es que la patata caliente está ahora en la mesa de Puigdemont y sus difíciles equilibrios. Y a pesar de que el PdeCat da por sentado que Rajoy ya sabe cual será la respuesta, lo cierto es que muchos contenemos el aliento esperando que esa opción sea aprovechada. Considero que el diálogo y la negociación -que no la mediación- son imprescindibles para solucionar una crisis de alto voltaje político pero tampoco puedo negar que el Estado de Derecho debe ser restablecido, si es que fue vulnerado, porque sobre él descansa la democracia.

No le quedan a Puigdemont más opciones que reconocer taxativamente que dio un paso atrás, lo que le honra aunque no ante su público, y probablemente ser abandonado por sus socios de la CUP o mantenerse en que sí hubo una declaración de independencia y activar la espoleta que llevaría a su sustitución por un Gobierno que convocaría elecciones. Cierto es que también le queda la vía de convocar elecciones él mismo antes de que venza el plazo. Cataluña camina de casi cualquier modo hacia unas elecciones y todo sería más sencillo sin la pesada carga del 155 en marcha.

Así es como están las cosas y tengo claro que están mejor que si Puigdemont no hubiera frenado el día 10. Frenar permite dar marcha atrás y eso es lo que ahora le piden que haga a las claras. No obstante, según se dedujo ayer del pleno, al Partido Popular le falta entender una cosa sustancial y que le repitieron varias veces: el verdadero problema subsistirá incluso cuando la ley sea restablecida. No hay posibilidad honesta y sin riesgos de encastillarse en una estructura territorial que no funciona ni es realista pensar que dos millones de personas y sus sentimientos desaparecerán diluidos como cree Rajoy que sucede siempre con los problemas. Si eso está asumido será más fácil hablar y si comprenden todos que negociar es frustrarse y perder todos, estaremos casi seguro camino de una solución que nos permita volver a estar cómodos juntos.

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