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Podemos aún no se ha hundido

Monedero, Iglesias y Errejón en Asamblea Podemos / Marta Jara

Carlos Elordi

Podemos ha dejado de ser la gran esperanza para convertirse en un elemento más, aún relevante eso sí, del cuadro político español. Es aún pronto para vislumbrar en qué terminará la crisis que se ha abierto en su seno, pero no para intuir que el cambio que preconizaba el partido surgido del 15-M no se va a ser tan profundo como éste deseaba. Podemos todavía puede ser un actor importante en la escena que se irá configurando de aquí a final de año, pero para no pocos de sus seguidores y simpatizantes lo ocurrido esta semana es motivo de una seria decepción. Se ha acabado la ilusión de una nueva vía, de la ruptura total con el pasado y con el presente. Y queda la política de siempre. Que, por cierto, si se hace pensando en el bien común, no es tan horrorosa como algunos dirigentes de Podemos la veían hace un año.

No es oportuno hacer leña del árbol caído. Primero, porque no ha caído. Pero, sobre todo, porque si Podemos cierra sus heridas –y la retirada de Juan Carlos Monedero no tiene porqué ser un impedimento para ello-, las consideraciones que ahora se hagan pueden ser ridículas dentro de unos meses. Sí, en cambio, cabe decir que la imagen de Podemos ha quedado muy tocada, que la sensación de que no había nada que pudiera pararlo se ha borrado y que para todos y cada uno de sus partidos rivales esas son buenas noticias, que tratarán de aprovechar en su beneficio.

La incógnita está en las dimensiones electorales que puede alcanzar la decepción de estos días y de la que se venía observando desde hace algunas semanas. Los resultados de las municipales y autonómicas pueden dar una pista de ello, pero habrá que seguirla con cautela. Podemos está ausente de esa competición en demasiados sitios como para sacar conclusiones tajantes. Aunque los futuros sondeos trazarán tendencias y perspectivas, habrá que esperar a las generales para saber de verdad en qué ha terminado la cosa.

Pero a bote pronto no parece arriesgado prever que, hoy por hoy, las posibilidades de Podemos se han reducido. Ni tampoco suponer que sus fallos, sus errores y sus olvidos, no pocos de los cuales han sido ya denunciados públicamente por su propia gente, estarán en el centro del ruido mediático. Porque habrá muchos que querrán ahondarlos. Y porque las dificultades que tienen los demás partidos, todos los demás partidos, quedarán así en un segundo plano.

Pero al final, y a no ser que medie alguna catástrofe, lo sustancial no va a cambiar. Y lo sustancial es que Podemos y Ciudadanos van a arrancar mucho espacio político a los hasta ahora dos grandes partidos y que el PP y el PSOE verán muy reducida su presencia en el parlamento. La posibilidad de que el partido de Mariano Rajoy pierda el poder sigue siendo válida. ¿Cuántos de los ciudadanos que decían que iban a votar a Podemos van a irse al PP tras esta crisis? Cabe suponer que muy pocos. Puede que el desplazamiento potencial sea mayor hacia el PSOE y hacia Ciudadanos. Es aún pronto para saber si los problemas del partido de Pablo Iglesias van a sacar a IU del agujero en el que ha caído, entre otras cosas por el auge de Podemos. Pero en todo caso ahí no estaría la clave de las perspectivas generales.

No es por tanto momento de funerales ni de lanzar las campanas al viento. Sí de observar por donde se moverán los dirigentes de Podemos. ¿Serán capaces de enmendar sus errores, de revisar su estrategia demasiado electoralista, de hacer propuestas que respondan a las demandas del espectro social del que han surgido? ¿Tienen tiempo para ello? Cabe abrigar algunas dudas al respecto. Por motivos objetivos y también porque la obsesión demoscópica que hasta ahora parece haber dominado el análisis político de la mayoría de sus dirigentes, y en particular de Pablo Iglesias, no es fácil de erradicar de un día para otro.

Pero eso, o algo parecido, puede ocurrir. En todo caso la gente que sigue estando con Podemos es mucha, aunque no poca esté cabreada. Y con ella habrá que contar.

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