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Podemos y Ciudadanos, los protagonistas del 20-D

La campaña electoral de Pablo Iglesias, la mejor valorada por los ciudadanos y la de Cañete, la peor

Carlos Elordi

Parece ya bastante claro que el futuro político español a corto plazo depende de cuál de los dos grandes partidos consiga un mejor resultado en las elecciones generales. Hasta un solo escaño de diferencia entre uno y otro bastará para decidir quién se ha hecho con la victoria. Sin matices ni análisis adicionales. Si el PP le saca esa ventaja mínima al PSOE, Rajoy sobrevivirá porque ha ganado. Y por muchas presiones que reciba desde fuera será muy difícil sacarle de La Moncloa. Si es el PSOE el que lo consigue, Rajoy se despeñará para siempre. La paradoja es que serán otros partidos, es decir, Podemos y Ciudadanos, los que harán que la moneda se incline de uno u otro lado.

Aunque la idea no conviene a algunos, el panorama electoral español está claramente dividido en dos ámbitos, más allá del voto nacionalista en Cataluña, País Vasco y Galicia. Uno es el del centro-derecha y el otro el del centro-izquierda. En estos últimos tres años ambos han sufrido sacudidas formidables y hoy su realidad es muy distinta a la de los primeros años de la actual legislatura. Las elecciones del 20 de diciembre, además de para decidir quién va a gobernar, van a servir para cuantificar el impacto concreto de esos movimientos. Es decir, su eficacia política. Pero para eso la clave no va a estar tanto en comprobar cual de los dos agregados, el de centro-derecha y el de centro-izquierda, han mejorado sus posiciones respecto del otro desde la últimas generales, sino en las traslaciones de fuerza que se hayan producido en el interior de cada uno de ellos.

Dejando de lado algunos factores de escasa incidencia en el recuento final, el voto a Podemos subirá prácticamente en la misma medida en que baje el del PSOE. Y al revés. Y más o menos lo mismo ocurrirá con el voto a Ciudadanos y al PP. Sólo una abstención muy superior a la prevista podría modificar ese designio. Pero los especialistas creen que la tasa del 20-D no andará muy lejos de la que se registró en 2011 y que hasta podría ser más baja. Más allá de eso, la dinámica electoral interna de los binomios PP-Ciudadanos y PSOE-Podemos es la de los vasos comunicantes.

Tras de que su irrupción en escena en mayo de 2014 acabara con las certidumbres del establishment político, de derechas y de izquierdas, y al hilo de su crecimiento, entonces imparable, en los sondeos, los dirigentes de Podemos proclamaron que iban a romper con eso, que el suyo era un partido trasversal y que su propuesta de regeneración radical del sistema político concitaría el apoyo de amplios sectores de ambos lados del espectro político. Todo indica que eso no ha ocurrido. Por el contrario, se ha comprobado que la matriz principal del voto de Podemos está de una u otra manera vinculada a la izquierda, sea cual sea el matiz que se añada a ese adjetivo. Y para nada a la derecha. Ni al centro. Por lo tanto, la voluntad de regeneración de Podemos se concreta en el objetivo político de reducir el peso electoral del PSOE. Atrayendo a votantes socialistas desencantados o sacando de la abstención a otros los que, al menos en teoría, el partido de Pedro Sánchez no debería de renunciar.

Habrá que esperar algo más de dos meses para confirmarlo. Y habrá que ver que da de sí la campaña, que puede dar bastante. Pero hoy por hoy, no sólo los sondeos sino también el ambiente transmiten la sensación de que la realidad electoral está lejos de las aspiraciones de Podemos, que su estrella ha declinado un tanto. Y da la impresión de que la razón principal de que eso haya ocurrido, además de otras, es que el PSOE ha resistido el embate de su rival bastante mejor de lo que la situación de hace dos años podía hace prever.

En el otro lado del espectro la cosa es bien distinta. No sólo porque el éxito de Ciudadanos y el fracaso rotundo del PP en Cataluña han abierto una dinámica de cambio sustancial de la relación de fuerzas en el interior del centro-derecha en toda España, sino porque el quinto batacazo electoral en menos de dos años ha confirmado que el partido de Mariano Rajoy está cayendo irremisiblemente por la pendiente. Y por mucho que bailen o sonrían ante las cámaras, la mayor parte de sus dirigentes lo saben. Aunque se lo callen, todos comparten el “análisis” -no más que una enumeración de hechos indiscutibles-que hizo la semana pasada José María Aznar. Más de uno estará pensando como apañárselas para que su futuro político pase por Ciudadanos.

Está claro que la ley D’Hont limita mucho las posibilidades de crecimiento en escaños de los dos partidos emergentes y también que puede ser la tabla de salvación de Mariano Rajoy. Pero a pesar de esa limitación, Ciudadanos puede dar un aldabonazo electoral. Y si eso se produce, y empieza a parecer cada vez más posible, el pagano de ese éxito habrá sido el PP, por muchos votantes socialistas que el partido de Albert Rivera logre atraer. Habrá que ver qué gobierno se puede formar con los resultados de las generales. La hipótesis de un acuerdo PP-Ciudadanos sería muy probable si Rajoy le saca un escaño de ventaja a Pedro Sánchez, la de pacto PSOE-Ciudadanos lo sería si ocurre al revés.

Pero, más allá de eso, un ascenso electoral significativo de Ciudadanos constituiría el inicio de un proceso fundamental de cambio en la escena política española: el del final de la hegemonía en la derecha de un partido, el PP, que procede sin solución de continuidad del franquismo. Y de su sustitución en esa primacía por otro, Ciudadanos, que aun defendiendo postulados que contradicen los de la izquierda no viene de las cavernas. Ni mucho menos.

Eso podrá resultar indiferente para muchos de los que están lejos de ese mundo. Pero no sería un hecho baladí. Lo que cabría esperar, para que los afanes e ilusiones de estos últimos años no cayeran en saco roto, es que una dinámica similar, aunque sólo se concretara en una renovación de los planteamientos, se produjera también en el espectro del centro-izquierda, por la acción de Podemos sobre el PSOE. Pero, por el momento y a menos que las cosas cambien en los dos próximos meses, no hay muchos indicios de que eso vaya a ocurrir.

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